Se acepta irremediablemente que el alcalde del Distrito Nacional prefiera escuchar a las partes cuando hay conflicto entre la ley y particulares. Pero la condescendencia debe acogerse siempre al proverbio de la vela: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.
Los usurpadores de espacios públicos que degradan a la ciudad y generan peligros a transeúntes lanzados a las vías de los carros, son unos transgresores que se benefician sin pausa de las indefiniciones del poder. Las autoridades tienden a ver las invasiones como hechos cumplidos, con miedo a tocar el derecho a ganarse la vida (el padrefamilismo) de unos pocos que lo que hacen es perjudicar a unos muchos en su derecho a caminar por calzadas estorbadas permanentemente. Don Roberto Salcedo parece tomar el camino del pragmatismo exagerado. Su gestión es de: plazos, planes y negociaciones. Dar largas a los asuntos para dejarlos sin solución.
Pasa como con los textos escolares. El Ministerio de Educación admite que la ley protege a padres y alumnos contra la unilateralidad de los colegios que cambian textos cada año. Y ante el reclamo de poner fin a lo perecedero, la titular recomienda buscarle la vuelta al problema en busca de salida en vez de someter a respeto a los entes educativos. Propuso a los padres buscar un diálogo con quienes les afectan, lo que implica aceptar que los intereses de particulares y las transacciones son superiores a la ley.
La mojiganga como alegoría
La mejor respuesta a la falta de rigor y actitud tolerante de ciertas autoridades frente a las alteraciones de la tranquilidad ciudadana que causan bares en la Zona Colonial la acaban de dar los vecinos cercanos a un establecimiento de nombre Mojiganga: invitaron a quienes autorizan esos centros ruidosos, y luego hasta defienden sus malas decisiones, a que vengan una noche a dormir aquí a ver si pueden.
En ningún lugar del mundo los permisos a sitios de diversión equivalen a licencias para emitir música estridente y otros ruidos que se escuchen fuera de los locales, sin límite de tiempo y con parroquianos que irrespeten los vecindarios. En ningún lugar, la policía (en este caso Politur) puede alegar que no es de su competencia enfrentar focos de perturbación urbana porque están aprobados. Eso solo ocurriría en un país en el que la palabra mojiganga sea más apropiada para la ley que para los bares.