Frutales para los campos

Frutales para los campos

Dentro de pocos años se cumplirá el medio siglo de lo que contaré. Trabajábamos como encargados de la sección política del diario “La Nación” que dirigió, en 1962, Rafael Bonilla Aybar. Él nos ofreció el cargo y nos orientó respecto de la conducción de esas páginas. Un mediodía se acerca un joven que nos informa sobre su triunfo en un concurso destinado a presagiar el destino de la Azucarera Haina. Poco después de la desaparición de Rafael L. Trujillo los centrales azucareros de su propiedad fueron estatizados.

Ahora, como propiedad pública, la administración central convocó a un concurso cuyo primer lugar fue conferido al agrónomo Rafael David Carrasco Recio. El triunfante dilucidador del porvenir de la industria azucarera de propiedad pública me observó: “por favor, póngame título de teniente del ejército”. Escribíamos el primer párrafo de la breve noticia que se publicaría en el diario, cuando me pidió que añadiese dicho detalle. Sorprendido tomé aire para ganar tiempo.

“Excúseme, pero no puedo ponerle un título militar”. Es probable que al momento de realizar su visita al segundo mayor diario del país viniese de recibir el galardón. Vestía de paisano, y habiéndome asegurado que era agrónomo –lo cual no le discutí- me resultaba una exageración, y un atrevimiento, arrogarse un grado militar. Mi hondo suspiro lo hizo comprender mi desazón. No habló, mas sacó de la cartera una identificación.

-¿Y qué hace un agrónomo en el Ejército Nacional?

Habló hasta por los codos de una serie de experimentos agrícolas que llevaba a cabo Trujillo en una extensión de terreno al este de la capital. Allí se plantaron en su etapa de introducción el sorgo y la soya, cultivo este último que no se reprodujo como para continuar las pruebas. Recordé, por lo de la soya, la anécdota que un año antes me hiciera el agrónomo y abogado Juan Denis Stamers Smith. A ustedes, en algún momento en el pasado, les hice este relato, de los días en que Trujillo intentaba sembrar soya en el país.

-Realizamos pruebas de reproducción de frutales a gran escala, reproducción de venados…

-¿Venados? ¿Y qué mata es ésa?

-¡No, no, el venado, el mamífero servido..!

Me hablaba de vegetales y, como le expresé, no puso punto ni punto y coma en su relato. Ese día nació un continuado trato durante el cual contemplé al joven teniente ascender hasta llegar a la Dirección General de Comunidades Fronterizas. Y a general de brigada como rango militar. De él le hablé a Joaquín Balaguer poco después de su toma de posesión en 1966, y de su proyecto de frutales. Porque en el mediodía en que le escribí para “La Nación” sobre su premio, hablamos mucho de la repoblación forestal. Y profundizamos sobre los árboles que producen frutos aprovechables por los agricultores.

De este modo -es la tesis de Rafael David-, el campesino no es tentado a derribar el árbol, pues, recogiendo las frutas saca provecho. 

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