Finalmente, heredé al millonario Joaquín Ortega

Finalmente, heredé al millonario Joaquín Ortega

Joaquín Ortega no tuvo hijos, aunque aseguran que estuvo casado medio subrepticiamente por breve tiempo. No escribió cosa alguna y, para  ser ganadero, sembró muchos frutales. A veces nos invitaba de pasadía  a su finca y nos bañábamos en el entonces límpido río Jaya, mientras Negra, quien una vez había cocinado para El Jefe, preparaba exquisiteces que todos elogiábamos, y Joaquín reclamaba los méritos de los “delikatessens” que ella compraba con dinero de él para preparar tan suculentos platos. Después del almuerzo, me prestaba su rifle para tórtolas y aves menores, y pasaba horas, más que cazando, persiguiendo pájaros y fulgores del atardecer.

Hablaba con admiración de “los americanos”, de su perseverancia y amor al trabajo. Como secreto entre hombres, aunque yo no llegaba a los quince, me contaba de su suite de fines de semana en El Embajador, de su novia gringa, y  sus encopetadas amistades en la Capital; mientras, muchos francomacorisanos se mofaban de su poca sociabilidad y de sus excentricidades. Decían que era avaro, carente de encanto y fineza, que era insensible e incapaz de afecto. Sin embargo gustaba de la música culta, tocaba la flauta y la armónica, solía soplar y tararear: “Por ti contaría  la arena del mar…échame en los ojos un puñao de arena, mátame de pena, pero quiéreme”, del borinqueño Bobby Cappó, mismísimo autor de Piel Canela.

Cuando supo que mi familia me enviaba a Estados Unidos, le dijo gravemente a mi papá: “José, es un error enviar los hijos a estudiar afuera. Después no se adaptan al país”. A veces me pesa haberme ido…Otras veces, el no haberme quedado por allá…aunque, con los años, voy aprendiendo que mi patria verdadera y definitiva no es ni aquí ni allá, y que aún este país se torna habitable cuando uno permite que Dios more dentro de uno. Cuando murió, la enfermera que lo cuidaba presentó unos papeles que supuestamente la declaraban su heredera. Los familiares alegaron fraude y pelearon en los tribunales durante años, aún después de la desaparición de algunos deudos. Luego todo quedó esclarecido.

Me motivaba a escudriñar temas de psicología y sociología, y me decía: “Lee cada día 15 minutos antes de salir a la calle y  en poco tiempo serás más  instruido que tus amiguitos”.

Tanto me he enriquecido con ese consejo, que cuando leía sobre el conflicto por su herencia en los diarios, me sabía un heredero secreto del magnate amigo Joaquín Ortega.

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