Freddy Gatón Arce, el centenario olvidado

Freddy Gatón Arce,  el centenario olvidado

Freddy Gatón Arce (1920-1994) es conocido como uno de los integrantes de La Poesía Sorprendida, movimiento poético que realizó cambios definitivos en la poesía dominicana en la década de los años cuarenta del siglo XX. Entre sus hitos literarios se encuentra el poema surrealista “Vlía”, con el cual la poesía dominicana participa de las experimentaciones poéticas que propuso el francés Andrés Bretón. Los antólogos han reiterado su poema de carácter social “Además son”, clásico dentro de la poesía fundacional dominicana que se entronca en “Los humildes” de Federico Bermúdez.
Además de poeta, Gatón Arce fue un destacado periodista, director del Departamento de Comunicación Social de la UASD. Fue director del periódico “El Nacional” desde su fundación y colaboró en distintas publicaciones. Fue uno de los codirectores de la “Revista de La poesía sorprendida”.
A mi manera de ver, integra el grupo de los poetas más importantes del siglo veinte, junto a Domingo Moreno Jimenes, Franklin Mieses Burgos, Héctor Incháustegui Cabral, Aída Cartagena Portalatín, Pedro Mir y Manuel Rueda. Su escritura paciente y constante solo tuvo imprenta fuera de los medios de comunicación hasta que publicó Retiro hacia la luz (1979), que recoge en gran parte una portentosa creación poética. En los últimos años de su vida pudimos leer muchos de los libros que publicó que, según el colofón, se imprimieron en tiradas de dos mil ejemplares. Entre los que podemos citar: “Son guerras y amores”, (1980) “Y con auer tanto tiempo” (1981), “Estos días de tíbar” (1983) “Cantos comunes” (1983), “Mirando el lagarto verde” (1985), “La moneda del príncipe” (1993), entre otros.
La importancia de este poeta, estudiado por Carmen Prosdocimi de Rivera en “La poesía de Freddy Gatón Arce, una interpretación” (1993), es de capital importancia para repensar el movimiento de las ideas poéticas en la República Dominicana que habían sido sacudidas por el modernismo. Antes de este movimiento el neoclasicismo y el romanticismo dominaron el escenario de nuestras letras. Así lo testimonian la poesía de Javier Angulo Guridi y los integrantes de “La lira de Quisqueya” (1874), de José Castellanos.
Otro momento de teorización de nuestra poesía aparece en los escritos de Deligne, (Gastón F. Deligne, “Obras completas 2. -Galaripsos y prosas”. Santo Domingo, Biblioteca de Clásicos Dominicanos XXV, Fundación Corripio, 1996); luego que César Nicolás Penson realizara una flor de la poesía dominicana. También debo mencionar el escogido de Marcelino Menéndez y Pelayo. Con estas acciones se va conformando el canon de la poesía dominicana que tiene en Max Henríquez Ureña al biógrafo historiador y a Joaquín Balaguer, después, como el primer estudioso textual que buscó la génesis de las influencias (textualidad) de la poesía dominicana. La crítica de Balaguer, romántica y deudora del historicismo se centra en buscar la originalidad de las obras.
Los movimientos de vanguardia vinieron a cambiar la escritura del poema en la sociedad dominicana. Vigil Díaz en “Galeras de pafos” (1921), ruptura estudiada por M. Rueda (1977), José Alcántara Almánzar (“Estudios de poesía dominicana”, 1979) y luego por Diógenes Céspedes en “Lenguaje y poesía en el siglo XX” (1985) y en la introducción a la obra de Virgil Díaz, (“Vigil Díaz y Zacarías Espinal, dos poetas del siglo XX”, Consejo Presidencial de Cultura, 2000. Díaz dio los primeros pasos en el nuevo rumbo de la poesía. Es necesario aclarar que también había ya un deseo de renovación con los jóvenes de 1900 (Max Henríquez Ureña, 1945), la poesía de Ricardo Pérez Alfonseca (“Oda de un Yo”, 1913), y los intentos de Tulio M. Cestero, bordeando la poesía de D’Annunzio, pero que él entendía que el autor de su época que más había calado en su escritura era el francés Maurice Barrès, del que extrae el culto al yo y el nacionalismo.
En el tránsito del modernismo, o del mundonovismo, cabe realizar una mención importante con el cambio escritural de un poeta imprescindible para entender la poesía dominicana: el cambio que le da a la estética modernista, Federico Bermúdez, con su ya citado libro “Los humildes” y en otro menos conocido: “Oro virgen”. Desenlazar la poesía de los elementos parnasianos y de la orquestación de Rubén Darío fue un logro de este autor a quien no se podrá negar el inicio de la mirada social que ha predominado en el canon literario luego de la posdictadura.
La ruptura más declarada en la literatura dominicana es la del postumismo de Domingo Moreno Jimenes y Andrés Avelino. Remito al libro de Andrés L. Mateo “Manifiestos literarios de la República Dominicana” (1980), donde parecen las actas de nacimiento de las corrientes que surgen en el periodo de entreguerras. En nuestro país, estas tendencias tienen dos acontecimientos históricos fundamentales: la ocupación estadounidense (1916-1924) y el ascenso del brigadier Rafael L. Trujillo a la presidencia de la República.
La Poesía Sorprendida será en la década de los cuarenta, el grupo de poetas que realizarán una afirmación definitiva de la escritura poética en Santo Domingo. En primer lugar, su actitud es vanguardista, pero con una crítica a la estridencia y poses de las primeras vanguardias. Remito al ensayo aparecido en la Revista de la Poesía Sorprendida (“Visiones y revisiones de la poesía dominicana, “La Poesía Sorprendida y el Postumismo” no. XIV, mayo de 1945), posiblemente escrito por Franklin Mieses Burgos y Freddy Gatón Arce. En él aparece ya un deslinde de los aportes del Postumismo a la poesía dominicana y las coordenadas por donde se enrumbará en los años siguientes la Poesía Sorprendida.
Algunas de las ideas que he venido expresando arriba y otras que integran las bases del canon, por ejemplo, de Manuel Rueda y Lupo Hernández Rueda (“Antología panorámica de la poesía dominicana” 1912-1962, publicada en 1972), aparecen bosquejadas ya en ese artículo. Las diferencias de visiones sobre la poesía y las prácticas de los poetas son analizadas por Mieses Burgos y Gatón Arce. Resulta una especie de parteaguas entre la estética anarquista impuesta por el furor de las vanguardias europeas, adaptadas a la realidad dominicana con su aspiración nacionalista e hispanoamericanista. Veintitrés años después del manifiesto postumista (Avelino: “Fantaseos”, 1921), Mieses Burgos y Gatón Arce ven terminado el Postumismo e intentan afianzar una estética más universalista.
El tema de los universales y el nacionalismo son ideologías que recorren el mundo en un momento en que las ideas fundacionales de la modernidad habían entrado en crisis, como el proyecto de modernización en las Antillas con los enclaves azucareros que posibilitaron el surgimiento de una pequeña clase media convocada al consumo y al cambio en su estilo de vida, mientras la mayoría de la población era campesina (rondaba el 80%) y las ciudades mostraban perfiles urbanagrarios.
Los intelectuales tienen como centro de reflexión como el ocaso del occidentalismo del libro de Oswald Spengler “La decadencia de occidente” (1918) y en las Antillas hispánicas la escritura de ensayistas como García Godoy, en República Dominicana; Jorge Mañach, Juan Marinello, Fernando Ortiz, en Cuba, y Tomás Blanco y Antonio S. Pedreira, en Puerto Rico. Muchos de estos autores, estaban bajo el influjo de las deconstrucciones del F. Nietzsche y su influencia en España, en Miguel de Unamuno y el occidentalismo en la filosofía y los ensayos culturalista de José Ortega y Gasset. La corriente nacionalizante, que intenta dar una respuesta culturalista a los problemas de nuestros pueblos, se expande por América, en la que se destaca Pedro Henríquez Ureña y en la universalista (y a veces nacionalista) se debe mencionar a José Lezama Lima, en Cuba, a Antonio S. Pereira y José Isaac de Diego Padró, en Puerto Rico (continuará).

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