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En las grandes ciudades de Latinoamérica, los sicarios suelen ser muchachos que no saben o no quieren hacer otra cosa que comerciar drogas, robar y hasta matar por el dinero que les ofrecen capos mafiosos para eliminar a individuos o autoridades que ponen en peligro sus vidas o sus negocios.
En nuestros países también es ampliamente conocido el contubernio y complicidad de autoridades policiales y de seguridad con traficantes y negocios ilegales. Aunque es de justicia señalar que muchas veces los propios miembros de la fuerza policial están atrapados entre la complicidad de agrupaciones políticas y grupos mafiosos, que suelen incluir a miembros de alto rango de su propia organización.
Desde la antigüedad es conocida la estrecha vinculación entre los que participan en oficios y actividades de alto riesgo y determinado patrones de religiosidad.
Malinowski observó que los pescadores de las islas Trobriand, celebraban rituales solamente cuando salían a pescar en alta mar. Nunca cuando pescaban en lagos.
La religiosidad popular en países mayoritariamente católicos, suele ser la matriz ideacional de estas manifestaciones, las cuales tienen muy poca vinculación espiritual con los principios del cristianismo en sus versiones católicas o protestantes.
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No obstante, nuestra religiosidad popular viene del Medioevo europeo, mezclada localmente con creencias ancestrales africanas, que al ser prohibidas a los esclavos negros fueron por estos camufladas con el santoral católico y religiones ancestrales indígenas.
Por lo que la religiosidad popular suele ser una especie de religión alternativa a la iglesia oficial, que se separa de las normas y doctrinas eclesiales, y es asumida especialmente por los grupos socialmente más deprimidos.
Como religiosidad alternativa no existe la presencia de ninguna autoridad eclesiástica. El propio sicario, o sea, el mafioso, se hace sacerdote de su propio rito. En el caso de Medellín (Vallejo, “La virgen de los sicarios”) el propio sicario prepara las balas “rezadas”, se pone escapularios de la Virgen en el cuello, en las manos para no fallar la bala y en los pies para que la Virgen le ayude a escapar sano y salvo.
Con frecuencia en los deportes de alta competitividad, particularmente aquellos en los que las cifras salariales corresponden a determinados niveles de “performance” o rendimiento, vemos a menudo la presencia de determinadas manifestaciones de religiosidad.
Y no es extraño que muchas madres, e incluso las familias completas aumenten sus devociones a los santos cuando sus hijos están en torneos de alta competividad, especialmente cuando sus resultados incidirán directamente en futuras y abultadas sumas de dólares.
No es, pues, extraño ver deportistas y otros personajes no tan católicos con cadenas de oro con media docena de santos y amuletos colgando de sus cuellos.
Una especialista en restauración muscular me refirió que frecuentemente, cuando al prospecto se le lastima un músculo, el grupo familiar completo va a acompañarlo a las sesiones de terapia. Obviamente, se trata del futuro de toda la parentela.
Muchos seguidores de nuestros partidos políticos también suelen desarrollar conductas que no se alejan de estos patrones.
(Continuará).