«Conseguí escapar de este lugar», dice Nazmi Hanafiah con una risa nerviosa.
Hace un año, este ingeniero informático de 30 años se mudó a Forest City, un ambicioso complejo de viviendas chinas en Johor, en el extremo sur de Malasia, donde alquiló un departamento de un dormitorio en una torre con vistas al mar.
A los seis meses, Nazmi se dio cuenta que ya había tenido suficiente. No quería seguir viviendo en lo que él llama una «ciudad fantasma». «No me importaba el depósito, no me importaba el dinero, solo quería irme», dice.
Para esta entrevista, nos encontramos en la misma torre de varios pisos en la que él vivía. «Se me eriza la piel de solo volver», dice. «Aquí se está muy solo, solo tú y tus pensamientos».
Puede leer: Kenia enviará obreros agrícolas a Israel, que perdió trabajadores por la guerra en Gaza
El mayor desarrollador inmobiliario chino, Country Garden, presentó en 2016 Forest City, un megaproyecto de US$100.000 millones.
En aquel momento, el boom inmobiliario chino estaba en pleno apogeo. Los desarrolladores recibían préstamos de cantidades impresionantes para construir propiedades tanto en su país como en el exterior, dirigidas a compradores de clase media.
En Malasia, el plan de Country Garden era construir una metrópolis ecológica con campo de golf, parque acuático, oficinas, bares y restaurantes. La empresa dijo que Forest City llegaría a hospedar a casi un millón de personas.
Ocho años después, el complejo se ha convertido en un recordatorio de que no hace falta estar en China para sentir los efectos de la crisis inmobiliaria que se vive en el país asiático.
Hasta el momento, solo se ha construido el 15% del proyecto y, según estimaciones recientes, poco más del 1% del total está ocupado.
A pesar de tener que hacer frente a una deuda cercana a los US$200.000 millones, Country Garden declaró a la BBC que es «optimista» respecto a la finalización del proyecto.
«Da miedo estar aquí»
Forest City se anunciaba como «un paraíso soñado para toda la humanidad» aunque, en realidad, se dirigía directamente al mercado nacional chino.
La iniciativa inmobiliaria buscaba darles a las personas con aspiraciones económicas la oportunidad de tener una vivienda en el exterior además de su casa en China.
Los precios de venta estaban fuera del alcance de la gran mayoría de los malasios.
Para los compradores chinos, la propiedad sería una inversión que podrían alquilar a malasios como a Nazmi, o utilizar como casa de vacaciones.
Pero la ubicación aislada de Forest City -construida en unas islas recuperadas, lejos de la gran ciudad más cercana, Johor Bahru- desanimó a los posibles inquilinos y le valió el apodo de «ciudad fantasma».
«Para ser sincero, da miedo», dice Nazmi. «Tenía muchas expectativas puestas en este lugar, pero ha sido una experiencia muy mala. Aquí no hay nada que hacer«.
Forest City desprende una atmósfera extraña: parece un complejo de vacaciones abandonado.
En la playa desierta hay un parque infantil abandonado, un coche antiguo oxidado y -tal vez con cierto acierto- una «escalera a ninguna parte» de hormigón blanco.
Junto al agua hay carteles que desaconsejan el baño debido a la presencia de cocodrilos. En el centro comercial construido especialmente para el complejo, muchas de las tiendas y restaurantes están cerrados; algunas unidades son solo obras en construcción vacías.
En clave surrealista, hay un tren infantil vacío que da vueltas interminables alrededor del centro comercial mientras suena en bucle.
Al lado, en la sala de exposiciones de Country Garden, hay una enorme maqueta que muestra el aspecto que tendría una Forest City terminada. En el puesto de venta hay un par de empleados con cara de aburrimiento con un cartel sobre ellos que dice: Forest City. Donde la felicidad nunca termina.
De lejos, el mayor atractivo del área es su condición de zona franca.
En la playa pueden verse montones de botellas de alcohol desechadas y algunos bebedores locales, que son los que protagonizan el grueso de la actividad humana en el lugar.
Cuando cae la noche, Forest City se queda a oscuras. Los enormes bloques de viviendas que se levantan sobre el complejo contienen cientos de apartamentos cada uno. Pero no más de media docena tienen las luces encendidas.
Me cuesta creer que alguien viva aquí.
«Este lugar es escalofriante», dice Joanne Kaur, una de las pocas residentes con las que me encuentro. «Incluso de día, cuando sales por la puerta principal, el pasillo está a oscuras».
Ella y su marido viven en la planta 28 de una de las torres; son los únicos en toda la planta. Al igual que Nazmi, son inquilinos y, también como él, piensan marcharse en cuanto puedan.
«Lo siento por la gente que invirtió y compró una casa aquí», dice. «Si buscas en Google ‘Forest City’, no es lo que ves aquí hoy. Debería ser el proyecto que se le prometió a la gente, pero no lo es», añadió.