Funcionarios que desafiaron la rigidez de Trujillo

Funcionarios que desafiaron la rigidez  de Trujillo

Chichí de Jesús Reyes

La disciplina administrativa impuesta por el gobierno de Rafael L. Trujillo, fue tan rígida y severa como la impuesta por el dictador en los recintos militares.

En la Era de Trujillo todos los empleados públicos, desde el más humilde portero hasta los secretarios de Estado y directores generales, debían observar las reglas establecidas en los cuarteles.

El horario oficial se cumplía estrictamente, no como ahora, y nadie podía llegar a su oficina con un minuto de atraso.

La asistencia a los actos políticos organizados por el Partido Dominicano para rendir culto al Jefe, o para condenar algún acto de desafección al régimen, era rigurosamente obligatoria.

Hubo, sin embargo, dos reputados intelectuales, uno poeta y el otro periodista, que se rebelaban con frecuencia contra la rigidez de esas normas de disciplina, e inclusive, se reían y criticaban públicamente las disposiciones del gobernante.

Nunca, ni siquiera a medias, ninguno de los dos se sometieron a la disciplina militar del régimen
Osvaldo Bazil, que formó parte del grupo de poetas para quienes el modernismo se personificó en el sentir del vate nicaragüense Rubén Darío, por un capricho del dictador, fue nombrado secretario de Estado de Trabajo, la posición menos adecuada para un hombre que se comportó siempre como un bohemio y como un trasnochador entregado a las disposiciones de la vida elegante
En Cuba, Bazil, estableció estrecha amistad con Rubén Darío, y la presencia de ambos era frecuente en clubes y restaurantes.

Cuando el poeta y escritor nativo estaba medio ebrio, acostumbraba a pronunciar esta frase: “El poder se inventó para que sus favorecidos lo disfruten”, al tiempo alzaba su vaso. A Trujillo le encantaba que le refirieran estas ocurrencias de Osvaldo Bazil, según narra el Dr. Joaquín Balaguer, en sus memorias de un cortesano.

El otro insurrecto a las normas disciplinarias del gobierno fue el periodista Rafael César Tolentino, director del periódico La Información, de Santiago, quien mientras desempeñaba el cargo de Secretario de Agricultura, para el cual fue designado por segunda ocasión, viajó al exterior en varias veces en cumplimiento, supuestamente, de misiones oficiales.

En uno de esos viajes a México, se encontró con el embajador, que era Balaguer, quien tuvo la distinción de hospedarlo en la sede diplomática, una lujosa residencia que perteneció al presidente Emilio Portes Gil.

Durante más de dos meses permaneció Tolentino en México disfrutando a sus anchas de las bellezas de la capital mexicana y concitando amistades en la Plaza Garibaldi.

En ese tiempo, el periodista hizo caso omiso a las múltiples llamadas que le hacía Trujillo, para que se reintegrara a sus funciones en la secretaria del agro. Los telegramas que recibía, muchas veces suscritos por el propio Trujillo, nunca los contestaba, y en ocasiones, ni siquiera se dignaba abrir esos mensajes.

El día menos pensado, decidió regresar a Santo Domingo, y al dictador le hizo tanta gracia su conducta que lo recibió con muestras de alegría.

Balaguer siempre mantuvo sentimiento de gratitud por César Tolentino, a quien en sus tebaidas liricas agradece el trato que le dispensó desde la dirección del diario La Información, cuando acogió en las páginas del diario “mis primeras fantasías políticas”.

En el carácter de Trujillo cabían esas contradicciones. El gobernante habitualmente rígido y severo ante las faltas de sus subalternos se extralimitaba en su bondad y en la indulgencia con quienes les resultaba graciosos. Ante lo que nunca flaqueó la severidad del dictador fue ante cualquier evidencia de desacato al culto debido a su personalidad como jefe único.

En 1936, en la mitad de su segundo gobierno, Trujillo estuvo a punto de morir luego de una operación quirúrgica. Petán, su hermano, que ostentaba el grado de mayor del ejército, creía que el Jefe no viviría, y organizó un movimiento para tomar el poder.

Enterado de la situación, Trujillo ordenó al jefe del comando en Bonao, Manuel Emilio Castillo, que lo apresara y lo llevara a la capital ‘’vivo o muerto’’.

La acción no se materializó por la rápida intervención de ‘’Mamá’ Julia. Los participantes en la abultada conspiración fueron asesinados, incluyendo el prestigioso médico, hijo de Bonao, Pedro Columna, graduado en Francia.

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