Fórmula homicida

Fórmula homicida

SERGIO SARITA VALDEZ
La sociedad dominicana ha experimentado una acelerada transformación yendo de una población mayormente rural a una de predominancia urbana, todo ello en menos de cuatro décadas. Se pudiera decir que nuestros campos han visto reducirse sus manos agricultoras y ganaderas las cuales han ido a engordar los cinturones de miseria de las ahora hipertrofiadas ciudades.

 Ninguna de las comunes cabeceras del país cuenta con la capacidad para proveer una óptima alimentación, techo, empleo, educación, servicios de salud, ni suficientes centros para sanas recreaciones y prácticas deportivas para esa ola humana de gente ociosa que las ha invadido. La explosión migratoria de campesinos al pueblo no se ha correspondido en igual proporción con la disponibilidad de recursos estatales y privados  para responder con urgencia a tantas necesidades repentinas.

De forma parecida ha acontecido con el flujo de dominicanos hacia el exterior, en especial hacia el territorio norteamericano. Se cuentan en cientos de miles los nacionales que tanto de manera correcta como de modo ilegal han llegado a los Estados Unidos, principalmente al Estado de Nueva York y zonas aledañas. Tampoco han estado esos jóvenes emigrantes capacitados para ocupar puestos relevantes en fábricas ni industrias que requieren de individuos previamente entrenados en altos centros educativos.

Esos briosos corceles humanos cargados de energía en su interior tienen que consumir todo ese potencial acumulado. Lo ideal fuera que ese torrente de fuerzas vitales se canalizara en beneficio de la colectividad y del individuo. Sin embargo, el caldo de cultivo citadino es como una caja de sorpresa: está lleno de cosas buenas y de cosas malas, siendo estas últimas con frecuencia más atractivas que las primeras. El peligrosamente atractivo y fácil mundo del narcotráfico, drogas, el alcohol, juegos ilícitos, mafia y gangas son trampas en la que con frecuencia son atrapados muchos criollos que soñaron con un futuro halagüeño al momento de su partida del suelo natal.

La incorporación de jovenzuelos usuarios de estupefacientes a grupos de asaltantes y criminales ha ido haciendo de las metrópolis unos espacios inseguros y tenebrosos en donde los que osan salir y deambular por sus calles no saben si regresarán sanos y salvos libres de percance alguno al hogar. Peor aún es saber que quienes deciden permanecer en casa tampoco pueden cantar gloria ya que cada día es mayor el número de maleantes que penetran en las residencias con la finalidad de apropiarse de lo ajeno.

Para colmo de males ya es de público conocimiento el que gente de mala calaña fue integrada a los cuerpos de seguridad del Estado durante el cuatrienio pasado lo que viene dando lugar a que delincuentes enmascarados bajo el uniforme militar y policial sorprendan a cándidos civiles que veían en aquella vestimenta seguridad y confianza. El Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez acusó a esas autoridades del pasado gobierno de haber distribuido armas de fuego a muchos civiles de modo irresponsable, haciendo que en las trifulcas en vez de escuchar el chasquido de las piedras lo que se oigan sean las detonaciones de los proyectiles de pistolas, revólveres, escopetas y hasta armas de guerra.

Para corroborar con las declaraciones del máximo prelado de la Iglesia Católica Dominicana diremos que en el cuatrienio 1996-2000 la mayoría de los homicidios en el país eran debidos a heridas por arma blanca mientras que actualmente son las armas de fuego las usadas con mayor frecuencia para segar la vida humana. Las muertes violentas eran de naturaleza accidental, ahora 4 de cada cinco defunciones no naturales son de orden criminal y solamente un 20% han sido no intencionales.

Durante el período comprendido entre agosto del 2000 y agosto 2004 solamente escuchamos desde la máxima autoridad estatal la voz del insulto, la grosería y la agresión verbal. Cuatro años después esa escuela graduó a millones de jóvenes que solo entienden el lenguaje de la violencia para dirimir los conflictos. Sume a ello la cantidad de deportados por crímenes en los Estados Unidos que ingresan al territorio dominicano, agréguele los hombres que armó el gobierno de Hipólito Mejía, y luego complete dicha fórmula explosiva con la deteriorada economía que heredó la presente gestión gubernamental.

Con una herencia fatal como la arriba descrita a nadie debe extrañar el índice de violencia aún reinante en el suelo quisqueyano. Ante semejante cuadro dramático un criollo de pura cepa, recién llegado a la ciudad, probablemente exclamaría en su vernácula jerga: ¡Hasta poco me lo jallo yo!

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