Francia 2005

Francia 2005

ROSARIO ESPINAL
Pudo haber ocurrido en Inglaterra, Holanda o Alemania, pero sucedió en el país de Europa con la mayor concentración de inmigrantes de origen no europeo. La muerte de dos jóvenes electrocutados en su huida de la policía parisina, se convirtió en el factor desencadenante de disturbios sociales sin precedentes en Francia desde los años sesenta.

¿Por qué ocurrió? ¿Quiénes son los culpables? ¿Qué hacer?  ¿Cuáles serán las consecuencias? Son preguntas que se debaten actualmente en Francia y otros países europeos.

¿Son culpables los jóvenes de su vandalismo contagiante?  ¿Son irresponsables los padres que no han controlado los menores?  ¿Es culpable el Estado que no ha ofrecido mejores servicios y oportunidades para que los inmigrantes y sus descendientes obtengan educación y empleos similares al resto de la población? ¿Es culpable la sociedad nativa que no ha podido integrar adecuadamente los nuevos inmigrantes?

Alto desempleo, desigualdad social, segregación residencial, familias fracturadas, identidades transformadas, racismo, desesperanza juvenil, intransigencia policial e ineptitud de los funcionarios del gobierno, se señalan como posibles causas de los disturbios.

La lista de preguntas y respuestas es larga, pero la realidad es ineludible: los sujetos descolonizados que emigraron a las antiguas potencias coloniales, como es el caso de Francia, han reaparecido a fines del 2005 en una envoltura de rabia social expresada por sus hijos adolescentes.

El proceso migratorio se inició durante los movimientos independentistas en Africa, Asia y el Caribe en los años cincuenta y no ha cesado desde entonces, incluso a pesar de las crecientes restricciones que han impuesto los países europeos para controlar la migración.

Como resultado, han surgido nuevos segmentos poblacionales de origen no europeo, unos con ciudadanía y otros no, que han transformado la textura social de la antigua Europa, que fue siempre multi-étnica, pero racialmente homogénea.

Por esta razón, de manera inevitable, la raza adquiere en Europa nuevos y conflictivos significados. Es causa de temores, conflictos sociales y nuevos movimientos políticos.

En este sentido, las revueltas de Francia marcan un cambio porque acelerarán la reconstrucción, conflictiva o armoniosa (el tiempo dirá), de las relaciones entre la población blanca europea y los inmigrantes y sus descendientes de origen africano, árabe y caribeño.

¿Podrán Francia y la Unión Europa aceptar esta creciente heterogeneidad social, que no es sólo de clase sino también racial y cultural? ¿Podrán los estados nacionales y el Estado-Unión avanzar en la construcción de sociedades democráticas plurales, respetando los derechos políticos, sociales y culturales de todos los ciudadanos y residentes? O por el contrario, ¿se sentirán las sociedades europeas amenazadas e inseguras, y por tanto, tentadas a utilizar la fuerza y la exclusión para mantener un orden social resistente al cambio?

Un asunto nodal en este proceso de transformación es si los países de Europa Occidental podrán incorporar estos nuevos sujetos sociales bajo los postulados de la ciudadanía social, que fue vital para mejorar las condiciones de vida de la clase obrera europea bajo el Estado Benefactor en la post-Segunda Guerra Mundial.

Intentarlo no está de moda en estos tiempos neoliberales de recortes sociales y exaltación del mercado.  Hacerlo supondría un alto costo económico que tendrían que pagar los más pudientes.  No hacerlo por considerar las demandas de los inmigrantes injustas o inmanejables, conllevaría un alto costo social y político por las desigualdades y resentimientos que se acumularían.

Además, para enfrentar los problemas asociados con la integración de los nuevos inmigrantes, las sociedades europeas tendrán que abordar no sólo la cuestión de la movilidad económica, como ocurrió con la clase obrera tradicional, sino también la diversidad cultural y racial.  De lo contrario, la xenofobia pudiera bloquear los esfuerzos económicos que se hagan para mejorar las oportunidades de los inmigrantes y sus descendientes.

El desafío es inmenso. Lo más sencillo será terminar con los disturbios y restablecer el orden público.  Lo difícil será encontrar una modalidad de integración social acorde con los principios de libertad e igualdad que ha postulado la Europa moderna, y con las políticas públicas de corte socialista que contribuyeron a elevar el nivel de vida de muchos trabajadores europeos en la post-guerra.

Un grave peligro radica en que los disturbios agudicen en la población nativa francesa y europea la distinción entre “nosotros” y los “otros”, lo que generaría mayores tensiones raciales y desigualdad social.

Los eventos recientes en Francia transcienden la significación inmediata de las revueltas porque los inmigrantes y sus descendientes ya no podrán ser un dato a esconder o ignorar.  Han aparecido como actores sociales, aunque haya ocurrido de forma vandálica y desorganizada.

Por su parte, cada Estado-Nación y la Unión tendrán que decidir si optan por querer preservar una esencia social y cultural ancestral, o incorporan exitosamente dentro de los parámetros del progreso y la modernidad, la diversidad de razas y culturas que cohabitan actualmente en Europa y la transforman.

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