Forense: gato por liebre

Forense: gato por liebre

SERGIO SARITA VALDEZ
Los animales y muy en especial los seres humanos, tenemos la capacidad biológica de almacenar información en el tiempo a través de mutaciones en el genoma. Ello ha permitido la adaptación y supervivencia nuestra por millones de años. De una forma u otra el Homo Sapiens ha conseguido crecer en su inventiva para lograr una vida colectiva sin mayores roces trágicos que impliquen su autodestrucción.

Hemos aprendido, por medio de la práctica social, que en la vida hay cosas que parecen ser y no son, en tanto que hay otras que lo son sin parecerlo. Distinguir lo real y verdadero de lo aparente y falso no es siempre una tarea sencilla.

Tampoco existe en el mundo una cosa que tan sea buena como para no tener algo de malo. Por ejemplo, resulta una gran ventaja la facilidad con que hoy se obtienen las informaciones, conjuntamente con la rapidez con la cual un individuo se puede trasladar o ser trasladado de un sitio a otro. Sin embargo, eso que es a todas luces beneficioso, también conlleva su maleficio. En el área de la investigación médico-forense vemos con preocupación, como algunas de las ventajas del poder de la comunicación y del transporte, son utilizadas por mentes asesinas para perpetrar crímenes que antes eran desconocidos o poco usuales en el ámbito geográfico dominicano.

Queremos referirnos a la cada vez más frecuente técnica de llevar a cabo un homicidio procediendo luego a mover el cuerpo de la víctima a un lugar apartado, solitario, que puede ser un bosque, la orilla de un río, o la cercanía de la vía pública. Otro formato empleado por determinados delincuentes es el quemar a las víctimas con la consabida intención de borrar las evidencias corporales que normalmente permiten identificar a una persona. Recordemos que un cadáver sin identificar impide la elaboración correcta de un expediente acusatorio de homicidio ante la Justicia por falta de lo que en las ciencias forenses se denomina el corpus delicti, es decir, el cuerpo de una persona reconocida.

Un modelo de crimen homicida que venimos observando con extrema inquietud, debido a su incremento y a las peligrosas consecuencias que para la sociedad global se podría derivar, lo constituye el caso de sujetos que matan para robarles, o por ajuste de cuenta, y que luego sus restos son depositados en autopistas y carreteras de mucho tráfico, mayormente durante las noches, para que la muerte aparente ser el producto un accidente automovilístico a peatón.

Relatamos como ejemplo de lo expresado en el párrafo anterior la muerte violenta de dos adultos jóvenes, aparentemente ocurrida en la carretera y recibidos en el Instituto Nacional de Patología Forense. En uno de ellos se trataba en un masculino encontrado tirado en el pavimento, en la carretera Mella, cercano al poblado de San Isidro, presentando traumas múltiples y severos en el cráneo, torax y abdomen. Mostraba el occiso, marcas de una llanta que pasó por encima de su cabeza, provocando aplastamiento de la bóveda craneal y la cara. Para un médico legista superficial y no metódico, o para un investigador forense sometido a la presión de tener que concluir a la mayor brevedad su experticio, o quizás realizar el levantamiento en un lugar con poca iluminación y sin los equipos básicos indispensables, la causa de muerte pudo haber sido erróneamente establecida como trauma vehicular severo múltiple. La manera de muerte derivaría equivocadamente como accidente. Sin embargo, la autopsia evidenció la presencia de una herida por disparo de arma de fuego en el costado izquierdo, causante de la muerte inmediata, en tanto que el trauma contuso fue post-mortem, digamos que ocurrió cuando la victima había ya fallecido.

El otro caso correspondió a un individuo descubierto sobre el terreno de la vía, en el kilómetro 17 de la autopista Las Américas, con fracturas de pierna y brazo derecho, así como varias laceraciones craneales. La autopsia mostró una herida punzo-cortante en el vientre, con la consiguiente hemorragia interna masiva como causantes de la muerte, en tanto que los diferentes traumas presentes eran lesiones cadavéricas.

Cuando el experticio médico-forense incluye la autopsia, permite detallar las características internas de las lesiones traumáticas, verificando de esa forma si las mismas presentan reacción vital. La presencia de sangrado en los tejidos circundantes a los traumas contusos o cortantes es una prueba de que los golpes y heridas acontecieron en vida, lo que permite distinguirlos de las heridas post-mortem, éstas últimas no estarían relacionadas con la causa del deceso.

Debemos estar alerta acerca del progreso en el desarrollo de variedades de encubrimiento de actos criminales por parte de los profesionales del delito homicida. Estar consciente de estas nuevas realidades ayuda a que los equipos forenses responsables de los peritajes no sean sorprendidos en su buena fe y lo pongan a vivir la burlesca experiencia de que unos desalmados asesinos les den a comer gato por liebre.

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