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Poderoso en el exterior y débil en casa

FINANCIAL TIMES <BR>Poderoso en el exterior y débil en casa

El creciente poder económico de China se traduce en más poder estratégico. Desde la Segunda Guerra Mundial, China ha ocupado uno de los cinco puestos permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero en escasas ocasiones ha ejercido mucha influencia en sus vecinos inmediatos.

Esa situación está cambiando ahora rápidamente. Sin duda, China se está convirtiendo en un “rival estratégico” para Estados Unidos, como sin tacto alguno señaló George W. Bush cuando hacía campaña para su primer periodo presidencial hace cuatro años. China está modernizando sus fuerzas armadas y está ampliando su alcance diplomático. No escatimó esfuerzos para ganar la sede de la Olimpiada 2008 para Pekín.

Cerca de casa, China ha amenazado con invadir al Taiwán democrático, si la isla declara su independencia formal, y está proclamando vigorosamente sus derechos sobre las islas del mar del Sur de China en disputa. Rechazó las demandas populares de democracia en su territorio supuestamente autónomo de Hong Kong y se burló de Junichiro Koizumi, el primer ministro japonés, por su negativa de dar reparación a los crímenes de guerra en las décadas de 1930 y 1940. Recientemente, China fue sorprendida cuando envió submarinos nucleares a aguas japonesas. 

En Europa, China está cerca de persuadir a la Uniòn Europea para que ponga fin al embargo de armas impuesto después del asesinato en 1989 de los manifestantes a favor de la democracia. Cuando EEUU está distraído con el Oriente Medio, los líderes chinos no solo están cerca de llenar el vacío en Asia, o un tanto más allá. El presidente Hu ha estado cortejando gobiernos de África, el Oriente Medio, Asia Central y América Latina en su búsqueda de petróleo, gas, minerales y alimentos que China necesita.

La mezcla de nacionalismo y vulnerabilidad que surge de la dependencia del país de la energía y las materias primas importadas no carece de riesgos. Algunos comentaristas establecen paralelos con el Japón de los años 30 del siglo pasado, cuando los mismos factores empujaron a los japoneses a un periodo de conquistas regionales, y finalmente, a la catástrofe en manos de EEUU.

Sin embargo, por el momento no hay razón para desestimar la insistencia del liderazgo de que China desea “un resurgimiento pacífico”, y que está más interesada en sacar a su pueblo de la pobreza que en la hegemonía regional. Cada año, China se conecta más con el resto del mundo en un tránsito de doble vía de hombres de negocios, viajeros y estudiantes. Decenas de miles de chinos estudian en universidades de EEUU, Europa y Australia, y por millones, los chinos se convertirán en la nueva oleada de turistas globales.

Lejos de preocuparse por China, la administración Bush ha hallado causa común con Pekín en la lucha contra el terrorismo islámico, y ha elogiado a China por sus –hasta ahora fallidos- esfuerzos por resolver la crisis sobre el programa de armas nucleares de Corea del Norte. Colin Powell, el secretario de Estado de EEUU, calificó de recientemente las relaciones de EEUU con China como excelentes, “quizás las mejores en 30 años”.

Los desafíos reales para los señores Hu y Wen están en casa. El Partido Comunista es un anacronismo, y su supervivencia depende del crecimiento económico continuo y el poder autoritario. En meses recientes, docenas de protestas han estado surgiendo en toda China por motivos religiosos, raciales, corrupción de los gobiernos locales y la eliminación de viviendas para construir presas, o desarrollo de propiedades.

Hasta ahora no hay señales de insatisfacción pública que esté convergiendo en el tipo de movimiento nacional inspirado en las manifestaciones de la Plaza Tiananmen de hace 15 años. Pero a largo plazo, los chinos, cada vez más prósperos, educados y cosmopolitas, insistirán en la justicia y el imperio de la ley, y exigirán que su voz se escuche a la hora de decir cómo se debe dirigir el país. Esto no será un simple asunto de ideología, o el resultado de [la política] del señor Bush, o sus sucesores de expandir la democracia por la fuerza de las armas. Es simplemente el resultado político predecible de una revolución industrial.

El extraordinario auge económico de China ha provocado algunos comentarios que indican que estamos viviendo el comienzo del siglo chino. Sin embargo, Morton Abramowitz concluyó hace años en una crítica del triunfalismo asiático, que la fuerza económica no es suficiente. “En un mundo inter-dependiente”, escribió, “los que aspiran a prestarle su nombre a las centurias tienen que tener también fuerzas políticas y sistemas de valores que les permita proyectar su influencia de manera persuasiva”.

Como pronosticó Napoleón, el surgimiento de China después de siglos de sueño ha sacudido al mundo. Hasta ahora, sin embargo, el despertar es solo económico. El despertar político está por venir.

TRADUCCION: IVAN PEREZ CARRION

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