Es un goteo fenomenal de efectivo al que el Gobierno se propone cantarle responso. Con ello cercenará el rico botín «asistencial» que tan pronto nació hizo suyo el apodo que mejor le queda que es el de Barrilito por evocar abundancia aunque se recurriera a un diminutivo para bautizarlo conectándolo de todos modos con un fluir en grande de todo lo que contenga.
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Un contendor repleto de valores monetarios es como realmente llega cada graciosa asignación mensual a senadores y es comparable a ganarse la loto cada treinta días sin comprar boletos siquiera. LLeno de cualquier cosa, a un barril no lo saltaría un chivo que es como coloquialmente el dominicano trata de describir las alturas insalvables.
Repleto de yuca y tocino, un envase de la magnitud que evoca el sobrenombre daría para hartar más de una patrulla policial de las que se trasnochan en toque de queda, un servicio al país no menos importante que el de esos otros servidores que ganan más como «embarrilados» que como asalariados.
Más de un ávido ocupante de escaños en la Cámara Alta antepondría fácilmente su adoración al tonel de gratuidad generosa que confiere el Estado al cheque regular que aun siendo de cifra mayúscula no escapa a las rutinarias extracciones porcentuales de la DGII. El envase barrigón es libre de impuestos.
Con ese tinajón de cuartos, cuya eliminación interesa a un Poder Ejecutivo que en el colmo de los desprendimientos renunció a su propia y gruesa remuneración oficial, los destinatarios del jugoso privilegio contante y sonante podrían seguir apareciendo como súper estrellas de las limosnas exprés que les lleva a suponer que luego sus auxiliados irán por ahí hablando bien de su representante senatorial. No hay garantía de tal efecto.
La inseguridad y baja autoestima de los tipos «desbaratados» suele llevarles a solicitar como ayuda 500 pesos cuando sus necesidades reales ameritarían agregar un cero al guarismo. Su timidez les lleva a maldecir después el momento en que carecieron de ambición ante un peje gordo de la política que sobrepasa con sus ingresos fijos y adicionales lo que cualquier infeliz obtendría con cinco años de trabajo.
La limosna de exiguo monto pasa a formar parte de los malos recuerdos en la existencia de quienes asumieron el papel de pordioseros para justificar que el Congreso dominicano resulte uno de los más caros del mundo.
El abultamiento de billeteras congresuales exentas de fiscalización está confiado a la buena fe y pulcritud administrativa de los enlistados para ese tremendo capítulo de gastos, pero el corazón de la auyama solo la conoce el cuchillo y la utilidad social del subsidio está muy cuestionada por existir formas más idóneas de cubrir necesidades. Por eso a alguien se le ocurrió proponer que en vez de canalizarlo por vías personales, fuera entregado directamente a los hospitales de provincias representadas en el alto hemiciclo y por lo general mal aprovisionados.
Cuando le hablo a Roldán, el prestamista que conozco, de la enormidad que caracteriza a los barriles cuya pequeñez solo es un asunto de mote, lamenta no ser parte de alguno de los poderes del Estado en un país al que tan pronto llegó mucho tiempo atrás le hicieron saber que aquí a la casualidad le llaman chepa y al peso, tolete. ¿Qué cosas no se pueden hacer en esta República?