Fue un triunfo de la sociedad y no de la homosexualidad

Fue un triunfo de la sociedad y no de la homosexualidad

POR PEDRO JULIO JIMÉNEZ ROJAS
Quienes adoramos a España y a la vez nos interesa el comportamiento erótico de aquellos que con diplomática ironía son llamados cónsules de Sodoma, hemos recibido con natural sobresalto la reciente legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, siendo después de Holanda y Bélgica el tercer país de Europa que concede su aprobación a tan singular como antiguo apareamiento.

Pensaba que era más fácil encontrar una fotografía de Hitler asistiendo a un oficio religioso en el interior de una sinagoga o una estatua de Jean Jacques Dessalines en una plaza de una ciudad de República Dominicana, que el hecho de que se legitimara una unión en un país donde hace apenas cincuenta años los homosexuales eran enviados a Badajoz y Huelva para su rehabilitación psíquica y social.

También resultaba asombroso que fuese un gobierno socialista (PSOE) el que aupara semejante pieza legislativa, ya que los más connotados ideólogos de la utopía proletaria han pregonado hasta el hastío que la homosexualidad es una degeneración burguesa y por lo tanto algo que no tiene cabida en la sociedad futura.

Según el jefe del gobierno español Señor Rodríguez Zapatero, dicha ley -187 a favor 147 en contra- fue el resultado de un compromiso electoral y que él y sus partidarios en las cortes estaban legislando según sus propias palabras para «nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros amigos, y nuestros familiares». Todo parece indicar que ante el masivo despliegue realizado por los activistas gays de la península, los dirigentes socialistas estimaron conveniente concertar con ellos un acuerdo estratégico con vistas a las elecciones del pasado mes de marzo, a sabiendas de que su posterior promulgación desataría la ira, no solo del episcopado español sino también de los estamentos mas retardatarios de la sociedad hispana.

Al ponderar serenamente la decisión tomada por el parlamento español, he llegado a la conclusión de que se trata más bien de un triunfo de la sociedad y no de la homosexualidad, lo cual me obliga a exponer, aunque sea de manera sucinta, las razones que sustentan esta peregrina deducción. Como muy bien señala Vargas Llosa en su artículo «El matrimonio gay» aparecido el pasado 28 de Junio en el matutino «El Caribe», esta medida es una patente manifestación de la cultura de la libertad, reveladora además de cuánto y que rápido se ha modernizado la sociedad española. Los herederos de quienes en la Edad Media torturaban y asaban en parrillas a los homosexuales, hoy les conceden derechos y garantías que espantarían a los miembros del tribunal del Santo Oficio y en especial a fray Tomás de Torquemada, el inquisidor español de sombrío y tenebroso recuerdo.

Con esta determinación la colectividad española testimonia igualmente una tolerancia ni siquiera imaginada por sus más ilustres librepensadores, condescendencia demostrativa de la moderación que el ejercicio de la democracia ha provocado en un carácter individualmente propenso a comportamientos de furibunda intransigencia.

Con este extraordinario paso el pueblo del reputado Baltasar Garzón hace justicia al proclamar el derecho que tienen todos sus invertidos de casarse si así lo desean, atribuyéndoles los mismos derechos y seguridades que a la clásica pareja heterosexual. Asimismo, con esta legalización la colectividad peninsular ofrece una ejemplar reparación moral a los homosexuales que bajo la influencia de los prejuicios homófobos del judaísmo, cristianismo e islamismo sufrieron en carne viva y durante siglos las más crueles vejaciones y las más hirientes injurias.

Debido a todas estas acciones –permisividad, tolerancia, justicia y desagravio- es que me pernito significar que la ley aprobada hace poco en España a favor de los gays es en el fondo una victoria de la sociedad española, la consecuencia de los nuevos vientos que en la actualidad están soplando en nuestra antigua metrópoli. Iniciativas de esta naturaleza es imposible que surjan en una comunidad sometida a una dictadura, una Teocracia o a un Estado fallido, incluso en el caso de ser posible que existan en ellas combativos colectivos de homosexuales que luchen por la reivindicación de sus derechos mas elementales.

Es en sociedades con economías saneadas, altamente tecnificadas, seguras de su fortaleza, donde reina el imperio de la ley y todo es objeto de discusión y debate, el lugar adecuado para que germinen y broten disposiciones legales que desafían arraigadas tradiciones religiosas y ancestrales formas de pensar. Un infarto masivo del miocardio me provocaría el saber que en Burkina Faso, Bolivia, Filipinas y la República Dominicana por ejemplo, se aprobara en el transcurso de esta década una disposición jurídica similar a la acabada de ponerse en vigencia en España, al tratarse de sociedades estructuralmente débiles y económicamente rezagadas.

El lector que hasta ahora haya soportado con paciencia la lectura de todo lo antes indicado, se preguntaría con sobrados motivos cómo es posible que la aceptación de una medida elaborada, promocionada y defendida con tesón por los homosexuales no constituya para estos una exitosa conquista sino para la sociedad que los alberga.

Lo que el autor explicará a continuación quizá sea cuestionable para muchos invertidos que no comulguen con sus opiniones, y también revelará la existencia de conocimientos que para la mayoría de los heterosexuales solo pueden ser adquiridos por quienes son asiduos a la frecuentación de homosexuales que aceptan su inclinación pero no están conformes con serlo.

Antes de proseguir quiero hacer la siguiente advertencia: cuando hablo de homosexuales descarto a las lesbianas porque a éstas la experiencia homosexual no les plantea ningún problema ético o de identidad, ninguna de ellas pone en duda –como le ocurre al hombre- su feminidad tras los contactos homoeróticos, lo cual obedece a un sencillo hecho: la feminidad no tiene que demostrarse, la hombría si.

Pues bien, según Alberto Mira en su último libro «De Sodoma a Chueca», una considerable proporción de homosexuales no creen en el activismo gay y ningún tipo de gremialismo, no creen en la salida del armario como solución, rechazan la idea de una «cultura gay» que pueda reforzar la solidaridad, pues para ellos la homosexualidad es una cuestión individual. Este tipo de gays cuyos representantes más conocidos han sido Jean Genet, Pier Paolo Pasolini y Jaime Gil de Biedma entre otros, no busca normalización alguna porque en su fuero interno rehúsan los convencionalismos burgueses, conformándose con visitar el submundo marginal al ser malditistas que reivindican a Sodoma y no a Grecia.

Por otra parte, únicamente en los albores de la adolescencia el homosexual piensa en aparejarse con otro de por vida, ya que al convertirse en adulto tal sueño se desvanece para siempre deseando más la barraganería efímera que un matrimonio definitivo, al enseñarle el ejercicio de su sexualidad que lo conveniente es el estar juntos mientras se pasa bien.

El afán de aventuras y el ansia de conocer cosas nuevas –inherentes a cualquier tipo de hombres– convierten su vida sexual en una abracadabrante sucesión de encuentros sin mañana, sin porvenir, interrumpida de vez en cuando por el anudamiento de uniones pasajeras con amantes de ocasión, pero las mismas no tienen la duración y características típicas de un auténtico y efectivo casamiento. En la mayoría de las comunidades gay –barrio Chueca en Madrid, Castro en San Francisco y Le Marais en París por ejemplo– el matrimonio no ha sido nunca una meta, un objetivo a alcanzar en razón de que tal enlace supone el logro de finalidades que no les preocupan para nada como son la fundación de una familia, el ascenso de status social, la consolidación de alianzas económicas o una vanidosa intención dinástica como lo es la transmisión de apellidos.

No creo decir nada nuevo al señalar que los pederastas o efebófilos, quienes constituyen un nutrido segmento de la población homosexual, pueden abrigar secretos proyectos matrimoniales en presencia de un adolescente glamoroso, pero para su desgracia su designio llega a su fin cuando a éste último le asoma el bozo o agrava su voz. No puede estar de acuerdo con el matrimonio un adulto gay cuyo deseo erótico se apaga cuando la virilidad se posesiona de su primaveral compañero, ni tampoco es cierto lo contrario, o sea, muchachos deseosos de casarse con viejos –son los llamados gerontófilos de gran visibilidad en la cuenca del Mediterráneo- en vista de la vergüenza que experimentan al exhibirse en público con hombres corporalmente devaluados.

En la casi totalidad de los países subdesarrollados y en no pocos desarrollados, los homosexuales tienden a amancebarse con individuos de inferior jerarquía socio-económica, y a causa de la imposibilidad de compartir valores, educación y gustos sociales con ellos, no les resulta atractiva la idea de matrimoniarse, de establecerse con quienes solo tienen en común la orientación erótica. También resulta interesante destacar, que en una buena cantidad de parejas homosexuales la dinámica interna de su relación está presidida más por el género que por la propia homosexualidad es decir, que es la masculinidad en el sentido de imponer la voluntad, el tener siempre la razón, nunca ceder etc., el aspecto fundamental, lo decisivo, y esto desde luego conspira contra cualquier veleidad matrimonial.

Por todo lo que vengo sumariamente de reseñar es que considero, que lo sucedido en Madrid no ha sido motivo para que la homosexualidad española o mundial se sienta festejada, complacida, ni que además sea la culminación de algo largamente codiciado por su membresía. Sería un tonto de capirote si no reconociera, que lo aprobado en la villa y corte es sin lugar a dudas un progreso hacia la visibilidad y tal vez a la normalización del amor que antes no se atrevía a pronunciar su nombre, y que como se dijo al momento de Armstrong caminar en la luna, esto ha representado un gran paso para el hombre y un gran salto para la humanidad. Mucho me gustaría conocer el número de matrimonios gays realizados en los países donde los mismos están permitidos para así comprobar si este enlace constituía un anhelo, una aspiración, y además que abogados, psiquiatras, religiosos y sexólogos dominicanos reflexionen y escriban en torno a esta orientación erótica practicada en promedio por un 4-6% de la población en el mundo.

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