Francia, a expensas de terrotistas

Francia, a expensas de terrotistas

Aunque luzca exagerada la afirmación, Francia corre riesgos al promulgar la ley que prohíbe a las musulmanas usar la pañoleta en los centros escolares. Pero los políticos franceses están decididos a seguir adelante con esta disposición.

En efecto, el Senado aprobó por 276 contra 20 la ley que ya en febrero logró el voto de 494 miembros de la cámara baja, contra sólo 36 oponentes. Comenzó, por tanto, el conteo regresivo hacia la aplicación de esa ley, porque el Presidente Jacques Chirac tiene, este lunes, menos de una semana para refrendar o rechazar la ley.

¿Por qué aludo a los riesgos? Algunos musulmanes declararon a medios parisinos de comunicación social que la ley es un remedo de las acciones de las cruzadas. En Francia viven muchos musulmanes que son asilados políticos o económicos de sus pueblos. Proceden de países del Asia en donde la intolerancia religiosa, cultural y étnica es distintiva de sus formas de vida. La intransigencia religiosa permea a la familia por vía del trato a la mujer, y se mezcla con una miseria irredenta en la mayor parte de esos pueblos.

No es de dudar que entre tales refugiados se encuentren miembros de sectas radicales en busca de pretextos para expresar sus inclinaciones. En su mayor parte son individuos que guardan recónditas reservas y enormes frustraciones contra las formas de vida de sus países. Pero proyectan las mismas contra Occidente. Viven en naciones europeas o en Estados Unidos de Norteamérica porque la estratificación social y económica permite la promoción humana en estas naciones. En estas culturas pueden lograr la libertad y el progreso que les niegan sus sistemas natales.

El gran problema es que, en ocasiones, aún logrando sus metas individuales de vida, sienten rencor hacia Occidente. Imagino que relatos tradicionales conservan deformes historias de los sucesos de unos tiempos en que las religiones batían su verdad entre el ruido de los arcabuces y el choque de espadas y cimitarras. Por tanto, cuando esos radicales quieren expresar su descontento, utilizan medios arteros y exhiben conductas aleves. Viven en Francia, o España, o Italia, o Alemania, pero el resentimiento criado en noches de resurrección de cuentos centenarios, prevalece en su ánimo.

Por supuesto, la mayor parte de estos exiliados políticos o económicos agradecen la acogida o el trabajo que se les ha ofrecido. Pero la radicalidad de su religión les impide acogerse a plenitud a las maneras occidentales. De ahí que las musulmanas que viven en Francia hayan protagonizado las constantes exhibiciones que se han visto en el último año, contra la ley que ya se aprobó. Tal vez, en su intimidad, buena parte de ellas desea despojarse de la almalafa. Pero saben que serán signadas y que podrían ser víctimas de esas oscuras condenas que sólo terminan con la muerte.

Aquellas son culturas extrañas. Conozco matrimonios de dominicanas conversas que en República Dominicana viven como cualquiera de nuestras parejas. Al irse, ellas han retornado horrorizadas porque el hombre afectuoso que han conocido y tratado entre nosotros, se vuelve descortés e irritable entre los suyos. A las hijas que se atreven a mirar a los ojos a otros hombres, las lapidan hasta la muerte. Contra tales formas de vida, no pueden las musulmanas que viven en Francia, y por ello, han externado en ruidosas protestas su rechazo a la ley.

Pero, ¿y tras ellas? Tras ellas puede hallarse uno que otro desatinado que busque un pretexto para mostrar la fortaleza del islamismo radical. Para la transformación de ese milenario pensamiento debió servir la caida de los talibanes en Afganistán. En busca de ello debió realizarse una labor basada en las experiencias de Mustafá Kemal Ataturk en Turquía. Sus huellas debieron ser pisadas por los occidentales, para calcar el proceso mediante el cual transformó el pensamiento de su país. Pero no tuvimos paciencia, pues el petróleo nos llamaba con urgencia en Irak.

Y con el paso dado, no hicimos sino estimular la radicalización de los resentimientos históricos que conserva una parte, ínfima pero activa, del islamismo.

La amenaza que vive Francia por la voladura de trenes, explota, tal vez, las tensiones latentes por la ley contra el uso público en las escuelas de símbolos religiosos. Pero es evidente que son ladrones vulgares, terroristas sin oficio, que piden millones de euros y dólares para no hacer descarrilar trenes llenos de pasajeros. El silencio detrás de éstos es lo que debe mover a las agencias francesas de inteligencia. Para evitar que la promulgación de la ley provoque a descocados fanáticos musulmanes.

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