JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Los Estados Unidos se separaron de Inglaterra el 4 de julio de 1776; se van a cumplir muy pronto casi ya doscientos veintinueve años. Originalmente, la super potencia de hoy nació de trece Estados, o sea, de trece colonias que eran Massachusetts, Rhode Island, Connecticut, Nueva Hampshire, Nueva York, Nueva Jersey, Pensylvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.
Los Estados Unidos nacieron con unas fronteras ágiles y movendizas como la danza polaca llamada polca. En verdad, unas fronteras saltarinas y brincadoras como la telegrafía sin hilo. Y que conste que cuando nacieron los Estados Unidos, no se conocía la polaca ni había aparecido la telegrafía sin hilo.
La evolución y la expansión de esas gentes, de una muy acusada y superba geofagia no se haría esperar. Enseguida se consagraron a acrecentar sus dominios con una considerable y apreciada faja de excelentes tierras. Faja ocupada durante algún tiempo por Francia, nación que después de perder una guerra frente a Inglaterra, le cedió a esta la aludida faja geográfica. Entonces Inglaterra, a su vez, tuvo que dejar esa tierra en poder de los Estados Unidos, mediante el Tratado de París de 1783.
Más tarde la expansión y la movilización empujaron esas fronteras. En el 1803 le compraron a Napoleón los fabulosos territorios de la Luisiana, donde se destacaba la muy afrancesada ciudad de Nueva Orleans y Napoleón tenía una residencia que nunca conoció. La compra representó para los adquirientes más de millón y medio de kilómetros cuadrados, pues la vasta región cedida por los franceses comprendía además de Luisiana y Nueva Orleans, a Missouri, Nebraska, Iowa, Dakota del Norte, Dakota del Sur, parte de Mississippi y porciones de Oklahoma, Kansas, Colorado y Montana.
Las fronteras continuarían sus saltos, sus piruetas y maromas, en su avance de insaciable voracidad. Así, por efecto de un tratado firmado con España adquirieron el 22 de febrero de 1819 las tierras de la Florida, alegando descaradamente que la isla de Cuba es una prolongación de la península de la Florida.
Se hace necesario decir que los Estados Unidos tenían diferencias con Inglaterra por el extenso «Territorio de Oregón». Los ingleses llegaron a unos acuerdos definitivos con sus primos, los yankis, y entonces por el Tratado de 1846 «el Territorio de Oregón» se convirtió en los actuales estados de Oregón, Washington, Idaho y porciones de Wyoming y Montana.
Las movedizas fronteras empujadas por los motores de la mayúscula geografía yanki seguirán hacia adelante dando zarpazos y dentelladas. ¡Caramba! ¡Caramba! Le tocó el turno a México. ¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los americanos!
El tributo pagado a las movenizas y saltarinas fronteras fue exhorbitante; estuvo representado por la mitad del territorio de la noble nación azteca. Vale decir los estados de Texas, California, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y parte de Colorado. ¡Dios mío! Todavía en el 1916 pretendían arrebatarle a la victimada nación los territorios de El Chamizal.
En el 1867, después de largas negociaciones se realizó una notabilísima venta territorial. La Rusia de los Zares le vendió a la nación norteamericana los territorios de Alaska.
En el 1898 las fronteras imperiales fueron ultra-fecundadas por la ambición, el saqueo y el despojo. España vencida fue humillada firmando «El Tratado de París». El imperio adquirió islas en los dos grandes océanos. ¡Maldito 1898 !: Puerto Rico, Guam, las Filipinas y también Hawaii. Estas islas paradisíacas acrecentaron los predios desorbitados de los que dicen: «In God We Trust». En el mar Caribe hay un salpique de islas y de islotes para las prácticas de los aviones yankis: Saint Thomas, Culebra, Vieques (Islas Vírgenes), Antigua, El Desecho y otras.
Estas remembranzas y disquisiciones me brotan del caletre, espoleado y aguijoneado por las palabras de norteños visitantes que últimamente han tocado y hoyado calles y plazas de ciudades como México D.F., Bogotá, Brasilia, Santiago de Chile, Santo Domingo y otras ciudades. Los visitantes han sido Eric Thomas Chester, Otto Reich y Condolezza Rice. ¡Caramba! ¡Caramba! El Tío Tom ha muerto… pero hay que saber vivir a lo Jim Grow.