Forget about Paris

Forget about Paris

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
Paris Hilton es un producto mediático. Simboliza el hedonismo de las clases más globalizadas, el alta o media, «con aspiraciones». Advertimos que el hedonismo se ha «democratizado», y sin pretender desarrollarlo en este espacio, es evidente que las clases de menos ingresos tienen sus propias manifestaciones de hedonismo. Sin embargo, Paris Hilton es un reflejo particular de las clases más pudientes y en este punto también vale la pena profundizar.

La vida de la rica heredera es el «reality» más «real» de la TV: sabemos de todas las cosas que le gustan, tenemos todos los teléfonos de los famosos con los que se codea, sabemos de sus amistades, sus fiestas y sus gustos más íntimos, y lo interesante es que cientos y miles de personas, pasivamente consumimos Paris Hilton como si de verdad aportara algo a nuestras vidas.

Su fama, viene de la nada, y es por esa razón, y no por otra, propia de los tabloides que parece interesante dedicar algunos párrafos a la tristemente célebre Paris Hilton. Lo dicho, Paris Hilton no es famosa por nada en particular. No ha llegado a la cima por cantar bien, ni por bailar bien, ni por su capacidad histriónica, ni siquiera por su buen gusto y aún cuando todos los medios se sienten compelidos a iniciar los reportajes diciendo «la bella y sexy heredera» tampoco en los estandarizados cánones estéticos encontramos nada extraordinario en su belleza que justifique su fama. Al fin de cuentas, Paris Hilton nace famosa por su apellido y heredera al fin, se hace más famosa simplemente a partir de serlo. Tan ávidos están los medios por servirnos información inútil ¿o tan ávidos estamos nosotros que demandamos ese tipo de información?

La pobre niña rica, como seguro ha visto el lector, ha sido readmitida en un centro de detención por disposición de un juez; la acusada fue condenada por manejar de forma peligrosa bajo los efectos de drogas y alcohol, violando al mismo tiempo condiciones que le habían sido impuestas en una sentencia anterior. Muchos conocen, por el nivel de detalle servido, que Paris Hilton se niega a comer entre sollozos y lágrimas, mientras cumple condena en la cárcel.

Lo paradójico es que el público consume noticias de Paris Hilton en la misma página que en República Dominicana se nos sirve la información de que un obrero «celoso» mató a su mujer y se suicidó (El Nacional. 10 de Junio de 2007) y a nivel internacional, en el mismo cuerpo del periódico se da cuenta de la muerte de seis miembros de una familia y la herida de un niño de dos años, en Wisconsin, Estados Unidos (New York Times, misma fecha).

Los medios no están dando más pulgadas individualmente a una noticia que a otra, le están dando la misma. Lo paradójico es que una noticia se vuelve global, como la de Paris Hilton, mientras que otras se quedan a un nivel bastante local (como la violencia contra la mujer), dando la impresión de que los medios están llenos de vanalidad. Hay una evidente ventaja en las noticias que vemos por canales internacionales repetidas localmente versus las que sólo aparecen en medios locales. ¿Pero a cuál le estamos prestando más atención?

 Entonces llegamos al punto más importante, más inquietante, es el «ciudadano» por razones que no es menester discutir aquí, el que elige la más de las veces un tipo de información que no le exija nada. La audiencia quiere verse mejorada a si misma, quiere soñar con su propio bienestar material y hacer las dietas y llevar el estilo de vida que mejor acomode nuestra imagen de nosotros mismos. Gilles Lipovetsky dice: «Don Juan ha muerto; una nueva figura, mucho más inquietante, se yergue, Narciso, subyugado por sí mismo…». Los publicistas de aquí y acullá hablan de la teoría aspiracional (sic) para justificar, por ejemplo en nuestro país, todos los modelos de las marcas más importantes son gente «blanquita». Dicha teoría que en la práctica parece darle resultados concretos al publicista, confirma que la falta de criticidad del público es estructural. Es decir, estamos demandando de los medios, aún pasivamente, lo superficial. Don Juan ha muerto…y la idea de lo trascendente también. Hemos renunciado a pensar.

Siendo justos, el tema de la vanalidad de las noticias se hace un círculo vicioso, o dicho de otra forma, la oferta crea su propia demanda; pero las soluciones tipo TVES en Venezuela o los debates desde el moralismo religioso o feminista no hacen más que profundizar la elección narcisista (Lipovetsky) en tanto que lo que capta nuestra atención, por breve tiempo hay que decir, es aquello que nos prometa la última utopía en pie: la felicidad individual. El resultado social, sin embargo, es que las clases más pudientes se apartan de la «hedionda» política, y se aburre de lo público (Paris Hilton considera que el único pecado imperdonable es ser aburrido) cayendo en la indiferencia pura. ¿Cuál es el problema? Una sociedad no puede subsistir si todos, todo el tiempo están pensando en qué es lo «divertido» o placentero.

No sé si es por vocación política más que por deducción de lo analizado, pero creo que hay una «salida» a la era de vacío en la que nos encontramos puede estar en volver la vista a la razón. Desde esta posmodernidad tratar de rescatar los elementos que podamos de la Modernidad. Si bien la razón dejó, como muchos otros valores, de ser el único y último referente, quizá debamos recuperar alguna cordura…una criticidad sin absolutos y sin el subjetivismo de los «ismos» políticos, religiosos o ideológicos, una vuelta a la razón. Los elementos y herramientas están a nuestra disposición. Dicho simple, necesitamos olvidarnos de Paris…aún sea por un momento.

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