Frente a dos intervenciones

Frente a dos intervenciones

FABIO RAFAEL FIALLO
La intervención militar de 1965 fue vivida por el pueblo dominicano, y con toda la razón del mundo, como un grave traumatismo político y moral, como una profunda herida a nuestro orgullo nacional. Como subrayamos en nuestro artículo anterior, todas las condiciones estaban reunidas para que se librase una guerra patria en nuestro país. La presencia de tropas extranjeras, el espíritu de revuelta que animaba a la juventud dominicana y otros grupos sociales, así como la valentía de muchos militares constitucionalistas, hacían más que posible una lucha de ese tipo. Sin embargo, por razones que analizaremos más tarde, nunca salimos del estadio de guerra civil.

POR LOS CAMINOS DE ABRIL (31)

Para dar a comprender mi punto de vista, partiré de una hipótesis difícil de rechazar: si en verdad la intervención de Estados Unidos hubiese alterado la naturaleza y los objetivos de la contienda de abril, haciéndola pasar, de contragolpe militar que había sido en un inicio, a guerra patria propiamente dicha (con los constitucionalistas convirtiéndose ipso facto en los abanderados del patriotismo), un cambio de tal envergadura debería haber conllevado modificaciones sustanciales en por lo menos tres aspectos del conflicto: una ampliación de las fuentes de apoyo al campo constitucionalista; un aumento de las manifestaciones de adhesión a dicho campo; y, más importante aún, un reajuste significativo del discurso y las consignas de los líderes de la Revolución de Abril. Ahora bien, eso no ocurrió, como empezaremos a ver a través de una breve comparación con lo que sucedió en la época de la ocupación norteamericana de 1916-1924.

En 1916 tropas norteamericanas invaden el país. Se erigen en potencia ocupante. Ni una sola parcela de nuestro suelo queda fuera de su inicua jurisdicción. De nada vale: dominicanos de todas las regiones, de todas las edades, de todas las clases sociales, afrontando riesgos, desafiando amenazas, manifiestan como pueden su reprobación. Figuras políticas de todos los bandos y partidos dejan a un lado sus odios ancestrales y unen sus esfuerzos en pro de un objetivo que los trasciende: el rescate de la soberanía nacional. Del seno de la sociedad civil, en numerosas ciudades, brotan espontáneamente las “juntas nacionalistas”, formadas por hombres y mujeres que se proponen como única misión luchar en contra de la invasión. Y en el campo, los “gavilleros” lanzan con limitadísimos medios una guerrilla rural, mostrando así, de forma patente y heroica, que no es sólo en nuestras ciudades en donde vibra el sentimiento patrio con ardor.

Ante tan enardecida resistencia, la represión se instala, embiste por doquier, como lo reconoce un informe de 1921 del propio Senado americano. Las cárceles comienzan a albergar a quienes combaten la ocupación, entre ellos el poeta Fabio Fiallo, mi bisabuelo, mientras que los gavilleros son objeto de una cruenta persecución. De nada vale: las manifestaciones de protesta no amainan; la prensa sigue publicando artículos en contra de la invasión; los llamamientos al boicot del pago de impuestos y a otros actos de desobediencia civil encuentran un eco favorable en la población; y se forma una agrupación, la Unión Nacional Dominicana (de la que es miembro fundador mi abuelo Viriato Fiallo), que exige la evacuación “pura y simple”, sin condiciones, de las tropas americanas instaladas en el país.

En resumen: tan pronto como los soldados norteamericanos ponen los pies en nuestro territorio en 1916, los viejos antagonismos políticos pierden la vehemencia que los caracterizaba, los rencores partidistas, si no se esfuman, se atenúan sustancialmente, y la población se organiza y manifiesta, a pesar de la represión omnipresente, en contra de la ocupación. La política e incluso la vida social de la República Dominicana giran en torno a un objetivo capital: sacar del país al invasor.

Vayamos ahora a la contienda del 65. Se ha dicho que desde el momento mismo de la llegada de tropas extranjeras, el grupo constitucionalista cesó de representar un mero alzamiento antigolpista y se convirtió en el movimiento del rechazo de la intervención. A partir de ese instante, se añade, fue una guerra patria en contra del invasor lo que aquel movimiento encabezó. De haber sido ese el caso, al igual que en 1916-1924 habríamos visto un sobresalto nacionalista, una movilización masiva en contra de la intervención, que hubiera dejado atrás, absorbiéndola, la dicotomía existente al inicio del estallido del 24 de abril.

Pero entonces, si el campo constitucionalista ofrecía (como se ha dicho) una vía idónea para canalizar la fibra nacionalista del pueblo dominicano, ¿cómo se explica que un salto de la categoría de sublevación antigolpista a la de guerra patria propiamente dicha no dio lugar a que la gama de dirigentes políticos y de la sociedad civil que apoyaron y se integraron a dicho campo se ampliara ostensiblemente a raíz de la intervención?

Que quede claro. Numerosos fueron los actores de la vida política y de la sociedad civil de la época que combatieron gallardamente, hasta dar la vida en muchos casos, del lado del movimiento constitucionalista contra aquella funesta intervención; y eso va al crédito tanto de las personalidades que actuaron así como del movimiento al que éstas se asociaron. Pero no es menos cierto que la gran mayoría de esos valientes compatriotas se había incorporado a la lucha en los días u horas que siguieron al estallido militar y no a raíz de la intervención. Y es la cronología de esas adhesiones, el hecho de que, en su mayoría, éstas no se produjeran a consecuencia de la intervención sino antes de la misma, y por tanto independientemente de ella, lo que hace que dichas adhesiones no puedan ser atribuidas a un cambio, en la percepción del pueblo dominicano, de la naturaleza de la contienda de abril.

Y que no se arguya, para tratar de explicar la ausencia de nuevas adhesiones masivas a la causa constitucionalista después del desembarco del 28 de abril, que salvo excepciones todos los nacionalistas dominicanos se encontraban ya, antes de aquel ominoso desembarco, en las filas del movimiento que luchaba por el retorno de Bosch al Palacio Nacional. Eso equivaldría a afirmar que el inmenso potencial nacionalista y patriótico de nuestro pueblo no iba más allá de quienes se habían sumado a la acción constitucionalista desde los primeros instantes de la contienda, opinión ésta que, por conocer la vocación nacionalista de nuestro pueblo, me resisto a compartir.

Por otra parte, a diferencia del caso de 1916-1924, la movilización nacionalista en 1965, desafortunadamente, no alcanzó magnitudes significativas en el interior del país ni en las zonas de la Capital que quedaron fuera del control constitucionalista. En esos lugares no se constituyeron agrupaciones similares a esas juntas nacionalistas que en 1916- 1924 enfrentaron valientemente al invasor, y fueron escasas las manifestaciones en contra de la intervención o los llamamientos a la desobediencia civil. Es totalmente cierto que, en las provincias, el denominado Gobierno de Reconstrucción Nacional llevó a cabo allanamientos y múltiples aprisionamientos; pero los mismos, terriblemente injustos por cierto, fueron perpetrados contra figuras que apoyaban o hubieran podido apoyar el retorno de Bosch, y no por haber manifestado o intentado manifestar en pro de la salida de las tropas de intervención.

En el artículo siguiente examinaremos las críticas y objeciones que podrían hacerse a los argumentos presentados aquí.

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