Función del ahorro

Función del ahorro

Cuando veo que salimos a pedir asistencia financiera para invertir en el país, me pregunto si existe conciencia sobre el papel del ahorro. La nuestra es nación con escasas posibilidades de un fuerte ahorro doméstico. Los niveles de miseria, las características y proyecciones de la pobreza, frenan el ahorro de las gentes. Pero, a los fines de trazar pautas que sirvan como testimonio a quienes puedan hacerlo, y crear modelos de políticas públicas, tal vez conviene que nos preguntemos por qué es tan pobre la inversión pública con recursos propios.

Ahorrar, como sabemos todos, es guardar recursos, y la acepción primera de este vocablo apunta hacia el dinero. De manera que al hablar de ahorro, quien escucha el término advierte que, sobre todo, se habla de guardar dinero. Para ahorrar, y también esto es verdad de perogrullo, resulta imprescindible evitar gastos superfluos. Si una familia desea guardar una parte de lo que ingresa a la casa, se obliga a restringirse. En consecuencia, ha de cultivar la morigeración y la prudencia.

¿Para qué ahorra una persona en lo particular, o como miembro de una familia? Algunos por supuesto, con la esperanza de que el banco le multiplique ese dinero. Otros, con miras muy específicas, para adquirir llegado el momento para ello, bienes mobiliarios e inmobiliarios que representen un capital pasivo pero realizable. No faltarán por supuesto, quienes invoquen a la codicia para, del brazo de ésta, convertirse en avaros intransigentes e inhumanos.

El Estado nacional se asemeja al segundo grupo de cuantos ahorran, a esos otros que reservan una parte de cuanto perciben para invertir. De hecho, esa es la función del Estado nacional, pues la asociación aconsejada por la Naturaleza no tiene otro propósito que el bien común. El Estado es a la familia, lo que los gobiernos son a la cabeza del cuadro familiar. De manera que así como aparecen dentro de la familia individuos botarates, guiados por la presunción o impulsados por la competencia social, así aparecen gobiernos para el Estado Nacional.

La República Dominicana padece de este tipo de gobiernos desde hace dos o tres lustros. De ahí que para hacer una carretera, una simple carretera por muy vistosa que sea, haya que hacer una concesión a inversionistas privados. Para construir unas viviendas sea preciso buscar un préstamo internacional. Y cuanto es peor, para invertir en la agropecuaria ahora que ésta recobra la importancia botada, se impone buscar trescientos millones de dólares en la banca multilateral.

Porque los gobiernos botarates no conocen la función del ahorro, en su figura de ahorro público. Y esto, es mucho peor que malo: es catastrófico para la economía de un pueblo.

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