Función de la banca no puede ser más como la de hornear

Función de la banca no puede ser más como la de hornear

No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, que podemos esperar nuestra cena, sino de su correlación con su propio interés». Adam Smith, La riqueza de las naciones.

Los que tienen la costumbre de consumir un medallón de carne, una pinta de espumeante amarga cerveza y un rollo crujiente aún caliente del horno – no es de extrañar que Adam Smith eligiera un aliterado trío de proveedores de alimentos artesanales para crear su argumento sobre los beneficios del capitalismo. Si se hubiera elegido un vendedor de bonos basura, un gestor de fondos, y un analista cuantitativo, en un esfuerzo por fijar el precio de un derivado de crédito sintético, su defensa de los mecanismos del mercado no podría haber resonado de la misma forma a través de los siglos.

El punto de Smith fue una buena idea. Es poco probable que facilitemos nuestra costumbre a los carniceros que nos envenenan, a los cerveceros que sirven cerveza o a los panaderos que cobran por encima del precio justo, cuando a los vendedores de alimentos les resulta rentable servir buena comida a precios razonables. El sistema necesita algún tipo de supervisión – inspectores de higiene, oficiales de normas comerciales, la Comisión de Competencia – pero realmente el motor principal de la calidad es el mecanismo del mercado. La gente prefiere la comida barata y deliciosa antes que la comida que es cara y que tiene un sabor horrible – y ese sólo hecho aporta más de lo que pudieran aportar los reguladores.

Por alguna razón, eso no parece ser cierto en relación a los servicios financieros. Ningún regulador de alimentos nunca ha descrito a los panaderos como comprometidos con una actividad «socialmente inútil», un término que Lord Turner impulsó en la industria en el año 2009, cuando fue presidente de la Autoridad de Servicios Financieros de Reino Unido. Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, recientemente esperaba que el sector bancario de R.U. se volviera cada vez más grande y más «vibrante». Añadió que algunos «retrocederían en el horror» ante la perspectiva, como algunos ya lo han hecho.

Seguramente nunca antes nadie había retrocedido con horror cuando un tecnócrata francés expresaba la esperanza de que Francia pudiera producir y vender grandes cantidades de vino. O cuando un ministro japonés deseaba lo mejor de la industria automovilística japonesa. Hay algo diferente – algo siniestro – sobre la industria de servicios financieros en estos días. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el panadero y el banquero?

La primera diferencia es la competencia. Esto tiene que ver parte con el pluralismo: hay una gran cantidad de lugares para comprar pan, pero no tantos para conseguir una hipoteca, o en el caso de suscribir una oferta pública inicial. Es el endemoniado trabajo de establecer un banco – y la tarea aún más difícil de atraer a los clientes que están “atrapados en el barro”.

Más fundamentalmente, muchos consumidores de servicios financieros no pueden diferenciar un buen producto de uno malo.

El espectro sale de los clientes el día de pago de los préstamos que no pueden captar todo lo que el préstamo les va a costar, a las personas que ahorran para una pensión en medio de una nube de denuncias confusas, a los clientes de Goldman Sachs que compraron un acuerdo hipotecario riesgoso llamado Abacus 2007-AC1. (Ellos no se dieron cuenta de que Abacus se había construido con el aporte del fondo de cobertura Paulson & Co, que estaba apostando a que todo implosionaría). Al parecer nadie está a salvo.

En un discurso sobre la industria de gestión de activos de Reino Unido, Clive Adamson de la Autoridad de Guía Financiera citó al economista y laureado premio Nobel George Akerlof: «En un mercado plagado de asimetrías de la información, la calidad de productos disminuirá y el mercado llegará a ser dominado por los vendedores deshonestos y compradores incautos o desesperados». Adamson agregó que no tenía la intención de aplicar esta descripción a los gestores de activos de Reino Unido, sin embargo es difícil entrever por qué otra razón lo dijo.

En el mismo acto, el jefe de Adamson, Martin Wheatley, disparó un tiro en la proa de la industria de gestión de activos de Reino Unido – aunque incluso tratando de entender lo más posible por qué Wheatley está preocupado que terminará con el cerebro del apostador ordinario sangrando por los oídos.

En pocas palabras, algunas de las personas que compran, venden y analizan las acciones les están pagando a otras personas que dirigen las empresas para cumplir con algunas de las personas que eligen las acciones que van a los fondos de inversión y que su fondo de pensiones está comprando. Wheatley piensa que está bien, pero el precio de todo esto tiene que ser más transparente. (No, yo tampoco lo entiendo bien).

Es una apuesta segura que cuando el regulador aún no pueda explicar claramente las actividades comerciales que le son preocupantes, el mercado se vuelva demasiado complejo y opaco para obtener resultados felices.

Si todo lo que estaba mal en las finanzas era que los clientes de todos los niveles en varias ocasiones estaban siendo estafados, eso sería una cosa. Pero se pone peor. Los ingresos de la banca están muy concentrados. Cuando una economía – como la de Reino Unido- se convierte en altamente dependiente de los servicios financieros, el efecto puede ser un poco como el fenómeno de la «enfermedad holandesa», que afecta a los países productores de petróleo.

Si un país exporta una gran cantidad de hidrocarburos, sus tasas de cambio se pueden valorar, lo que significa que es difícil para los petro-estados competir haciendo nada, excepto vendiendo petróleo. Como resultado, su manufactura y sus industrias caen.

Del mismo modo, es difícil para las economías dirigidas por el banco competir haciendo otra cosa que no sea vendiendo servicios financieros. Y esto es importante si el empleo en estos sectores es bajo. Sería ir demasiado lejos al sugerir que tanto los yacimientos del Mar del Norte de Gran Bretaña o de la ciudad de Londres son una maldición – pero tampoco son una bendición económica sin adulterar.

Luego está el hecho de que la banca tiene una tendencia a estallar, causando enormes daños colaterales. La última vez que un panadero arrasó la ciudad fue en 1666, cuando accidentalmente provocó el gran incendio de Londres, los banqueros parecen ser capaces de realizar el truco más frecuentemente.

Carney, y otros reguladores financieros de todo el mundo, están obligados a hacer frente a un sector que combina las características menos atractivas de la industria petrolera (los empleos bien pagados inflan la moneda), con la industria nuclear (impulsos y crisis ocasionales) y la industria de autos de segunda mano (y nada más que decir).

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