Forense: Zapatero a tu zapato

Forense: Zapatero a tu zapato

SERGIO SARITA VALDEZ
La denominada era de Trujillo comprendida entre los años 1930 y 1961 abarca todo lo que corresponde a una generación. Sin embargo, su influencia en el comportamiento de los dominicanos ha gravitado en más de dos grupos generacionales. Rafael Leonidas Trujillo fue un hombre de su época; asaltó el poder del Estado en un período de desorden institucional y hubo de usar la fuerza para imponer a sangre y fuego su autoridad en el resto de la población.

Aún cuando hablaba de democracia, todo el mundo sabía que encabezaba una de las más feroces dictaduras en la América Latina.

Colocó en el gabinete a individuos caracterizados por su doblez, sumisión y lealtad incondicional al régimen tiránico. Nadie se atrevía a expresar opiniones contrarias a las suyas, so pena de sufrir una destitución deshonrosa, el encarcelamiento y quien sabe si hasta la muerte dependiendo de la relevancia de la desavenencia. El servilismo total era lo único que satisfacía al inflado ego del megalómano sátrapa. No causaba asombro alguno cuando el temido jefe designaba al más inepto de los ineptos en un cargo importante con la finalidad de hacer ver a todos su potestad para premiar o castigar a sus súbditos.

Mucha gente aspiraba a ser jefe de lo que fuera, cosa de la que el generalísimo tenía plena consciencia y que por lo tanto explotaba a su antojo. Para nombrar a una persona no se tomaba en cuenta su capacidad, preparación académica, ni currículum, lo único que se le requería era el carné de inscripción del Partido Dominicano, comúnmente conocida como la palmita, conjuntamente con la cédula de identidad y «el librito» que era la constancia de haber realizado el servicio militar obligatorio. Oficiales y hasta generales los había analfabetos y semianalfabetos que escribían cajón con G. Nada de eso importaba con tal de que a ciegas cumplieran las órdenes que les eran impartidas.

Es cierto que con la desaparición física del tirano el grueso de la población supuso liquidado el régimen al ver derribados sus monumentos y bustos, borrados los nombres de familiares en calles y avenidas, saqueadas, quebradas o liquidadas sus empresas y haciendas, desmantelado su partido, así como obligados a salir del país a sus parientes y colabores más cercanos. Sin embargo, hubo algo importante que no murió con Trujillo, me refiero a las costumbres que llegó a sembrar en la mente de millones de dominicanos. En el seno hogareño y en la escuela se educó por la fuerza, jamás se utilizaron métodos persuasivos, ni razonamientos lógicos para enseñar y convencer al niño, joven o adulto. Las cosas le eran impuestas al pueblo a las buenas o a las malas como es lo típico en una dictadura. Contribuyó a reforzar esa cultura la vuelta al poder de Joaquín Balaguer quien volvió a colocar a reconocidos colaboradores del nefasto régimen. Una especie de neotrujillismo vino a gobernar el país de 1966 a 1978. La última rémora de esa era la vivimos de 1986 a 1996.

Entrado un nuevo siglo y con ello un nuevo milenio persiste todavía en la mente de algunos intelectuales nuestros ese comportamiento neotrujillista. En su fuero interno desprecian y se burlan de los anhelos y esperanzas populares, pretenden imponer sus caprichos y veleidades a rajatabla. Esta gente se molesta cuando alguien les razona diferente a sus empecinamientos, o cuando les hace ver públicamente lo desfasado o fuera de tiempo de sus proyectos, reaccionando con terquedad contra viento y marea.

Se llega al ridículo de fabricar, al vapor y como por arte de magia, instituciones bautizadas como científicas sin los hombres y las mujeres capacitadas para el trabajo investigativo y la enseñanza, en áreas como son por ejemplo la investigación forense, la cual al mundo moderno le ha tomado centurias en desarrollar. Si fuera por nombramiento o por designación interna que se crearan los recursos científicos de una nación entonces es probable que la República Dominicana debiera ocupar uno de los primeros lugares. Aquí en la Quisqueya amada hace añales que enseña quien no es maestro, toca quien no es músico y nos señala el camino quien no lo conoce.

Para beneficio de la sociedad tiene que llegar el día en que cada ciudadano ocupe el lugar que por preparación, capacidad y vocación le corresponda. Será entonces cuando por fin veremos cumplirse aquel sabio dicho popular que en modo imperativo reza de la forma siguiente: ¡Zapatero a tu zapato!

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