EFE. REPORTAJES. A media hora en barco de la mítica y alocada Ibiza, la isla de Formentera se jacta de proteger la intimidad de sus visitantes y de saber conjugar el turismo con la protección del medio ambiente. Sin aeropuerto donde aterrizar, su llegada por mar desanima al tradicional turista, pero estimula a quienes saben que el esfuerzo merece la pena.
Pese a tratarse de una pequeña isla de 9.500 habitantes, con 19 kilómetros de largo y 14 kilómetros de longitud máxima, su forma recortada hace que cuente 66 kilómetros lineales de costa, por lo que el visitante puede deleitarse en pequeñas y recónditas calas o en extensas playas de arena, rocas o dunas, todas ellas jalonadas con agua de una transparencia infinita.
La posidonia. El secreto de las nítidas aguas de Formentera radica en una inmensa pradera de posidonia de ocho kilómetros de extensión que ocupa todo el norte de la isla y va hasta el sur de Ibiza, una planta que vive bajo el mar y que se considera el organismo vivo más longevo que existe, con cien mil años de existencia.
La posidonia, una auténtica selva marina, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999 por actuar como depuradora natural para limpiar el agua y permitir la sedimentación de arena en el litoral, proteger las especies marinas y propiciar la existencia de aves, atraídas por la bondad del ambiente.
Una isla accesible y cómoda de caminos verdes, bosques de pinos y sabinas, en contraste con sus zonas rurales, mucho más agrestes, con numerosas higueras, para que el visitante pueda hacer un alto en el camino y degustar las brevas o los higos chumbos mientras descansa de su caminata en cualquier sombra de su ruta.
La ausencia de construcciones en la mayor parte de su litoral y la apuesta desde hace décadas por un turismo sostenible ajeno a las masificaciones urbanísticas, hacen de este rincón del Mediterráneo, con una temperatura media de 18,6 grados centígrados, uno de los últimos paraísos perdidos y refugio y fuente de inspiración de multitud de artistas y artesanos.
Jazz y desertores de guerra. En la capital de la isla, San Francisco Javier, desde mayo hasta octubre abundan los mercadillos de ropa y artesanía instalados a las puertas de las tiendas, muchas de ellas regentadas por antiguos hippies de mayo del 68, que se instalaron allí en los años setenta y que mantienen su residencia en verano.
La segunda población de la isla, San Fernando, cuenta con la Fonda Pepe como mítico lugar de peregrinaje porque, se dice que allí se refugiaron los desertores de la Guerra de Vietnam.
En la tercera localidad de la isla, La Mola, otro faro y un monumento dedicado a Julio Verne cubre las expectativas turísticas del visitante, junto el mercadillo artesanal abierto todos los miércoles y domingos por la tarde desde mayo hasta mediados de octubre.
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Inspiración
Por aquí pasaron también legendarios músicos como Robert Fripp, The King Crimson y Bob Dylan. Los paisajes de Formentera también inspiraron hace diez años al director de cine español Julio Medem para rodar su sensual película Lucía y el sexo. El Cap de Barbería, en el extremo suroeste, un acantilado repleto de pequeñas esculturas de piedra o realizadas por los visitantes para que se cumplan sus deseos, sirve de lugar de peregrinaje a la puesta del sol, sobre todo en noches de luna llena. Allí, parejas enamoradas y visitantes asombrados, contemplan el sol y la luna al mismo tiempo, ante unos bellos y escarpados acantilados, junto a un antiguo faro.