Fotos dramáticas de Sebastião Salgado

Fotos dramáticas de Sebastião Salgado

POR MARIANNE DE TOLENTINO
Una anécdota enseña el potencial y la intensidad permanente de las fotos de Sebastião  Salgado. Relatan que, en el año 2001, un lector del periódico francés Le Monde expresó su sorpresa de que hayan utilizado una fotografía de Salgado, captando la Avenida Jade-Maiwan en Kabúl, vuelta una sucesión de ruinas, para ilustrar los desastres de la guerra en Afganistán, en el presente, cuando había sido tomada cuatro años antes…

Por cierto esta foto –o una de la misma serie– con una mujer vestida con burca y un hombre joven en primer plano, se encuentra en la exposición del CCE. La observación consistía pues en que se trataba de una foto de archivo, sin fecha mencionada, y no de actualidad.

Ese simple dato, susceptible de repetirse inagotablemente, muestra que la fuerza de una obra de Sebastião  Salgado como testimonio, tiene en el tiempo un mismo valor, y que el espectador siente su impacto al igual que en el contexto original. Así sucede, cuando visitamos la exposición –de excelentes tiradas laminadas– que presenta el Centro Cultural Español, impresión incrementada por el hecho de que no hay allí una ubicación estrictamente cronológica. Que sean imágenes de los ’80 o de los ’90, su elocuencia nunca se pierde: el mensaje, casi siempre trágico, golpea, a manera de un reportaje de hoy y provoca la reflexión acerca de la injusticia y la barbarie de la época, en muchas partes del mundo.

Acerca de Sebastião Salgado

Al igual que para Yann Arthus-Bertrand –el autor de La Tierra vista desde el cielo actualmente expuesta en Santiago–, la entrega de Sebastião  Salgado a la fotografía fue una segunda vocación, que pronto le exigió una dedicación exclusiva.

Nacido en Minais Gerais (Brasil) en 1944, estudió Economía en universidades de Brasil, Estados Unidos y Francia, trabajando exitosamente hasta 1973 en la Organización Internacional del Café. En aquel año, el destino cambia: el joven profesional empieza a tomar fotos con la cámara de su esposa Leila, colaboradora de siempre. Sucesivamente, entra a formar parte de las agencias internacionales Sygma, Gamma y Magnum –donde se concitan personalidades estelares del fotorreportaje–.

Sebastião  Salgado no ha cesado de fotografiar a los excluidos y las víctimas del éxodo, con énfasis en la niñez, en más de 40 países. Ha presentado decenas de exposiciones y recibido los premios mundiales más prestigiosos. Consignó sus obras en importantes libros, siempre informativos y portadores de mensajes y textos estremecedores.

La muestra del Centro Cultural Español ofrece la oportunidad de que apreciemos obras maestras, en blanco y negro, que aunan la excelencia técnica, el valor estético y la profundidad de la mirada. Se sale de la visita, a la vez seducido y estremecido. No cabe duda de que Salgado –él mismo lo dijo– ha expresado tanto las penas como la valentía de quienes sufren, con una resonancia excepcional.

Pesar, éxodo y vida

La exposición, distribuida entre la gran nave central y la sala posterior, se divide en secciones temáticas, cuyo titulado se acompaña de un breve texto, que comenta globalmente las imágenes presentadas. Ahora bien, trátese de Forzados al exilio, Refugiados de guerra, Los niños, Megaciudades, o Lucha por la tierra, todas presentan el común denominador de la discriminación, el dolor y la extrema pobreza –sobre todo los habitantes del hemisferio Sur–. Son gentes «desplazadas», que debieron huir de sus países o regiones respectivas por masacres y persecuciones, que tuvieron que trabajar lejos de sus casas y familias, o que no poseen su «plaza al sol» en inmensas aglomeraciones urbanas donde no son más que «bestias de carga». Es un estudio sociológico, terrible y acusador –sin necesidad de insistir sobre las responsabilidades públicas y privadas–. Las imágenes hablan.

Desde el punto de vista estético, fundamental. La belleza les permite llegar más hondamente a la sensibilidad del espectador, son pequeñas obras maestras de enfoque, encuadre y composición, a la vez que la ciencia de la luz provee esa iconografía de claroscuro, de sombra –o tinieblas–, de raros destellos de luz –¡el blanco de un ojo!–, donde los matices suelen transmitir el mensaje dramático. Casi siempre la toma es directa e instantánea, pero prolongando el tiempo de exposición, Salgado obtiene efectos asombrosos: así las olas de pasajeros desembarcando de los trenes en la estación Church Gate (Bombay), que ¡parecen aves de corral!

Como Cartier-Bresson, él puede fijar el instante irrepetible, aunque la miseria, la urgencia y el dolor se repiten y, en esta era de crueldad, ¡aceleran su repetición! Le interesa más establecer un testimonio de la condición humana, y a través de la fotografía levantar una especie de acta del infortunio. Las tomas del Ruanda –siendo víctimas los antiguos victimarios– y de la India –con su atroz desigualdad– constituyen ejemplos del requisitorio implacable.

Si no hemos pronunciado la palabra «muerte», omnipresente –no solamente en Chiapas y la vigilia de los difuntos (asesinados) por los dolientes–, es que, a pesar del horror y de la desesperanza, una chispa de vida se conserva para el futuro, transmitida por las mujeres y los niños –como los que aprendieron a esconderse de día, en cuevas, para escapar de la soldatesca–.

Hasta la fotografía de dos mujeres afganas, con su indignante burca remendada –impuesta por los talibanes–, anónimas por definición, deja transparecer un tal vez futuro con la piernita de un infante y el «bulto» de otro debajo de la ropa materna. Los campos de refugiados, pese a las atrocidades que los generan, dan más chances de supervivencia, si las criaturas todavía están en pié… A ese respecto hemos de citar, con incontrolable escalofrío, a las mujeres, mutiladas por minas antipersonales, que todavía sonríen –casi coquetamente– ante el objetivo, al menos una de ellas.

La más impactante y hermosísima fotografía será inolvidable. Se trata de tres infantes –¡quien sabe su edad!– huérfanos del Zaire (África es constante escenario de la desgracia). Demacrados y cubiertos por una manta, ellos miran… El del medio, con sus ojos exorbitados, parece vislumbrar la llegada de la Muerte. Los otros dos expresan una infinita tristeza, sino resignación ante la fatalidad –¡la vida todavía no se apagó!–. Aparte del documento que se graba en la memoria, la composición, las líneas directrices –verticales, horizontales, curvas–, los matices enlutados, contribuyen a su estética, a nuestra fascinación.

Los retratos de los niños transmiten todo el amor y el respeto del fotógrafo, mucho más que la compasión. ¡Y cuánta fuerza en las miradas –así esa niña con una llaga en la comisura de los labios–! Esperamos, como él, que podrán asegurar el futuro de la humanidad. La joven palestina es un tesoro de belleza.

Visitar esta exposición de algunas fotografías de Sebastião Salgado nos hace mirar el mundo dos veces.

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