La camisa de fuerza del Fondo Monetario Internacional (FMI), la crisis económica que terminó en la sangrienta revuelta social de 1984, y las encendidas pugnas entre los principales dirigentes perredeístas, sellaron la salida del poder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en 1986, cerrando un corto ciclo de ocho años.
En el último período del PRD en el poder (1982-1986) estuvo dirigido por Salvador Jorge Blanco, quien pretendía llevar a cabo un Gobierno de Concentración Nacional, pero el lastre económico heredado y los errores cometidos en su gestión echaron por la borda tales propósitos.
Ese contexto político está expuesto en el libro “1978-1986. Crónica de una transición fallida”, cuyo autor, el periodista Miguel Guerrero, asegura que las pugnas entre la dirigencia del PRD frustraron la marcha hacia una transición democrática después de los 12 años del régimen de Joaquín Balaguer.
“El Gobierno de Concentración Nacional encontró la casa en completo desorden, pero fueron sus decisiones políticas las que minaron sus bases.
“Una de las conductas más censurables del Gobierno de Guzmán fue la creación artificiosa de empleos en la administración pública, lo que incrementó la nómina; pero Jorge Blanco los aumentó con resultados aun más desastrosos”, afirma Guerrero.
Asimismo plantea que “la calamidad que confrontaba el país, el viacrucis del peso, el encarecimiento de los artículos de consumo diario y esa amplia secuela de efectos que padecía la población, venían principalmente de los compromisos de una deuda externa superior a la capacidad nacional de pago”.
Economía y política. Guerrero esboza también dos grandes tensiones que rodearon la administración de Jorge Blanco: las diferencias de criterios en el equipo económico respecto al manejo de la crisis, y los enfrentamientos entre Jacobo Majluta y José Francisco Peña Gómez por la candidatura presidencial de cara a las elecciones de 1986.
Con esos dos frentes abiertos el Gobierno se encaminaba a un acuerdo con el FMI, organismo multilateral al que tuvo que recurrir para buscar un financiamiento que le permitiera enfrentar los desafíos de la debacle económica.
En enero de 1983 el FMI le prestó al país 450 millones de dólares, y el Gobierno se comprometió a eliminar las subvenciones al consumo, controlar el crédito interno, suspender la emisión de dinero inorgánico y mantener la austeridad presupuestaria.
Las medidas provocaron el incremento de los productos de consumo básico, como alimentos y medicinas, y la devaluación de la moneda.
Ese paquete económico dejó un enorme saldo de muertes, heridos, y destrucción a la propiedad privada, cuando el 24 de abril de 1984 ciudadanos de sectores populares de Santo Domingo salieron a las calles a protestas por el encarecimiento del costo de la vida.
En ese sentido Guerrero expresa que “el trágico balance de pérdidas de vida y bienes materiales de los violentos disturbios que sacudieron la capital y otras ciudades del país, no tenía precedentes”.
“Por mucho que el partido oficialista tratara de buscarle explicaciones antojadizas al estallido de violencia, muchos de los escollos que enfrentó el Gobierno se debieron a la inconsecuencia de su organización, que en ocasiones le negó el respaldo que la gravedad de la situación económica y social requería”, expresa Guerrero.
Lo inaudito: la vuelta al poder de Balaguer. El 24 de noviembre de 1985 el PRD realizó una convención para escoger a su candidato a la Presidencia, y los principales contrincantes fueron Majluta y Peña Gómez.
La escogencia se llevó a cabo en una convención que tuvo que ser abortada ante las denuncias de fraude de ambos candidatos, por lo que la crisis interna se ahondó más.
Guerrero detalla las incidencias de esa crisis, que tuvo como término la firma del “Pacto la Unión”, mediante el cual la facción de Jorge Blanco reconocía el triunfo de Majluta en la fallida convención.
Aunque con ese pacto se dio fin a la crisis interna, el deterioro del PRD era cada vez más evidente, al extremo que Majluta perdió las elecciones de quien entonces se consideraba un cadáver político: el expresidente Joaquín Balaguer.
Para Guerrero todos los dirigentes del PRD tenían altos niveles de responsabilidad en la derrota de su partido, por “sus desaforadas pugnas intestinas, en la increíble impopularidad del partido gubernamental y los intolerables niveles de corrupción y prepotencia”.