Forzar la discusión

Forzar la discusión

Hay temas que se tornan impermeables a las argumentaciones y al análisis únicamente porque el poder optó por una solución y no tiene interés alguno en que se discutan. De ahí que se pretenda, cuando la indiferencia no puede con las oposiciones, descalificar a quienes piensan distinto. Y ese es un actuar pequeño.

Una propuesta constitucional es importante como conjunto y obviamente en sus partes. Sin embargo hay en ella aspectos de mayor sensibilidad política: condiciones y herramientas que impactan en la conservación y/o facilitación del poder.

No debe de sorprender, por consiguiente, que lo relativo a la reelección, a la unificación de las elecciones y la consecuente sincronización del período del Congreso y los Ayuntamientos con el presidencial, el tamaño de la Cámara de Diputados, el organismo electoral y el de la nacionalidad, despierten más interés inmediato que otros.

Hasta ahora, por lo que se ha visto, las reacciones a la iniciativa van desde el histérico rechazo al apoyo total, complaciente e interesado. Son actitudes maniqueas y extremas que abdican de lo que la realidad es, que nunca ha sido ni será monocolor.

Afortunadamente hay opiniones menos atadas, que por serlo, son atendibles y razonables aunque expresen puntos de vistas bien diferentes.

Serán estas las que harán la discusión aunque la marginen las rebatiñas de una clase política de escaso vuelo. Es ese tipo de diálogo, más sano y trascendente, el que debiera estimularse. El debate no es asunto de expertos: hay gente que aporta con sencillez hasta en los mismos comentarios en los periódicos.

Pese a que el PRD finalmente presentó una propuesta para establecer la constituyente como órgano ordinario de reforma, los votos no le dan para establecerla. Estamos, entonces, en camino de una Asamblea Revisora, con indudable potencia normativa para modificar y cambiar la Constitución siempre que no altere la forma de gobierno. Aunque sea tan amplia como un texto nuevo. Se podrá acudir a cualquier instancia pero nada en buen derecho la puede detener.

Cruzarse de brazos, mirar en otra dirección, no participar o simplemente obstruirla no conducirá a nada ni siquiera para que al final del proceso el producto se rotule de parcial y oficialista. Al Presidente le quedan muchos recursos. Podría una vez aprobada someterla a referéndum y ganarlo. El documento no es todo malo y si mucho bueno, lo que complica la decisión de un NO. De esa manera la santificaría con el voto popular. ¿Sería, al final de cuentas, una reforma “leonelista”?

Se pierde mucho y no se obtiene nada boicoteando la reforma. Pero sí se gana haciendo que la Constitución sea más dominicana, mas de todos y menos de los que buscan acomodarlas a sus proyectos políticos. La que inicia su curso no es ya la reforma de la comisión ni del Presidente. Es un documento público que ha de ser moldeado.

Hay que forzar la discusión. Eso de dejar de lado la oportunidad huele a 1974: la abstención aquella por amedrentación.

 

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