UNO
Haciendo un esfuerzo que debió haberle quemado más del 90% de las pocas neuronas que tenía, el Senador por San Pedro de Macorís José María Sosa propuso en el pleno la celebración oficial del Día del compadre y la comadre, que se realizaría todos los años el 13 de noviembre. ¡Aquello fue el despelote! Con lágrimas en los ojos, algunos Senadores felicitaban al tribuno por tan profunda iniciativa. ¡Por fin el Senado descubría su esencia y afinaba el objetivo de su misión como institución pública de primer orden! El país quedará eternamente agradecido del tribuno Senador José María Sosa, por tan profunda iniciativa legislativa, y rogamos a Dios que le reponga los bríos después de tan formidable esfuerzo intelectual.
El tribuno José María Sosa es el esposo de la Ministra Alejandrina Germán, y forma parte de una troica familiar abundantemente bendecida en los cargos públicos. Antes fue un hombre muy humilde, pero ahora es muy rico y poderoso. Contamos, por lo tanto, con que se repondrá del agobio que le produjo tan memorable pieza legislativa, y el país pueda seguir a la espera de sus geniales ideas de bien patrio. ¡Que la mano de Dios se extienda para reorganizarle el coco, de seguro extenuado por esa calistenia intelectual de un proyecto de ley en el que se consagre el Día del compadre y la comadre! ¡Oh, Dios!
DOS
No hay una ciudad más lamentable en el mundo que ese recodo histórico que se llama Santo Domingo. Lo característico de esta ciudad es la desurbanización, la exclusión y la basura. Toda la lectura del espacio urbano de Santo Domingo es hostil, agresiva. No hay más que caminarla, es una ciudad sucia, visualmente derruida, agresiva; tarantines que obstruyen la libre circulación, la apropiación del espacio ciudadano es algo normal, el espacio público como un territorio privado, el caos infinito del transporte en una ciudad bullente, el río podrido que la circunda, las aspas inmisericorde de los hábitos de los barrios miserables desplegadas incluso en calles tan emblemáticas como El Conde, la arrabalización. En fin, todo ese espacio que el imaginario de la ciudad va bordando invisiblemente en la conciencia de quienes la habitan.
Pero también es una ciudad sin poetas, y sin historiadores. Santo Domingo carece de historiadores enteramente dedicados a narrarla como un proyecto de vida. Y sus poetas están diezmados, como si sus contornos los alejaran de la espiritualidad y de la magia. Lo que sí tiene la ciudad de Santo Domingo son sus Síndicos, unos timakles que se pueden desayunar con un té de tachuelas y ni siquiera eructan. Todos reinan en medio de la basura y la corrupción, y su único destino es no dejar de ser una perpetua superación de sí mismos.
TRES
Y hablo de la ciudad de Santo Domingo y de los Síndicos, para referirme al problema de la recolección de la basura y el lío por el vertedero de Duquesa. Esta es la sociedad del simulacro y nadie menciona que la causa de ese conflicto es la corrupción y el dinero. Y como ninguno de los Síndicos tiene moral para pisarle la cola al otro, la esencia del problema queda flotando en el aire como algo innominado. La corrupción de la sociedad dominicana tiene la cara libidinosa del dinero, el dinero es la coartada de las grandes pasiones en este país. William Shakespeare llamó al dinero alcahueta de hombres y pueblos, y lo dijo prendido a la naturaleza humana, preguntándoles a los dioses mismos por el origen de su poder transformador. A quienes quieren ver corrupción en acto en la República Dominicana, que miren hacia dentro del conflicto de Duquesa, y esto lo saben todos los Síndicos, los partidos políticos a los cuales pertenecen, los empresarios que manejaban el contrato de Duquesa, los del CONEP, los ediles, y el país. Pero como ésta es la sociedad del simulacro, todos evaden nombrar la verdadera causa del conflicto: la corrupción.
¡Oh, Dios, si yo no fuera casi viejo hubiera dado un portazo, y desgarrado, me marcharía!