Gabriel Montero Santana

Gabriel Montero Santana

Gabriel Montero Santana, uno de los valientes cadetes que se rebeló durante la revolución de abril de 1965 poniéndose al lado de la causa constitucionalista tras una accidentada travesía por diferentes pueblos que terminó en captura, se ha destacado en París como exitoso economista, administrador de empresas, importador, diplomático y reconocido anfitrión y guía de dominicanos tan prestantes como el ex presidente Antonio Guzmán Fernández y el líder máximo del PRD, José Francisco Peña Gómez.

Conoce a todos sus paisanos residentes en Francia, por sus años en aquella nación y por las funciones que ha desempeñado, y trabaja en la preparación de un libro narrando la vida allí de un considerable número de coterráneos.

Luego de constantes estudios en universidades civiles y militares de ese país  y de varios años de trabajo en diferentes empresas del reconocido político Héctor Aristy, pasó a unos acreditados y grandes almacenes como encargado de ventas al cuerpo diplomático, posteriormente laboró junto al presidente de la Confederación de la Pastelería, como Jefe de Compra, agregado comercial, ejecutivo de ventas. En la actualidad ejerce funciones en el departamento de Visas del consulado, donde recientemente compartió con el legendario Máximo López Molina, fundador del Movimiento Popular Dominicano, del que se tienen pocas noticias en Santo Domingo.

“Ha cambiado mucho de físico, pero está bastante bien. Hace dos o tres meses estuvo por el consulado, tomó café, nos saludamos, me gustó muchísimo la actitud del cónsul general, Antonio Abreu (Tonito) quien le prestó exquisitas atenciones”, contó Medrano. Comentó que López Molina “se ha mantenido alejado de la comunidad dominicana por razones propias” pero que no lo critica, agregó comprensivo. “Cada vez que he podido conversar con él encuentro que sigue siendo una persona cariñosa, respetable, he sido uno de los dominicanos que siempre lo ha visitado”, manifestó.

La historia de Gabriel Montero es un desfile de revelaciones desde su adolescencia en El Cercado, San Juan de la Maguana, donde nació el 18 de marzo de 1937, hijo de Rosa Santana, educadora, y de Higinio Ildefonso Montero Santana, bohemio guitarrista que animaba con sus serenatas las noches de las enamoradas sanjuaneras. El muchacho fue también maestro, como su madre, en las escuelas de Vallejuelo y La Ciénaga, donde llegó a ser director de la primaria hasta que se incorporó a la milicia, en 1959.

Locuaz, con acento francés pero con nítida expresión castellana matizada a veces de un cantar sureño, cuenta la trayectoria de su vida casi en forma cronológica, exponiendo detalles que revelan su valentía sobreponiéndose a la adversidad. De voluntad férrea, el ex cabo del CEFA comenzó a demostrar su buena conducta y su talento cuando tras cada promoción en la Academia Batalla de las Carreras era premiado con la distinción de Brigadier Mayor. Con ese título, la resplandeciente Medalla de Aplicación y el cordón blanco de los triunfadores, le sorprendió la revuelta de abril en el tercer año del Cuerpo de Cadetes al que había ingresado en septiembre de 1962.

De entonces recuerda a sus directores, Rafael Fernández Domínguez, Smester, Medrano Ubiera, Núñez Nogueras,  Contín Curiel, y a sus instructores Héctor Lachapelle, Sención Silverio, Ernesto González González, los hermanos Guerra Ubrí, “el matemático señor Cabrera, muy familiarizado con Amor Sabrás que nos enseñaba el álgebra de manera resplandeciente”, Ramos Troncoso, De Windt Lavandier, Elpidio Beras…

Agitada vida

La vida de Gabriel Montero se tornó agitada desde el ajusticiamiento de Trujillo. “Cuando era cabo en el grupo de artillería General Gregorio Luperón, seguí mi entrenamiento en cañones antiaéreos hispanosuizos y recuerdo que cuando los acontecimientos de Rodríguez Echavarría, siendo jefe de una piececita de un cañón de tres tubos, me ordenaron: Cabo, usted se va con dos elementos allá, cerca del comedor de la Base, y nos dieron órdenes muy especiales porque los aviones salieron directamente de San Isidro con rumbo a Santiago. No sé bien lo que quería Rodríguez Echavarría, pero me dieron la orden de que estuviese atento”.

Lamenta no haber escuchado absolutamente ningún rumor para derrocar a Juan Bosch en 1963, confiesa, aunque “el complot se hizo en la segunda planta de la Academia”, pues hubiese intervenido poniéndose al lado de la Constitución como lo hizo en 1965. Tiene un amplio artículo inédito sobre ese proceso porque entiende que la rebeldía de los cadetes de la Academia Militar de las Fuerzas Armadas no se ha contado completa.

“Nosotros realizamos una acción inimaginable, Wessin se dio cuenta, rodearon el recinto con cañones antiaéreos de gran calibre y ordenó que sacaran a los cadetes de la Academia. En pleno cerco hicimos un plan para sacarlos, sobre todo a los de tercer año. A mí me tocó inspeccionar, el plan era salir del CEFA sin tirar un tiro, me correspondió esa misión. Yege Arismendy me dijo: ‘Brigadier Mayor: usted y Meyreles Torres vienen conmigo. Fuimos, pasamos, burlamos los centinelas y preparamos la avanzada de los cadetes que se iban por los cañaverales con los instructores e incautamos camiones para ir a San Pedro de Macorís donde se suponía que los oficiales de la fortaleza estaban con nosotros, lo cual no fue verdad”.

Perseguidos, enfrentando inconvenientes, venciendo celadas, escapando a los disparos que sólo pudieron herir al cadete Feliciano de puesto en el puente sobre el río Higuamo cuando los aviones vampiros y P-51 dispararon a esa plaza comandada por Montero, pasaron por Sabana de la Mar, Samaná, Sánchez, Hato Mayor, San Francisco de Macorís, Bonao, ocupando volteos, zarpando en barcos, asaltando guaguas con sus máuseres y pequeñas granadas, “parlamentando” con jefes de puestos militares, aterrizando en el suelo para protegerse hasta llegar a la Nunciatura, en Santo Domingo, donde fueron capturados y llevados al campamento de la Independencia con avenida Abraham Lincoln. Víctor Cordero, Raymundo Garrido, José del Carmen Paulino Polanco, Iván Francisco Grullón, Demetrio Herrera Morla, Julio Fernández Domínguez, Alba López, Noble Espejo, Yege Arismendy, eran parte de sus 100 compañeros en esa peligrosa empresa.

De ahí los trasladaron a Haina, La Caleta, y finalmente a San Isidro donde el Jefe de Estado Mayor, De los Santos Céspedes, los remitió a su Academia en calidad de presos recluidos en el área de gimnasia. El entonces superior del CEFA, “Romero Pumarol llegó a los tres días y ordenó formarnos para mandarnos al CEFA. Cuando oí eso dije a los cadetes antes de que nos subieran a los autobuses: ¡Cadetes, todo se ha perdido menos el honor! ¿Sabe lo que dijo ese distinguido oficial? “Eso fue lo primero que ustedes perdieron”. Nos llevaron al CEFA donde estaba Wessin y nos encerraron en un depósito donde no cabían 35 ó 40 personas, y nosotros éramos más de 100”. Luego de repetidas intimidaciones, en mayo se les permitió ir a visitar a sus madres.

“Ese mismo día fui a Los Minas y dije a mi mamá, enferma: “Tengo un compromiso moral y lo voy a cumplir”. Núñez Nogueras “me recibió con mucho cariño y me entregó un revólver 38 y dos granadas, me designó ayudante del jefe del departamento de tránsito de la policía militar constitucionalista e instructor en el parque Eugenio María de Hostos. Pasé todo el tiempo combatiendo a mi manera y conjuntamente con una serie de personas, hasta que terminó la revolución”.

Después, Montero sería apresado nuevamente en Santiago, ocurridos los sucesos del hotel Matum. Fue conducido al palacio de la policía donde lo abofetearon hasta casi perder la conciencia. Un capitán lo escoltó  a Santo Domingo.

Francia fue su destino como estudiante, pasado el hecho bélico. Allí se graduó de segundo teniente. Regresó en 1968 y luciendo con orgullo  (y por escasez de ropa civil) el uniforme militar de aquella tierra se presentó ante el general Guillén, y tras el cuadre oficial y el saludo de “Respetuosamente, mi general”, éste le increpó que “¿Quién le dijo que yo soy su general?” y lo envió a la fortaleza Ozama hasta que el Presidente “arregle su asunto”.

Su indumentaria era la atracción popular cuando caminaba por las calles capitalinas y lo único criollo en él era el idioma. Luego de viajes infructuosos para ser reincorporado a la milicia, se presentó en la embajada francesa y solicitó al embajador, en perfecto francés, una recomendación solicitando visa. Fue complacido y visado. Viajó a New York, trabajó siete meses en una fábrica de carteras y en un taller de restauración de muebles. Reunido un pequeño capital retornó a Francia donde había dejado a su novia Michelle Nondín (hoy su esposa) con quien casó en julio de 1969. Tienen dos hijas: Alba Rosina y Claudia

Recién casado, Montero ingresó en París en escuelas de comercio y en la Escuela de Cuadros Económicos, recibiendo licenciatura y maestría en Comercio Internacional.

Es presidente del Comité para la Unión Europea de la Fundación de Militares Constitucionalistas que ahora le acaba de rendir homenaje porque “supo decir presente al reclamo de la Patria” y porque su sacrificio y entereza “fueron valores que llevó hasta los confines de la tierra un mensaje escrito con la sangre de un pueblo que mostró al mundo lo que es capaz de hacer unido”.

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