Mientras Píndaro caminaba por el Parque Mirador, en la zona de Bella Vista en la ciudad de Santo Domingo, alcanza a ver un celaje que es producido por una sombra de tamaño natural y humano…. entre penumbras… Como no tiene nada de pendejo, decide seguir la sombra y observa cómo la figura se sienta a descansar en uno de los bancos, bajo la luz de una brillante luna… Se le acerca cuidadosamente… Detecta que en su cara tiene rasgos que le recuerdan a alguien del Renacimiento… No lo piensa dos veces, y se deja caer junto a la figura para mirarlo más de cerca…
Un gran espanto le recorre todo el cuerpo… El solo estar frente a la sombra que ha cobrado vida, le permite traer a su mente al gran Suizo-Alemán Philip von Hohenheim que murió en el 1541 a la edad de 47 años… Sus recuerdos le permiten saludarle y, sin temor a ser agredido por la sombra al lado de él, le dice: “¡Bienvenido a la tierra, de nuevo, señor Paracelsus!”, en obvia referencia al ‘Padre de la toxicología’… Un hombre que, en su época de grandes descubrimientos, se interesó por la alquimia, la filosofía, la astrología y la ciencia… y planteó que ‘la dosis es la que mata’…
Píndaro no sale de su asombro y, al ver el rostro sombrío y taciturno, increpa al visitante: ”¿Y, qué lo trae desde el otro mundo a esta islita en este siglo XXI?”…
Una voz ronca… casi de ultratumba… le responde: “Me he sacudido de mi largo descanso de vida, para venir a expresar mi pesar por el gran desorden que tienen en este pedazo del mundo unos grupos de desalmados que, haciendo uso de los productos que siempre respeté y he respetado, se están aprovechando no importa a quién matan… Por las comunicaciones que con curiosidad he leído en ‘La Nube’, hace unos días al hijo de tu amigo Jochy Mármol y a su esposa por poco me los envían a hacerme compañía, cuando tienen todavía toda una vida de éxito familiar y profesional por delante… Una empresa, como dicen ustedes aquí en la tierra a alguien que quiere hacerse de cuartos sin permiso ni registro, decidió utilizar un fumigante fosfuro de aluminio, junto a phosgas en tabletas y, para rematar, cloronicotinilo imidacloprid… ¡Qué turpenes!… ¡Insecticidas cuyos componentes no tienen antídotos para evitar la muerte en el caso de su exposición a ellos!…”.
Píndaro se levanta del banco en que todavía permanece sentado su nuevo amigo Paracelsus… y, cabizbajo, empieza a dar paseítos alrededor de él… levanta sus cejas, abre sus ojazos… y exclama: “¿Cómo carajo anda esa gente todavía suelta por ahí?… ¿Por qué no son llevados a chirola para responder ante la ley la irresponsabilidad extrema que han cometido con esa pareja?…”.
Con obvia intención de calmar a Píndaro, su nuevo amigo Paracelsus se pone de pies… se acerca a él… pone su mano derecha sobre sus hombros… y, le susurra al oído: “No te aflijas amigo Píndaro… Llévale consuelo a tus amigos y trata de que tu columna de hoy en el HOY despierte a los sectores serios que todavía quedan en tu país aquí en la tierra y motive a que este bochornoso hecho no quede en el olvido, como quedó aquél caso de la pariente de tu amigo Freddy, el de La Casa, que hace poco menos de dos años le pasó algo similar, según también me enteré por los mensajes en La Nube…”… De repente, la sombra sale disparada y desaparece entre la penumbra de la noche…
Un anonadado Píndaro, pierde en el horizonte el rastro de su nuevo amigo y de inmediato cobra fuerzas para exclamar: ¡Es tiempo ya de que se enfrente este caso y no se quede en el tapete del olvido!… ¡Hay que dar un ejemplo de responsabilidad para no tener otros casos de una fumigación asesina!”.