Galíndez en el recuerdo

Galíndez en el recuerdo

R. A. FONT BERNARD
La conferencia, recientemente dictada por el abogado norteamericano Stuart Mc´Keever, en la Fundación Global Democracia y Desarrollo, en torno a la desaparición del escritor español Jesús de Galíndez, el año 1956, en la ciudad de Nueva York, reactualiza uno de los episodios que matizaron el principio del fin de la dictadura de Trujillo, iniciada en el año 1930.

Todo lo que se ha publicado hasta los días del presente —incluyendo la conferencia del abogado Mc´Keever— se basa en conjeturas, puesto que por no haber aparecido el cadáver de Galíndez, su desaparición ha quedado definitivamente inscrita, como una más, reportada cada año, inscritas en los archivos de la Policía de la ciudad de Nueva York.

Nosotros, apenas un adolescente, coexistimos con Galíndez, cuando se le designó para el empleo de Asesor Legal del Departamento del Trabajo, de la Secretaría de Trabajo y Economía Nacional, entonces bajo la responsabilidad del licenciado Jesús María Troncoso Sánchez. Para entonces, trabajamos como auxiliar –en la actualidad asistente–, del Secretario de Estado, conforme era lo habitual, en la asignación de empleos, a los bachilleres egresados de la Escuela Normal.

Fue Galíndez, ciertamente, quien redactó los proyectos de leyes sobre el Contrato de Trabajo, la jornada de ocho horas al día y cuarenta y ocho semanales, y la creación del Departamento de Salario Mínimo, promulgadas por Trujillo, desde el 1945.

Como lo recordamos, en la actualidad, Galíndez era cortés, pero poco sociable, y se comentaba que era asexual. Vivía en una pensión familiar en la calle Arzobispo Meriño, y se trasladaba puntualmente a su trabajo pedaleando en una bicicleta. El año del Centenario de la Independencia, 1944, fue premiado por la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes por su leyenda titulada «El Bahoruco», en la que insertó, como figura históricamente protagónica, al Cacique Enriquillo.

Luego, ya agregado a la Secretaría como subsecretario el periodista Ramón Marrero Aristy, ambos tuvieron una exitosa participación en la deposición de la huelga de los trabajadores azucareros, que bajo el liderazgo de Mauricio Báez paralizó toda la región Este del país.

No podemos precisar la fecha en que viajó a la ciudad de Nueva York, favorecido con una licencia, luego de habérsele entregado personalmente por el licenciado Troncoso Sánchez, en presencia de todos los jefes departamentales, un cheque por la cantidad de diez mil pesos —entonces en paridad con el dólar— como el pago inicial para la redacción de un proyecto de Código de Trabajo. No regresó al país no obstante los numerosos requerimientos que le fueron enviados, por la vía del Consulado dominicano en aquella ciudad. En una ocasión, según recordamos, contestó a uno de los requerimientos alegando «inconvenientes de índole personal». Esto motivó su cancelación y disgustos para el licenciado Troncoso Sánchez, responsabilizado por Trujillo por lo que, según dijo, había sido una fuga de Galíndez.

Volvimos a reencontrarnos con él, o más propiamente dicho con su sombra, el año 1956, cuando nosotros, ya funcionario de segunda clase en la Secretaría Particular del Generalísimo, tuvimos la oportunidad de leer tanto la correspondencia oficial como los recortes de los periódicos que eran enviados al Palacio Nacional provenientes de todos los países del mundo, relativos a su misteriosa desaparición. Recordamos, entre otros titulares sensacionalistas, el de The New York Times que decía: «El Brazo de Trujillo llega a la Quinta Avenida», o el de The Post, asegurando que Galíndez había sido lanzado al río Hudson dentro de un bloque de cemento. Esto fue investigado, pero se trataba del cuerpo de un ganster de la época de Al Capone. Otra noticia, prohijada por el exiliado antitrujillista Nicolás Silfa, aseguraba que Galíndez había sido lanzado en las calderas del vapor «Fundación», entonces surto en los muelles de Nueva York.

Durante todo ese año llegaron al Palacio Nacional aventureros de toda laya postadores de supuestos informes fidedignos que certificaban en la mayoría de los casos que Galíndez vivía en tal o cual ciudad. Uno de éstos, acompañado con una fotografía, ubicaba a Galíndez tomando un aperitivo en un café al aire libre de Viena.

Como era lo habitual entonces, la maquinaria propagandística de Trujillo— financiada sin limitaciones por éste—, se puso en movimiento, no solo en el orden interno, sino además, en los principales medios de comunicación del mundo: «Galíndez, asesino de obispos en la Guerra Civil de España»; «Galíndez comunista infiltrado en la CIA»; «Galíndez oculto por estafa al gobierno dominicano». Esa campaña incluyó los servicios del eminente jurista norteamericano Morris Ernest, ex juez del Tribunal Supremo de Nueva York, a quien se le adelantó la cantidad de cien mil dólares como pago inicial de sus investigaciones. Recordamos al señor Ernest, acompañado por don Miguel De Moya Alonso, en una visita al Palacio Nacional.

La desaparición de Galíndez condujo a una secuencia de crímenes misteriosos que, al incluir al aviador Gerard Murphy, de nacionalidad norteamericana, tocó colateralmente a la familia De la Maza, uno de cuyos integrantes, Octavio De la Maza, fue encontrado en una celda de la Policía Nacional, supuestamente suicidado. Fue ese supuesto suicido el punto de partida de los acontecimientos que culminaron con el 30 de mayo del 1961.

Trujillo intentó sobornar al hermano mayor de Octavio De la Maza, el ex militar Antonio De la Maza, concediéndole varias contratas de Obras Públicas en la región fronteriza con Haití, y como lo consigna el doctor Joaquín Balaguer en sus «Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo», cuando ocasionalmente Antonio De la Maza visitaba el Palacio Nacional, Trujillo le recibía en su despacho teniendo disponible bajo su escritorio un revolver calibre 38. «Para nadie era desconocido el carácter violento de De la Maza— escribió el doctor Balaguer—, y la profunda tensión, a veces casi dramática, que electrizaba en aquellos días la vida del país». Según ha quedado establecido, fue Antonio De la Maza quien le dio el tiro de gracia a Trujillo la noche del 30 de mayo.

El 21 de mayo del 1965 se suicidó el mayor general Arturo Espaillat, a quien los investigadores norteamericanos señalaron como el autor intelectual del secuestro de Galíndez. En carta del 23 de febrero del 1955, había ordenado al entonces cónsul dominicano en Nueva York que investigase, y si fuese posible, localizase una copia del libro que Galíndez se proponía entregar a una casa editorial de Chile, titulado «La Era de Trujillo».

Con esa muerte quedó sellada, definitivamente, la misteriosa desaparición de Galíndez el día 12 de marzo del 1956 en la ciudad de Nueva York. Con anterioridad a su suicido el mayor general Espaillat había publicado un libro titulado «Trujillo, el César del Caribe», en el que, como es explicable, no dejó referencias relativas a Galíndez. Se tiene por cierto que toda la correspondencia relativa al secuestro de Galíndez, depositada en los Archivos del Palacio Nacional, fue oportunamente desaparecida.

Conservamos en nuestros archivos una copia fotostática del llamado «Informe Ernest».

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