UNO
El gobernador del Banco Central, don Héctor Valdez Albizu (sí, Don), acaba de anunciarle al país la grata noticia de que la economía creció 6.9% en el período de enero a septiembre. Una muy grata información que, durante veinte años consecutivos, nos ha estado anunciando ese mismo don Gobernador. Si preparáramos una antología del crecimiento económico dominicano, durante los veinte años de Héctor Valdez Albizu, nuestro nivel de desarrollo alcanzaría al de las grandes potencias. Somos un verdadero prodigio de expansión económica, un aparato sorprendente de generación de riqueza, y un modelo de desarrollo únicamente comparable consigo mismo. Nuestro potencial industrial es imparable, tenemos al mundo entero boquiabierto porque no hay un modelo económico que nos pueda alcanzar. Ni China ni los Estados Unidos ni Alemania ni Francia podrían reflejar nuestros logros; el prodigio de nuestro milagro es tan despampanante que, según fuentes muy fidedignas, hay varios países del mundo desarrollado que reclaman los servicios del gobernador del Banco Central de la República Dominicana. El poder tiene numerosos disfraces, y no hay discusión alguna respecto del hecho de que el gobernador cada vez que habla pone al descubierto su gran tarea: hacerles creer a los dominicanos que el infierno cotidiano es una ilusión, y el paraíso verdadero es lo que él nos pinta.
DOS
Pero todo el regocijo y el optimismo del gobernador tienen casi dos millones mensuales de razones personales para manifestarse. Por ello en la pieza discursiva no hay ni siquiera una pizca de los problemas nacionales. En el universo que él construye todo es pletórico y feliz, distante del espacio de la compasión y de todo aquello que nos impulsa a preocuparnos por las otras personas. Es una algarabía limpia, que hace que tanto lo que se deja de decir sobre la felicidad ciudadana, como lo que con el rostro fruncido proclama el gobernador, suene como la sirena celestial de un bote salvavidas asomando entre la densa e impenetrable niebla de la realidad. Cuanto más imponente e incomparable sea nuestro crecimiento económico, es más probable que la ciudadanía, aunque ni siquiera lo vea ni lo disfrute, se sienta orgullosa y halagada de formar parte del país que lo logra. El gran crecimiento es uno que en boca del gobernador se despliega con considerable estima y que anhela la mayoría de los habitantes, pero cuando la gente se observa en su propia realidad representa confinación, separación, marginación y frontera. Y, sobre todo, mezquindad, irracionalidad e injusticia. ¿Qué país es ese que él nos describe? ¿En qué planeta se ubica ese desborde de bienestar? ¿Cómo entender que en país semejante la movilidad social en veinte años no alcance ni siquiera al 2% de la población? ¿Es que la “falsa conciencia” del funcionario, durante veinte años continuo, lo ha llevado a ignorar que ya nadie le cree, que sus intervenciones potencialmente desastrosas, lo han convertido en la delgada película de los símbolos la mentira, y de la desvinculación de la palabra con la realidad?
TRES
Un economista certero definió los datos que durante veinte años nos ha proporcionado el gobernador como el adobe de una “economía con esteroides”. Por ejemplo, en esas emotivas filípicas sobre nuestro crecimiento nunca ha aparecido el papel de la deuda. El crecimiento exponencial de la deuda es aterrador, multiplicándose 8.7 veces en 16 años, puesto que pasó de 4, 387 millones de dólares en el año 2000, a 37, 215.00 millones de dólares en el 2017. Danilo Medina, él solo, ha endeudado al país más que todos los presidentes juntos de la historia republicana. Y de acuerdo a datos proporcionados por Guillermo Caram la deuda pasó de US$27.4 mil millones a junio del 2013 a US$38.5 mil millones en la actualidad, para un incremento del 40%; mientras que el PBI pasó de US$60.7 mil millones en 2013 a US$78.3 mil millones, incrementando el 29 %. El dato se corona con el siguiente resultado, según Guillermo Caram: cuando se comparan ambos porcentajes el resultado es que la deuda crece 38% más rápido que el PBI. ¿De cuál crecimiento hablamos, gobernador? Usted tiene casi dos millones de razones mensuales para desplegar toda la emoción del mundo, pero el pueblo que no ve ni siente ni disfruta todo lo que hace más de veinte años usted anuncia con bombos y platillos, ha terminado por no creerle nada.