Fin, renacimiento y futuro de la historia

Fin, renacimiento y futuro de la historia

A principios de la década de los 90 del siglo pasado, Francis Fukuyama, en medio del colapso de la Unión Soviética y de sus regímenes socialistas satélites en Europa, a partir de las enseñanzas del alemán Hegel  tal como fue presentado por el ruso Kojeve a sus alumnos franceses, dictaminó que la historia había terminado, que la democracia como movimiento e ideología global había triunfado por doquier, que nadie cuestionaba seriamente las instituciones de los mercados libres como el sistema económico más apropiado y que, por tanto, no habiendo luchas serias que librar, desaparecidos el fascismo y el comunismo como alternativas reales a la democracia capitalista occidental, los seres humanos, desde ese momento, viviríamos felices y sin sobresaltos socio-políticos importantes, una vida si se quiere gris o aburrida, pero una mejor vida que la que soñaron nuestros padres y abuelos y todas las generaciones que nos precedieron desde que el homo sapiens se irguió en dos patas en las sabanas africanas hace miles y miles de años.

 Este panorama sigue siendo valedero todavía hoy. Salvo las teocracias islámicas de Irán y Arabia Saudita y el sistema de capitalismo autoritario de China continental, la democracia liberal no enfrenta verdaderos retadores.

Esto sin contar que nadie en su sano juicio imagina a Europa o Latinoamérica transitando hacia el fundamentalismo islámico y que el modelo chino es difícil de trasplantar a medios en donde no existe una milenaria tradición de burocracia racionalizada y de respeto a la autoridad del líder o del tecnócrata. Y lo que no es menos importante: que es muy posible que estos regímenes evolucionen y transiten hacia democracias liberales estándares como, paulatina pero progresivamente, comienzan a reclamar amplios sectores de la sociedad civil de esos países.

 Ante esta visión idílica de las democracias realmente existentes, hay pensadores que, contrario a lo postulado por Fukuyama, ante los levantamientos populares en el mundo árabe y los movimientos de indignados en Europa y Norteamérica, creen que, más que frente al final de la historia, estamos en presencia del “renacimiento de la historia”. Tal es el caso del filósofo francés Alain Baudiou, comparado por Slavoj Zizek nada menos que con Platón y Hegel,  para quien, tal como afirma en “Le Reveil de l’histoire”, lo que presenciamos es un movimiento liberador universal semejante al de las revoluciones europeas de 1848 que desmintieron que la época revolucionaria había acabado con la derrota de Napoleón en 1815. Esta vez las primaveras, los disturbios y los indignados demuestran que la revolución no acabó en 1989 y que hoy se manifiesta como la única manera de combatir radicalmente la voluntad de las oligarquías financieras y la comunidad internacional. 

Zizek, en la misma línea que Baudiou, sostiene en su libro “The Year of Dreaming Dangerously”, que “el futuro de la Idea Comunista” ya está presente en la primavera árabe, en el movimiento Ocuppy Wall Street, en España y Grecia. Y sueña con revolucionarios posmodernos que se conviertan en las “máquinas de matar” que quería el adorado Ché Guevara, cuando afirmaba: “El odio es un elemento de lucha, el odio implacable del enemigo que nos impulsa a ir más allá de los límites naturales de los hombres y transformarnos en máquinas efectivas, violentas, selectivas y asesinos fríos. Nuestros soldados deben ser así, una persona sin odio no puede derrotar a un enemigo brutal”.

Como se puede observar, tanto la izquierda heterodoxa representada por Baudiou y Zizek como la ortodoxa que se encuentra silente desde 1989, están más perdidas que el hijo de Lindbergh en su diagnóstico de la enfermedad socio-política posmoderna y del tratamiento a aplicar.

Paradójicamente es el demoliberal Fukuyama quien delinea mejor lo que debe ser una ideología alternativa con chances de real concreción práctica. En efecto, en un muy leído artículo publicado en “Foreign Affairs” (“The Future of History”, January/February 2012), Fukuyama entiende que esta ideología debe asumir –contrario al postulado neoliberal- la supremacía de la política sobre la economía, el rediseño del Estado Social, la gobernanza mundial de las finanzas y el control de los poderes fácticos y privados. Entiendo que así como el proletariado fue el sustento del comunismo, esta nueva ideología debe ser encarnada por la clase media, la que paga impuestos, y que es la verdadera clase explotada, por el Estado que la exprime fiscalmente y por la sociedad compuesta de los que se montan de bola (“free riders”). Esto implica “repensar el impuesto” como propone Peter Sloterdijk en un libro del mismo nombre –para que la gente escoja a quien dar su contribución fiscal- y, lo que no es menos importante, el fomento del Tercer Sector, las asociaciones público-privadas, y la salida de la eterna y clásica contradicción entre lo público y privado. ¿Nueva utopía? El futuro de la historia dirá…

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