Fuerzas, peligros y denuncias de la palabra

Fuerzas, peligros y denuncias de la palabra

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Detrás de cada palabra, sustentada en vivencias y veracidades, está oculta una gran verdad interior que apenas se asoma. Por ejemplo: «Hambre» en las Antillas no ha significado lo mismo que la misma palabra en el continente europeo, ni habrá de significarlo en Africa.

Lo de la Torre de Babel, donde se confundieron las lenguas (si es que alguna vez estuvieron unificadas) puede bien haber sido resultado de la convicción de que las lenguas debían reflejar de la manera más comprensible los sentimientos más íntimos de las personas. Al inicios de los años cuarenta del pasado siglo, mi padre acogió en su imprenta a una importante cantidad de «refugiados», a los cuales Trujillo había otorgado cabida en la República Dominicana, por las razones que fuese, aunque dudemos que se trate de razones humanitarias. En noviembre de 1939 llegaron a la capital dominicana 279 refugiados españoles en el transatlántico francés «Flandre».

Entre varios, estuvo allí Jesús de Galíndez, quien dos años después escribe y publica en la revista Cosmopolita un artículo titulado «Hace dos años que llegamos los refugiados», donde Galíndez manifestaba su emocionada gratitud a la República Dominicana, que había abierto sus puertas para acogerlos, mientras otras puertas permanecían cerradas. En su conmovedor artículo, refiere que «En las tierras de Quisqueya encontramos más que un refugio: un hogar»…»El velo del futuro se rasgaba con la aurora de un nuevo día»…

Posteriormente Galíndez, como otros extranjeros que se sentían ahogados, se radica en otro país, algún lugar donde no permaneciera, apretando el cuello y el alma, una férrea dictadura como la del Generalísimo, que en su momento fue positiva, pero ya su crueldad ensoberbecida había roto balances astutos para convertirlo en un monstruo de horca y cuchillo nacional y regional desde 1950, cuando hace asesinar a Mauricio Báez en La Habana, e intenta asesinatos que se frustran: Betancourt, José Figueres… pero otros se llevan a cabo. En 1952 Trujillo hace matar a tiros a Andrés Requena, en Manhattan. En marzo de 1956 Jesús de Galíndez, ya catedrático de la Universidad de Columbia, quien ha escrito una tesis doctoral sobre Trujillo, naturalmente negativa y corrosiva, es secuestrado en una estación del subway newyorkino y asesinado por orden del Jefe.

Son tiempos en los cuales reina la locura, el desbordamiento irracional. La ausencia de todas aquellas astucias crueles y redituables que lo habían llevado al increíble poder que alcanzó.

Había empezado yo tratando acerca de la palabra y su fuerza, su verdad interior que apenas se asoma en sus más poderosas esencias y consecuencias, pero que poseen fuerza real.

Antes de continuar, debo aclarar que los líderes, los mandatarios, los héroes patrióticos y nobles, son y han sido siempre una minoría pequeñísima. Por eso, no rebajo sino que exalto a nuestras grandes figuras, empezando por Juan Pablo Duarte, quien creyó en una Nación en la cual muy pocos creían y, aún hoy, en el Siglo Veintiuno, mucha gente importante duda de la factibilidad de los sueños del Patricio.

La palabra es peligrosa. Puede despertar miedos o ambiciones profundamente ocultas en la personalidad visible y apreciable, y puede desordenar toda una escala de valores hasta poner en los primeros lugares valores negativos y emponzoñados.

La palabra puede torcer la visión de cualquiera, si su personalidad esencial es proclive a intoxicarse con lo que se le propone.

Dejando a nuestros héroes del pensamiento y del sable defensor, los dominicanos, por una trayectoria de debilidades históricas, llegaron a tener amplios complejos de inferioridad (que todavía se manifiestan en frases como cuando para referirse a la gran calidad de algo nuestro dicen: «Eso parece de fuera») inferioridad atrapada en historias de carencias y abandonos despectivos del pasado. Por eso he recordado a los «refugiados» españoles acogidos por mi padre en su imprenta.

Una mañana agónica, al llegar al taller con mi padre, escuchamos a uno de los españoles (¿sería Galíndez, Martorell Otzet, Matilla Jimeno?) cantando para sí, más bien susurrando como si tuviese una papa caliente en la boca: «Thirame una bhomba lhagrimosa qhue thengo ghanas de llohrar».

Era una canción de moda.

Mi padre, asombrado, le preguntó: ¿y es así que sonamos? ¿Tan flojos y blandos?

Y la respuesta fue:

«No es que suenan, es que son».

Publicaciones Relacionadas