Francisco Alberto ¡cuarenta años!

Francisco Alberto ¡cuarenta años!

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Fue cuando el vientre del deshonor abortó una infame carta pidiendo para la patria de febrero y de agosto una invasión. Entonces en una burda cartulina hecha con bagazos de caña y cáscaras de algarrobo, se «esfuminó» una imagen que se plasmó en una vulgar caricatura del anexionista «siño» Pedrito Santana.

Cuarenta años han pasado. Fue en el mes de abril, de un año que se llamó 1965. Ya en las calles las multitudes con sus gritos los aires atronaban: ¡Constitución del 63! ¡Juan Bosch Presidente!.

Por la televisión salió un hombre uniformado que ostentaba el rango de coronel. Habló con serenidad y lucía juventud y gallardía. En la mano derecha tenía unos papeles y dijo: «Pueblo desde el aire están tirando estos volantes. Estos papeles son mentirosos, no creas pueblo, en lo que ellos dicen. Pues aseguran que vienen a tomar la ciudad y eso constituye una patraña. Pueblo: Las ciudades no se toman desde el aire. ¡No, jamás! Las ciudades se toman por tierra, que vengan a tomarla por tierra, que lo intenten, que de la Avenida Duarte no pasarán. Pueblo ni un paso atrás, ni siquiera para tomar impulso!»

Así habló el 26 de abril, Francisco Alberto Caamaño Deñó. Mi comandante.

Cuarenta años han pasado y hoy recordamos que en el «puente», una tarde de abril una mística leyenda surgió. Esa tarde por el buen nombre de la patria, de la cabeza a los pies cubierto de sudor, de polvo, de humo y de pólvora, el pueblo con más de diez mil ojos llenos de asombro, vio a Francisco Alberto Caamaño Deñó. En realidad, lo del «puente» fue una tarde de muerte, una tarde de horror, una tarde de gloria. Una tarde en que los malcriados de la «Embajada» supieron que la promesa de la televisión fue cumplida: «Las ciudades no se toman desde el aire, que vengan por tierra a tomarla, que de la Avenida Duarte no pasarán».

La tarde del 27 de abril no valieron los aviones ni los blindados tampoco. Los enemigos de los constitucionalistas quedaron aniquilados, quedaron dispersos… estaban en desbandadas.

Y el 28 de abril del 1965 el gobierno del tejano míster Johnson anunció la invasión necesaria de la República Dominicana. Todo era «para evitar una nueva Cuba».

El 4 de mayo frente al Baluarte del Conde, iluminado por los resplandores de la sentencia inmortal de «Dulce et Decorum est pro Patria Mori», se juramentó como Presidente Constitucional de la República en Armas, Francisco Alberto Caamaño Deñó. Evocando e invocando a uno que sabía lo que decía, a don Emilio Lapayese, y a guisa de reiteración, hoy decimos: «El significado de aquel abril, hace ya cuarenta años, ha sido tan tergiversado y tan prostituído que preferiríamos pasarlo por alto. Pero tenemos que recordarlo porque ahora menosprecian deslealmente a Caamaño»

En verdad Caamaño tenía unos enemigos tan poderosos y tan sin entrañas, que como Augusto C. Sandino el inmortal campeón de Las Segovias, no tendría seguridad en ninguna parte. Entonces se vio por la infamia traicionado, vigilado, delatado y hasta vendido por los «treinta denarios de Judas» ahora acrecidos y multiplicados. En Europa lo hubieran liquidado físicamente. Y de 1967 en adelante su vida se prolongó por su permanencia en Cuba hasta finales del 1972.

Entonces a comienzo de 1973 retornó a su patria a sembrarse en una de sus montañas. La siembra del héroe acaeció el 16 de febrero de 1973. La orden de asesinarlo fue drástica. ¡»En este país no hay cárcel para ese preso!»

La siembra del héroe hace 32 años, ya ha dado por resultado el nacimiento de todo un bosque de primorosos laureles. Ahora paciencia. La paciencia es la ciencia de la paz. Esperemos los frutos del bosque de los caamañistas laureles.

Francisco Alberto ¡Caramba! Y…¿se han atrevido ciertamente, a menospreciarte deslealmente? No jamás, nunca más, nunca más. El cuervo agorero de míster E. A. Poe hace tiempo que graznó en inglés: ¡Never more! ¡Never More!

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