El pasado jueves recibí una llamada de mi esposa Jacqueline Sánchez, en la que me señalaba su preocupación por el estado tan deteriorado en que vio a Fremio. La noticia no dejó de impacientarme y me dispuse a llamar al psicólogo Rolando Tabar, viejo amigo de ambos, quien me informó que lo vio unas dos semanas atrás y notó que no lo reconoció, lo que también le preocupó, ya que lo habitual cada vez que nos veía era llamarnos por nuestros nombres, recordar un sin número de detalles de nuestra convivencia en el barrio de Ciudad Nueva, y de paso ponernos un peaje de 100 pesos, cuanto menos.
A Fremio lo recuerdo desde mediados de la década de los 60, hábil en el béisbol, participaba en el ambiente político de la época, siempre más agitado que el resto de nosotros, luego nos acostumbramos a verlo como “diputado vitalicio”. Sus discursos de barricada siempre se acompañaban de sonrisas, transmitiendo alegría y confiabilidad a los que le rodeaban. Aunque conocíamos también que su mundo interior se debatía en una lucha entre lo ilusorio y lo racional, sabiendo que esta última siempre estaría lejos de ganar.
Intentando recoger datos para refrescar la memoria sobre Fremio, encontré una excelente entrevista que le realizara Jimmy Sierra hace algún tiempo, en la que hace galas de su gran sabiduría y jocosidad.
Creo que el caso de Fremio refleja la realidad de cientos de pacientes psiquiátricos que deambulan en las calles de todo el país sin tratamiento supervisado y sin garantías de atención, alimentación adecuada y dejados a su suerte.
En nuestro país prácticamente se ha desmontado la atención de los pacientes con enfermedades mentales; el Hospital Psiquiátrico Padre Billini funciona parcialmente, aunque existen varios centros privados para la reclusión de enfermos mentales; si bien es cierto que los centros manicomiales han dejado de funcionar como se concibieron en la antigüedad ya que eran instituciones que nacieron y se desarrollaron como mecanismos de marginación y aislamiento para salvaguardar y proteger al enfermo mental de la sociedad y a ésta de aquel.
Estos centros no representaban en lo más mínimo un modelo curativo para sus pacientes internos, más bien se dedicaban a establecer un tratamiento a dosis respuesta desinsertada de los aspectos preventivos, poca inversión en medios diagnósticos, y por lo general muy pocas probabilidades de lograr instaurar un tratamiento precoz y continuar con la rehabilitación necesaria del enfermo.
Pero este problema no solo afecta a nuestros pacientes con enfermedad mental. También se genera un proceso de desarticulación de la familia y sus posibilidades económicas, lo que agrava más la situación del paciente y la de los que lo rodean.
Hoy, la política sanitaria moderna se plantea nuevos hospitales psiquiátricos con adecuada protocolización de las diferentes modalidades de tratamiento a ofrecer, la variedad de día como parte de un programa preventivo, el de internamiento con el objetivo de estabilizar frente a patologías y descompensaciones de mayor complejidad, participación de los pacientes en terapia laboral (arte y oficios) hogares intermedios y una participación comunitaria en la rehabilitación de los pacientes y sus familiares.