Galileo y la herejía

Galileo y la herejía

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Siglos después de que la ignorancia, la intolerancia y la estupidez condenaran a Galileo Galilei, la iglesia católica reconoció que el florentino tenía razón en sus planteamientos científicos. El que uno no conozca algo no le califica para negarlo. Mi generación ha visto cómo el progreso camina a pasos agigantados hasta reducir el mundo a una «aldea global».  Se juega con «dudar siempre» que es y puede ser sano en la mayoría de casos, siempre que se deje una ventana abierta para que penetre la brisa fresca. En nuestros países lo primero es ridiculizar lo propio, no tener fe en lo nacional, burlarse de la calidad de cualquier tipo de producto que pongamos en el mercado.

La filosofía de la dominación de los países desarrollados incluye un lavado de cerebro de cientos de años para hacernos sentir inferiores. De ahí que cuando cualquier criollo sobresale en el extranjero triunfa dos veces, allá y en la difícil plaza que somos nosotros.

Nos han hecho creer que son mejores y hay mucha gente que lo repite, lo pregona y lo acepta. Es como si los hombres y mujeres de esos países fueran diferentes a nosotros.

Suerte tengo que en los viajes que he realizado nunca encontré hombres de 12 pies de altura, cuatro piernas y dos cabezas para pensar. Son iguales a nosotros. Ni más ni menos. Las diferencias son salvables si nos proponemos, si hubiera un plan de nación.

Mataron a Trujillo, se abrieron las puertas del país y los dominicanos comenzáramos a brillar en el extranjero en la música, en las artes, en los deportes, en la academia, en el ejercicio de profesiones liberales.

Se puede, pero para poder, se necesita «mantener la ventana abierta para que penetre la brisa fresca».

Lo llevo dicho: el país carece de un laboratorio capaz de determinar el contenido, la mezcla, las cantidades y las calidades de todo tipo de importación que llega al país, desde bebidas hasta combustibles, desde ropas, telas y calzados hasta medicamentos.

Al Plan Nacional Sobre Drogas de España, en la persona de su entonces Delegado, Don Gonzalo Robles, le solicité a nombre de nuestro país, un laboratorio que pudiera determinar la composición de medicamentos. La idea era comprobar que las medicinas importadas por el país tienen el contenido de sustancias controladas que contribuyen a recuperar la salud o si tienen mayores cantidades, en una operación disimulada de tráfico de drogas. Además, determinar el uso real de químicos y precursores que importamos y ninguna autoridad tiene control sobre ellos.

Pese a la disposición de Gonzalo, no fue posible lograrlo por el cambio de gobierno del 2004.

Ahora que el doctor José Ramón Báez Acosta dice que produce un medicamento que cura el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) no nos apresuremos a condenarlo.

Mientras el país con la buena pro de las autoridades permite que dominicanos sean usados como cobayos para experimentación con medicamentos de prueba, a un médico dominicano, sin que se haya investigado ni exista una institución oficial o privada capaz de demostrar que su medicamento es ineficaz o dañino, se lo condena al cierre de su laboratorio y se lo expone a la befa pública.

Además, aquellos que se dan golpes en el pecho y dicen ser católicos y cristianos descreen de que Dios le diera un mensaje al doctor Báez Acosta. Lo de siempre, si el «milagro» lo hace un extranjero, es un santo.

No defiendo al doctor Báez Acosta, pero no lo condeno por ignorancia.

Ello, sin cometer la herejía de compararlo con Galileo.

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