Antes decíamos que Estados Unidos jamás perdía una guerra, ahora no ganamos ninguna. Es inaceptable”. Frase rimbombante de las usuales del presidente Trump. Sobre esa idea ha lanzado el propósito de incrementar el presupuesto de “defensa” en 54 mil millones de dólares, un aumento de 9.3%. Para lograrlo sin presionar aún más el déficit fiscal ha dado instrucciones de que se desvíen partidas presupuestales de otras dependencias, especialmente del Departamento de Estado y de la Agencia de Protección Ambiental. Lo lógico de pensar cuando se incrementa un presupuesto militar es que el país se prepara para una guerra y ganarla. Trump lo ha dicho bien claro: “Tenemos que empezar a ganar guerras otra vez”.
¿Por qué tomar medidas para “ganar” y no accionar para “evitar”?. Algunos pueden argumentar que unas fuerzas armadas poderosas son disuasivo para las amenazas. Eso es cierto. Pero mucho más certero sería contribuir a crear un clima internacional de cooperación construyendo un escenario mundial en que todos, absolutamente todos, se atengan a un orden mundial consensuado sustentado en el respeto al derecho internacional. El reforzamiento de una superpotencia lleva ineludiblemente al rearme de las demás y ello conlleva una carrera armamentista devoradora de recursos imprescindibles para atender calamidades mundiales que sí son generadoras de guerras. 120 generales en retiro han sido los primeros que han advertido a la Presidencia de lo equivocado de la política emprendida. Entre ellos se encuentras antiguos jefes bien respetados como el general David Petraeus y George Casey, exjefe de las fuerzas armadas. En su carta pública advierten del craso error de reducir fondos para la diplomacia y para ayuda externa; aseguran que ellos saben por su “servicio de armas que muchas de las crisis que nuestra nación enfrenta no tienen solo una solución militar. Y esto incluye desde hacer frente a la violencia extremista de grupos como ISIS en el norte de África u Oriente Próximo hasta prevenir pandemias como el Ébola o estabilizar Estados débiles y frágiles que pueden detonar la inestabilidad”. Fomentar buenas relaciones y aliviar las carencias de amigos y vecinos, señalan, resultan acciones “críticas para prevenir el conflicto y reducir la necesidad de enviar a nuestros hombres y mujeres al frente”.
Estados Unidos es una superpotencia y lo será siempre, pero tiene que comprender que no volverá a tener el dominio mundial de que gozó después de la Segunda Guerra Mundial. Hay nuevos actores y habrá otros. No se necesitan más ojivas nucleares sino más alimentos y menos miseria. Según el Presidente, él es “el primero que querría ver al mundo sin armas, pero no podemos quedarnos por detrás de ningún país, aunque sea amigo. Nosotros tenemos que estar a la cabeza de la manada”. Los 600 mil millones del presupuesto de hoy es mucho más que el de los otros cuatro que más gastan en fuerzas armadas. Sin embargo, su estrategia es clara y antigua, ha dicho que más fondos militares son “un buen negocio”. ¿Quién construirá aviones y barcos? Trabajadores americanos”.