Fuga tecleada a media semana

Fuga tecleada a media semana

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Estoy compelido por el tiempo y la premura a incurrir hoy en un plagio desvergonzado. Copiaré, y si los antecedentes recientes en la prensa dominicana me caben tan benévolamente como a los políticos, quedaré impune. Mi víctima será el atormentado periodista Pancracio Ceroles, a quienes quizás alguno de ustedes recuerde…

Y aquí voy: ¿Qué sentimiento debieron experimentar los hombres que vieron sirenas? Un dato inexplicado por la antropología, y tanto más fascinante porque embelesa a los científicos, es que en las más diversas culturas marinas han existido estas criaturas maravillosas que hoy, al cabo de los siglos, aparecen inapelablemente confinadas al cerco de la mitología.

Las más comunes y conocidas son las que tienen el torso, brazos y cabeza de mujer, con la mitad inferior del cuerpo en forma de pez. Pero también hay sirenas con cabeza de mujer y cuerpo de ave. Una de mis pocas quejas del castellano es que nos obliga a llamarles sirenas tanto a unas como a otras; los angloparlantes poseen el recurso de que unas sean «mermaids» y otras sean «sirens», aunque muchas veces sean sinónimos.

En las islas griegas, las sirenas emplumadas cantaban una melodía enloquecedora, que llevaba a los marinos a estrellar sus navíos contra las afiladas rocas de la costa. Ulises las eludió atándose al tope del mástil de su nave con los oídos suyos y los de sus marineros entaponados con cera de abejas, para no sucumbir al melodioso canto. Estas, desesperadas por su fracaso, murieron de tristeza y de despecho. Nunca pudo establecerse cuántas fueron las ninfas griegas. Según Homero, de cuya veracidad muchos han dudado porque hasta él mismo es una duda, eran dos; otros dicen que eran tres.

Una de ellas, Parténope, se apareció de manera repetida e insistente en un golfo del mar Tirreno, obligando a los marineros que fundaron allí una ciudad a ponerle como nombre uno derivado del suyo: Nápoles, donde aun hoy una sirena pétrea contempla el horizonte, homenaje a sus hermanas y advertencia a los marinos de los peligros de la mar.

En el Mediterráneo, Ulises no estuvo sólo en la hazaña de vencer a las sirenas. Uno de los argonautas, héroes griegos que a bordo de la nave Argos fueron a conquistar el vellocino de oro en Cólquida, entre cuyo número estuvieron Jasón y Hércules, comparte el discutible mérito de Ulises. Fue Orfeo quien cantó y tocó su lira de manera tan admirable que los cincuenta argonautas evitaron rendirse al embrujo melodioso, salvándose de una locura segura. La excepción fue Butes, quien flaqueó y tras oír las voces y las flautas de la sirenas, salió de sí, enajenado, lanzándose al agua para morir ahogado, con una extraña sonrisa y los ojos como luceros impermeables.

Otras sirenas más afortunadas han rondado el norte de Europa, entablando comunicación con marinos sin que las consecuencias hayan sido tan trágicas como las referidas por los griegos antiguos. Una fue la Sirenita, de Andersen, que data del 1836. El mismo cuento, retomado por Disney y hecho película, encanta hoy a niños de todo el mundo. Está por verse qué efecto tendrán los muñequitos en la supervivencia de las sirenas.

He tenido en mis manos preciosas estatuillas de marfil amarillento, hechas hace siglos en Japón, en talleres donde jamás se oyó hablar de Ulises ni de los argonautas ni de la Sirenita. Las sirenas japonesas, con ojos rasgados y expresión angelical, contaban cuando menos con la simpatía de muchos de sus marinos. Contrario a las sirenas del Mediterráneo, en Japón ayudaban a orientar a los marinos perdidos, y se dice que más de una recuperaba forma humana si su amor por algún hombre era correspondido.

En Palmar de Ocoa, cuya bahía acogió al Almirante de la Mar Océana, donde nuestra Marina de Guerra recibió su bautizo de fuego en la Batalla de Tortuguero, y testigo de tantas acciones extravagantes, como un desembarco en Caracoles, también hay sirenas. Las he visto de lejos, al ponerse el sol un sábado o un domingo, sonreídas en la seguridad de que los días que se asolean, cada miércoles, estaré en la lejana capital, machacando las teclas de mi computadora.

j.baez@codetel.net.do

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