DIÓGENES CÉSPEDES
El Centro Cultural de España inauguró el 7 de diciembre de 2004 una exposición titulada Archivo Conrado, la cual fue recogida en un catálogo de 50 páginas, bueno para la época, pero ahora han unido su esfuerzo tanto la entidad cultural como la empresa Tricom para editar un libro formal, que impacta por la calidad, el papel y la nitidez de las fotos reproducidas, así como por las explicaciones de los textos de los colaboradores.
En efecto, el texto de Javier Aiguabella explica los orígenes de la exposición y las vicisitudes entre el Centro Cultural y el Archivo General de la Nación, cada uno con parte de la razón (la necesidad de la difusión pública opuesta a la falta de garantía ante la pérdida de un patrimonio nacional) y nos edifica del valor de la perseverancia cuando pensamiento, decisión, acción y resultados son una misma y única cosa.
El de Bernardo Vega nos adentra en los contextos históricos y políticos que posibilitan la llegada de Schnitzer al país y cómo, de médico judío-austriaco que no puede logar la reválida de su título debido a su desconocimiento del idioma español, logra echar mano a su afición de fotógrafo para convertirla en oficio y llegar a ser durante su estancia en Santo Domingo el favorito de periódicos y revistas y el “pintor” de cámara del pequeño emperador Trujillo y su familia.
En cambio, el texto de Miguel Holguín Veras, investigador del Archivo General de la Nación, nos remonta a la historia de la fotografía inventada por Niepce en 1826 y perfeccionada por este y Daguerre en 1829. Y lo interesante del trabajo de Holguín Veras es que logra documentar la llegada del primer fotógrafo al país en 1851, quien, cámara en mano, comienza a retratar, como es lógico, a los representantes del poder. De ahí, el investigador traza la historia de la fotografía en el país hasta el día de hoy.
Y para cerrar la saga, el comisario de la exposición, el español Juan Manuel Díaz Burgos, quien se autodefine como fotógrafo e investigador, nos adentra en el biográfico y médico de Conrado, llamado así por los círculos donde se movió y a causa de la imposibilidad cultural de pronunciar correctamente su nombre y apellido en un idioma desconocido para la élite política y cultural dominicana. Díaz Burgos nos aclara también una parte de la vida de Schnitzer que estuvo en la sombra hasta hoy: sus actividades desde que sale de Santo Domingo hacia los Estados Unidos en 1943 o antes de febrero de 1944 hasta el año de su muerte en 1973. Todos estos datos biográficos y las demás aportaciones de Aiguabella, Holguín Veras y Vega los leerá con provecho el lector en el libro que reseño.
Por de pronto, paso a referirme al libro en sí. Es un cliché, más gastado que el de Matusalén, decir que una foto vale por mil palabras. Para muestra, las fotos de Conrado en este libro. El lector que las ve se queda de piedra. Completamente perdido si se le pidiera que explicara con palabras la significación de una cualquiera de esas fotos. En un período tan enigmático y oscuro como el de la Era de Trujillo, todo era secreto, en voz baja, por señas, nadie escribía a no ser para no decir nada o que el corresponsal y su familia o la “situación” estaban bien o muy bien, aunque fuera rigurosamente incierto.
Así, con el mismo misterio, han de verse las fotos de Conrado en este libro. No hay contextos. No hay fechas, los nombres de los personajes se esfuman. Se necesita un trabajo de criptógrafo. Incluso ni los responsables de la edición, quienes identificaron con textos al calce las diferentes fotografías, pudieron identificar a muchos de los protagonistas de más viso público, como el nombre del Encargado de Negocios español (se trata de Rafael de los Casares y Moya, y esposa, acompañados del presidente títere Manuel de Jesús Troncoso y su esposa Alicia Sánchez (p 49). Este diplomático español. oh paradoja de la vida, hará los informes más despiadados de Trujillo y su dictadura. Volveré con este tema en el próximo artículo.
O a la acompañante de Flor de Oro Trujillo en el estadio de béisbol. O, por ejemplo, los nombres de los tres personajes que acompañan a Trujillo (p 94) en el bautizo del niño Enrique Pichardo. O los dos personajillos que acompañan a la Niña Angelita Trujillo el día de su onomástico, conjeturo, pues el título de Santo de Angelita Trujillo no se entiende en español dominicano (p. 95). O el personajillo principal de la foto (p. 98) que se parece a Ramfis Trujillo, pero que no se dice quién es y que le ha robado el show a los demás, como rascándose la pierna.
El lector constatará que cada fotografía puede llevarse más de mil palabras para iluminar el contexto en que se produjo. Por ejemplo, las dos fotos (pp. 128 y 129) dicen lo siguiente: “Fiscal y policía en la investigación del suicidio de Juan Pablo Bernier, empleado de Aduanas” y “Suicidio de Juan Pablo Bernier”. Es cierto lo que alguien puede argumentarme: El fotógrafo Conrado no tenía por misión explicar cada una de las fotos que tomó. Cierto, pero los investigadores que hicieron el libro, sí. Es a ese trabajo que se le llama iluminación de los contextos políticos, sociales, históricos y culturales. Es posible que los periódicos del día siguiente al suicidio hablen del suceso. Pero en una dictadura, ¿dirán las razones del suicidio?
En la foto del suicidio, tomada en un cuartito de un sanitario, aparece la cabeza ensangrentada del suicida y la mano derecha pende en el aire. No se ve abajo, por oscuro, el arma de reglamento con la que debió quitarse la vida. ¿Quién era Bernier? ¿Estaba emparentado con Manuel Antonio Bernier y Julieta Bernier (Susana) o con Cornelia Bernier, hermana de los anteriores y quien debió cambiarse el nombre por el de Cornelia Jiménez, acérrimos enemigos de Trujillo, los tres, según informa Bernardo Vega en varias páginas de su libro “Unos desafectos y otros en desgracia”? (SD: Fundación Cultural Dominicana, 1986, pp. 99, 155, 160-61-202, 209 y 255).
Pero estos Bernier que cito eran exiliados antitrujillistas de peso y de cuidado. En ese libro de Vega (p. 99) Telesforo R. Calderón, Secretario de la Presidencia, se dirige al Secretario de Estado de lo Interior y Policía en oficio 7598 de fecha 13 de marzo de 1948 para transcribirle una delación de María Rufino Collado (del colegio María Auxiliadora) a Trujillo, en la cual le dice que la señora “Cornelia Jiménez, la cual se cambió el apellido, es hermana de Manuel Antonio Bernier, quien vive desde hace años en New York y es enemigo jurado del Presidente”. La delatora da un informe detallado de las actividades de Cornelia y su propósito de viajar en breve a Nueva York para encontrarse con su esposo cubano Manolo Ocá. Pero además, Rufino da la dirección donde se hospeda Cornelia y en el nombre de la persona que la hospeda y el lugar de nacimiento de la hermana de Manuel Antonio, es decir, el Santo Cerro de la Vega.
No estoy afirmando ni negando nada, sino expresando que a cada fotografía, si va en un libro, hay que generarle sus contextos. Aunque sin estos, el libro es encomiable por el esfuerzo hecho. Invito a su lectura a quienes se interesen en la intrahistoria de nuestro país, a leerlo y ver cada imagen con pasión y traten de establecer los contextos de cada fotografía.