Redacción Internacional. Suele considerarse que el mundo de la literatura está en las antípodas del universo deportivo, como si no hubiera grandes escritores que han dedicado sus letras a disciplinas como el fútbol o el atletismo. Y el uruguayo Eduardo Galeano, fallecido hoy, fue sin duda uno de los más destacados.
Procedente de esa escuela suramericana que tantos literatos interdisciplinares ha dado, este autor nacido en Montevideo en 1940 y uno de los creadores más importantes de la región, con obras de referencia como “Las venas abiertas de América Latina”, hizo hueco entre sus páginas para otra de sus pasiones- el balompié.
El fútbol “es algo tan importante que no se puede charlar solo unos minutos sobre él, sino que hay que dedicarle horas y horas”, sentenció a Efe en una ocasión en Madrid ante la petición de unas rápidas declaraciones en los momentos previos a una lectura pública de su obra “Bocas del tiempo».
Uruguay disputaba la fase de clasificación para el Mundial de Alemania 2006 y su opinión era lo suficientemente relevante como para pedírsela en un acto literario. Pero él hizo saber a la periodista que, además de estar contrariado por otro motivo, el fundamental para rechazar esa charla era que la relevancia del balompié en su vida era tal como para dedicarle apenas minutos.
“Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo. Yo quise ser jugador de fútbol como todos los niños uruguayos” es el comienzo de su volumen “El fútbol a sol y sombra” (1995). Y esa importancia era compartida con su compañera, Helena Villagra, protagonista de tantas de sus letras, como confesó en 2009, con motivo de la entrega de la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, cuando contó que las puertas de su casa se cerraban siempre que había alguna competición importante (Mundial, Copa América…) y cada uno se dedicaba a “hinchar” por su selección- Uruguay y Argentina, respectivamente. Acérrimo seguidor de Nacional, uno de los dos clubes más importantes del fútbol uruguayo, por las páginas de ese tratado literario del balompié, “El fútbol a sol y sombra”, pasaron personajes de la talla de los brasileños Pelé o Garrincha y el argentino Alfredo Di Stéfano.
Y a un nacimiento bien especial, el de Diego Armando Maradona, dedicó su relato “El parto”, incluido en “Bocas del tiempo” (2004). El “astro” futbolístico tiene su metáfora en el texto, en el que Galeano explica que doña Tota “encontró una estrella, en forma de prendedor”, en el suelo del hospital al que acudió para dar a luz. “Esa estrella de plata y de lata, apretada en un puño, acompañó a doña Tota en el parto. El recién nacido fue llamado Diego Armando Maradona”, concluye el cuento. Como “mendigo de buen fútbol”, como él se autodefinió, lo buscaba en las botas de todas las ligas del mundo y admiraba juego por encima de colores (excepción hechas, claro, de Nacional y de la selección de Uruguay).
En conversación con Efe en 2012, llegó a alabar el juego del Barcelona de Pep Guardiola y a criticar las malas formas del que, en aquel momento, era entrenador del Real Madrid, Jose Mourinho. Y hace apenas un año declaraba a O Estado de Sao Paulo que el argentino Lionel Messi y el brasileño Neymar eran “verdaderos milagros” en un mundo lleno de intereses como el balompié profesional.
“Los deportistas actúan por el placer de jugar, lo que es importante. Ruego a Dios para que los jugadores no pierdan ese placer, pues, en los últimos años, ellos vienen siendo condicionados apenas para ganar, lo que resulta en más dinero. No apruebo esa identificación del balón como fuente de lucro”, apuntaba.
Su relato “El estadio”, integrado en “El fútbol a sol y sombra”, comienza así- «¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. (…) El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo». Aunque él, que se decía “el peor pata de palo”, estará feliz por reencontrarse con su admirado Obdulio Varela, el “negro jefe”, gran protagonista de la victoria de la selección de Uruguay en el Mundial del 50, el famoso “Maracanazo”, seguro que las gradas del Centenario suspiran hoy más tristes que nunca.