El 11 de octubre de 1956, el Dr. Alan R. Moritz, para ese entonces director del Instituto de Patología de la Universidad Western Reserve, ubicada en Cleveland, Ohio, ofreció una conferencia magistral en la 36va reunión anual de la Sociedad Americana de Patólogos Clínicos, llevada a cabo en la ciudad de Chicago. La disertación tuvo como título “Clásicos Errores en Patología Forense”. Uno de esos yerros consistía en no documentar mediante fotografías las evidencias recogidas durante la experticia judicial.
El registro secuencial de imágenes es una parte vital del procedimiento de la necropsia ya que la técnica de disección conlleva la introducción de artefactos generados durante la evisceración, corte de los órganos y toma de muestras de los mismos. Se registran imágenes antes, durante y después de las secciones anatómicas.
Lejos de pensar estaba el hoy fenecido y siempre recordado profesor Moritz, que el laboratorio de procesamiento de las imágenes iba a evolucionar más allá del papel y el celuloide a la versión electrónica de los pixeles y del advenimiento del laboratorio digital y el consabido “photoshop”.
Si bien es verdad que la Kodak revolucionó el mundo con su cámara automática, también no es menos cierto que la era digital ha facilitado enormemente la captación de alta calidad, pero al mismo tiempo ha abierto una brecha peligrosa a la manipulación y distorsión de las fotos. El retoque y la superposición de imágenes, así como la inserción de objetos o partes de otras fotografías, son fraudes potenciales a tener en mente. Afortunadamente existen programas de informática que permiten determinar el sitio y la fecha de la toma, amén de si ha sido alterada la fotografía original.
Idealmente se prefiere colocar una barra de código de colores que permita comparar el matiz del objeto fotografiado con la cinta de colores, de un modo tal que el rojo referente se corresponda el rojo de la foto. Se puede saber la marca y el modelo de cámara utilizado, el número de apertura del lente, la velocidad o tiempo de exposición y la sensibilidad o ASA asignada. A la altura del siglo XXI no se admiten fotos en blanco y negro para autopsias de cadáveres en fresco; no deben confundirse las fotografías con los estudios de imágenes de tomografía y de resonancia magnética que sí suelen registrarse en blanco y negro.
El fotógrafo forense hace su labor basada en la realidad, objetividad y la fidelidad. No se esconden defectos, al contrario, se enfatiza la necesidad de un claro y detallado registro de las anomalías y se hacen tomas de su contraparte normal, con la finalidad de comparar lo normal con lo patológico. El médico forense debe ser sistemático en su labor, por lo cual se rige siguiendo un protocolo de manejo, sin que ello implique dejar de hacer las modificaciones que ciertas circunstancias demandan. Es mandatorio secuenciar desde la escena del crimen hasta el cierre del cadáver. Un ordenado registro de imágenes facilita exponer con precisión el procedimiento en los tribunales meses o años después del peritaje.
Sigue siendo una verdad de Perogrullo eso de que una imagen ahorra más de mil palabras. Por ello debemos insistir en una buena resolución y profundidad de campo de la foto que permitan una ampliación sin que se distorsionen los detalles.
Mantengamos la vigilancia contra el fraude y montaje fotográfico en la práctica de la medicina forense.