Frío, frío

Frío, frío

ÁNGELA PEÑA
Aunque el dominicano no tiene mucha conciencia de lo que son los cambios climáticos, de repente hemos tenido un gran enero. Grande, porque hacía años que no se sentía tanto frío como en estos días. Los viejos abrigos (“couts” o “sueras” para los que aun quieren recuperar el Nueva York añorado) son tan usuales como el traguito corto, el té de jengibre, la temporada final de la pelota.

El estado del tiempo tal vez no tuviese tanta resonancia si no fuera por otros cambios en el globo terráqueo, como el tsunami en el Sureste Asiático y la avalancha de nieve en Estados Unidos. Después de estos fenómenos naturales uno se da cuenta de que la tierra pertenece a todos como si estuviésemos en un barco, y de que la naturaleza, así como regala su belleza, también puede cobrar sus víctimas.

Si a esto agregamos el desequilibrio del eje de la tierra, entonces hasta los representantes del llamado “New Age” tendrían razones para preocuparse.

El frío acerca, hay mesas con más ruidos. El criollo habla más que nunca ahora que la fiebre del béisbol local se pasa a la Serie del Caribe. Tal vez la pantalla tenga menos razón de ser en la casa.

El friíto mañanero puede ser, también, un estado del alma. Los dominicanos están en un proceso de franca recuperación.  El otro día, incluso, se comentaba que la política estaba muy aburrida porque ya los días no tienen tantas frases como antes.

En este momento, el frío recuerda la necesidad de ir más despacio en la vida, de no pensar en que los sobresaltos son imprescindibles para el bienestar. A veces la vida de los pueblos coincide con la situación atmosférica.

Para los más crédulos podrá ser una señal divina. Para los menos, una puerta que se abre a la razón humana. Todo esto representa, naturalmente, un reto para el dominicano actual: ¿Cómo mantenerse espiritualmente activo en mitad de tanto frío social?

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