SANTO DOMINGO (EFE).- En la República Dominicana hay una Semana Santa alejada de las iglesias, mágica, pero ignorada y olvidada, que exalta la llegada de la primavera y que hace del gagá y de los personajes carnavalescos sus protagonistas centrales.
Mientras la herencia española y el catolicismo son la herencia oficial, la africana es ignorada y despreciada por las elites dominicanas.
Para el director del Instituto Dominicano del Folclore, Dagoberto Tejeda, esto se debe al prejuicio racial, que da la espalda a todo lo que tenga que ver con África y con la negritud.
De hecho, en contraste con la invitación de la Iglesia Católica a la reflexión y al recogimiento, para las poblaciones con fuerte presencia africana estos son días de alegría y festividad, donde se celebra el comienzo de la primavera y de la vida.
Desde hoy jueves, los gagás de las comunidades de los ingenios azucareros y de los bateyes (poblados entre cañaverales) del sur y del este del país, se convierten en los protagonistas indiscutibles.
Estas ceremonias y comparsas de carácter espiritual y festivo son, como explica Tejeda a EFE, un homenaje a la primavera, en el que la danza es una expresión de vida y los movimientos eróticos de las caderas son símbolo de fecundidad.
Los diferentes gagás del país se desplazan hacia otras localidades en una explosión de colorido, cantos y bailes desaforados, hasta que el domingo regresan a su lugar de origen.
Detrás de cada gagá hay toda una estructura social y religiosa, presidida por el dueño del gagá que encabeza la comitiva y que da fuetazos en el suelo para despejar los caminos de la energía negativa.
Aunque los gagás poseen una fuerte herencia africana y del vudú, también tienen elementos de la religión católica, como los santos que les acompañan, entre los que se encuentran San Miguel o Santa Marta. Tejeda puntualiza que no todos los gagás son iguales: en Elías Piña (suroeste), por ejemplo, es teatralizado.
En una de las escenas, conocida como la violación de Teresita, un danzante baila con una muñeca gigante y, mientras la música acelera a un ritmo vertiginoso, el danzante coloca la muñeca en el suelo hasta que simula el acto sexual.
Como dice Tejeda, el espectador que ve la escena con valores occidentales piensa que es algo morboso y depravado. Todo lo contrario: es el símbolo de la violación simbólica que hace la naturaleza con la primavera, que trae el agua y fecunda la tierra para que se llene de frutos.
Para Tejeda, los aparatos del Estado e incluso la Iglesia Católica han hecho una conspiración de mentiras en torno al gagá.
En algunos casos, hasta los sacerdotes acuden a las autoridades y a la policía para impedir su paso por los pueblos, denuncia.
Este folclorista asegura que la clase dominante está de espaldas a la cultura popular dominicana. Lo que no acabamos de entender en este país es que la cultura se puede expresar por canales diversos, critica.
En Cabral (suroeste) por ejemplo, la Semana Santa es sinónimo de Las Cachúas, personajes que satirizan al diablo y que desde el viernes hasta el lunes santo se apoderan del pueblo de Cabral y de las localidades vecinas.
Estas cachúas, vestidas con máscaras con cachos y papel crepé de colores intensos, llevan un fuete en la mano, símbolo de la purificación medieval (flagelación) y también del triunfo del esclavo sobre su amo.
El lunes, las cachúas se enfrentan con los civiles, que representan las energías negativas, para finalizar después en el cementerio de Cabral, donde las cachúas se suben encima de las tumbas y comienzan a darles fuetazos, como una forma de recordar a las cachúas fallecidas.
Allí mismo, queman un Judas, ante la atenta mirada del pueblo, que grita: Juá, Juá, eh, lo mataron por calié (el calié es el símbolo del soplón durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo 1930-1961).
La quema del Judas, en palabras de Dagoberto Tejeda, es el triunfo de la vida sobre la muerte, del pueblo sobre el tirano, de la justicia sobre la opresión.