FINANCIAL TIMES
La excepcionalmente pobre elección de amigos de EU

FINANCIAL TIMES <BR>La excepcionalmente pobre elección de amigos de EU

POR QUENTIN PEEL
No hay furia en el infierno como la de un dictador despreciado. Este pensamiento tiene que haber surgido en la Casa Blanca a finales del mes pasado cuando Islam Karimov, el regente corrupto y autócrata de Uzbekistán, anunció abruptamente que cerraba la base aérea norteamericana en su país.  

No puede haberse recibido como una sorpresa total. Durante varias semanas los medios controlados por el estado en Tashkent habían estado publicando historias anti-norteamericanas. Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de Estados Unidos, se apresuró hasta los vecinos Kirguiztán y Tayikistán para asegurarse de que estos no seguirían los mismos pasos y cerrarían las bases en sus territorios a la campaña militar de EEUU en Afganistán. Recibió garantías. 

Sin embargo, la saga uzbeka aporta un ejemplo claro de los peligros de la personalidad bipolar de Washington en su política exterior, y la dualidad que continúa ejercitando, tanto con enemigos como aliados en la llamada “guerra contra el terrorismo”.

A pesar de un atroz historial de desdén por la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión, al señor Karimov se le habían dado garantías desde el 11 de septiembre de 2001 de que seguiría siendo un aliado indispensable en la lucha contra los extremistas islámicos. El Departamento de Estado emitió informes ocasionalmente rudos sobre abusos de los derechos humanos, sin embargo, el Pentágono dio generosas finanzas y entrenamiento. Solo cuando las fuerzas de seguridad uzbekas mataron varios cientos de manifestantes civiles en Adiyán, EEUU realmente objetó. El cierre de la base aérea fue la venganza del señor Karimov. 

Ciertamente, demuestra que confiar en dictadores es una mala política. Y aún así, EEUU enfrenta un dilema en toda la región. No hay democracias buenas. ¿Está buscando Washington fomentar más cambios de regímenes, siguiendo las líneas de la “revolución naranja” en Ucrania, o la versión “tulipán” en Kirguiztán, y arriesgarse a una inestabilidad aún mayor, o está aprendiendo a vivir con los demonios que conoce? En Kazajastán, en la frontera norte del señor Karimov, y en Azerbaiyán, en el otro lado del Mar Caspio, dos países ricos en petróleo, tienen dirigentes no democráticos que tratan de resistirse a las reformas. EEUU no puede decidir de qué lado está.

La tolerancia de dictadores amistosos tuvo su lugar en la guerra fría. Ese hábito es duro de eliminar. Sin embargo, según una excelente nueva colección de ensayos sobre el excepcionalismo norteamericano, tener estándares dobles está profundamente arraigado en la política exterior norteamericana. Es una consecuencia de la tradición “mesiánica” de buscar la exportación de valores norteamericanos, como la democracia, mientras continúa eligiendo aliados.

No se trata solo de tener un estándar doble para los demás –como la disposición de perdonar a India, Israel y Paquistán por tener armas nucleares mientras atacan a Irán y Corea del Norte-. Termina promoviendo normas internacionales y patrones de comportamiento que el mismo EEUU no está preparado para observar. Esta es la esencia del excepcionalismo de EEUU. Y el problema es que debilita la campaña completa de exportación de valores norteamericano que está en el centro de la administración Bush.

Michael Ignatieff, profesor de Práctica de Derechos Humanos en la Universidad de Harvard y editor del libro, busca distinguir entre el “exclusionismo” de EUU, la doble moral y aislacionismo legal. El primero consiste en negociar tratados de los que EEUU después se puede apartar, no llega a ratificar,  o llena de barreras con reservas específicas para EEUU. John Bolton, el nuevo embajador estadounidense en la Organización de Naciones Unidas, es un archi-exponente, después de haber hecho una de las campañas más fieras contra la adherencia de EEUU a la Corte Criminal Internacional.

La segunda incluye criticar a otros por ignorar los informes de los órganos sobre los derechos humanos de la ONU, mientras se niega a aceptar las críticas por sus propios resultados: por ejemplo, sobre las condiciones de deterioro de las presiones en EEUU. También incluye condenar las violaciones como las que cometen Irán y Corea del Norte, mientras excusa un comportamiento comparable en Israel, Egipto, Marruecos y, sin duda, Uzbekistán.

Y en cuanto al aislacionismo legal, que tiene que ver con la actitud de los tribunales de EEUU hacia la jurisprudencia de otras democracias liberales, y la negativa a usar precedentes extranjeros sobre derechos humanos para guiarlos en sus opiniones internas.

Harold Koh, profesor de Leyes Internacionales en Yale, está sumamente preocupado por las consecuencias negativas de los estándares duales. Sostienen que el excepcionalismo norteamericano tiene caras buenas y malas. En los procesos de paz en Afganistán, la península de Corea y el Oriente Medio, EEUU no puede optar por desentenderse, alega. Pero cuando interviene militarmente, tiende a desestabilizar. La pasividad, como en la falta de compromiso del presidente George W. Bush en Israel durante su primer periodo en el gobierno, tiene el mismo efecto.

Con la guerra en Irak, dice, el excepcionalismo norteamericano ha llegado a una nueva división de las aguas. El surgimiento de la doctrina de Bush “hace de la doble moral –el rasgo más dañino del excepcionalismo norteamericano– no solo la excepción, sino la regla”. Refleja, en parte, un complejo de Aquiles después del 11 de septiembre, combinando un sentido de poder excepcional con una vulnerabilidad también excepcional, y la certeza de que los valores de EEUU son buenos y universales.

La tirantez en el mundo de hoy es porque Estados Unidos se ha vuelto más excepcionalista, en la medida en que las reglas globales (sobre el comercio, el medio y lo derechos humanos) se hacen más impertinentes. Una super-potencia solitaria que busca ignorar las reglas que gobiernan al resto, le ganará pocos aliados.

VERSION AL ESPAÑOL DE IVAN PEREZ CARRION

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