COMENTARIO EDITORIAL
Los gobiernos de Asia han diseñado todo tipo de medidas exóticas para mitigar el daño infligido por los precios más altos del petróleo a los presupuestos y la cuenta de importaciones.
Filipinas amenazó con racionar los combustibles. China ha tratado de reducir los costos por uso de aire acondicionado en el verano, incrementando la temperatura en las oficinas del gobierno. Indonesia restringió brevemente las transmisiones nocturnas de la televisión, y el presidente decidió vestir camisas menos formales y más frescas para estimular el uso frugal de la electricidad.
Sin embargo, todos estos son gestos vacíos si los consumidores siguen quemando el combustible subsidiado y se mantienen aislados de la realidad del aumento de los precios mundiales del petróleo. Los gobiernos de Asia no son lo únicos culpables, pero el impacto de su indiferencia es particularmente grave: los grandes importadores de Asia representaron la mitad del incremento de la demanda de petróleo el año pasado, y la renuencia a dejar que los altos costos limiten la demanda continúa haciendo subir la presión en los precios del mercado.
China, el segundo gran consumidor de petróleo después de EEUU, es uno de los responsables. Los precios de la mayor parte de los combustibles están controlados y el precio del petróleo doméstico refinado ha subido solo 15% este año, frente al 30% de aumento del petróleo crudo.
A las refinerías estatales chinas se les ha dejado que carguen con el lío financiero y es comprensible que estén reacias a vender sus productos con pérdidas. Esto ha provocado escasez de combustible en el sur de China, lo que ha expuesto al gobierno a la amenaza de agrias protestas, en primer lugar, de que estaba tratando de evitar fijar los precios.
El doloroso dilema de Indonesia demuestra la locura de los subsidios. Susilo Bambang Yudhoyono, el presidente, audazmente elevó los precios del combustible 29% el 1 de marzo, pero el aumento constante de los precios del petróleo borró todas las ganancias presupuestarias al finalizar el mes. Este año se espera que los subsidios cuesten unos US$14 millardos, trece veces lo que el gobierno central planea gastar en salud y educación en su conjunto, y casi tres veces el costo de cinco años de la reconstrucción de Aceh, después de los maremotos de diciembre.
El error del señor Yudhoyono fue que alteró los precios, pero no el mecanismo para fijarlos. Eso no solo le deja al Estado el pago de la cuenta cuando suben los precios, sino que lleva a los indonesios a concluir que su gobierno y no el mercado mundial, es responsable de cualquier cambio en el absurdamente bajo costo de la gasolina, actualmente a 24 centavos de dólar norteamericano por litro.
Se puede defender el subsidio del keroseno que utilizan los pobres para cocinar, pero la mayor parte de los subsidios al combustible beneficia de manera desproporcionada a los propietarios de vehículos y consumidores de electricidad. Al igual que muchas reglas innecesarias y complicadas, también alimentan la burocracia, estimulan la corrupción y promueven el contrabando a jurisdicciones vecinas con precios más altos.
Las bombas y vehículos ineficientes, y los consumidores que desperdician combustible, ya despilfarran demasiada energía y generan una contaminación innecesaria en Asia. Los subsidios empeoran el panorama y constituyen una trampa que los gobiernos tendrían que desmantelar antes de que futuros aumentos vuelvan el escape de los problemas creados políticamente imposible.
VERSION AL ESPAÑOL DE IVAN PEREZ CARRION