Gastos corrientes de Balaguer

Gastos corrientes de Balaguer

Corría el año de 1975 y deseábamos designar en la Biblioteca Nacional a Kirsis Pérez. Con su nombramiento complacíamos a su padre y a nuestro amigo Tiberio Castellanos. Pero el Presidente Joaquín Balaguer rechazó la solicitud primera.

Cuando lo visitamos con la comunicación correspondiente rememoró las partidas del objeto 01 (gastos de personal), de aquel Programa 4 del Capítulo 01 de la Ley de Gastos Públicos. Yo era quien lo manejaba. Pero si el mandatario nos hubiese pedido realizar ese ejercicio, habríamos recurrido a los detalles escritos de la ley.

-No pida ese nombramiento, me dijo finalmente. No hay cupo para otro empleado.

Kirsis fue nombrada un tiempo después. Para lograr su incorporación a la institución debimos esperar una renuncia que se produjo más tarde. Y he recordado lo que no es más que una insignificancia en los ajetreos de la burocracia oficial, tras leer la carta de compromiso con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Es la visión que tiene la suegra del relato del padre Víctor Masalles respecto del marido de su hija. Entre líneas, sin embargo, y con éstas, trasluce la realidad. Una realidad que las páginas económicas de nuestros diarios desdibujan con harta frecuencia.

Desde 1980 se inició un lento pero inexorable desequilibrio entre ingreso y gasto público. En efecto, hemos disfrazado y disimulado el déficit fiscal. Pero con fuerza incontenible sale a la superficie, indomable, para trastocar el curso de la economía. Y empobrecer a los dominicanos.

Y por ello pienso en Balaguer. Maestro del presupuesto, era un conocedor al dedillo de las partidas relacionadas con el gasto público.

Uno que otro adversario llegó a acusarlo de minimizar los ingresos previstos para generar superávits. ¡Buen camino encuentran los pueblos en los que prestidigitadores alcanzan el control del gobierno para valerse de artimañas como ésta! Porque para generar los déficits no se requieren ardides. De sobra tenemos los ejemplos.

A veces exageró la nota. Lo admito. En el estricto control del gasto corriente condenó a la Dirección General de Telecomunicaciones a carecer de papel preimpreso para que los clientes escribieran los telegramas.

No me crean si les digo que don Luis del Villar revisaba las cuentas de teléfonos. Pero créanme si les digo que en ocasión de patrocinar el “Primer Foro de joven Poesía”, don Luis llegó a llamarme.

 “Pedrito, ¿por qué la factura telefónica subió este mes?” “Recuerde don Luis que tenemos invitados extranjeros, poetas y escritores con quienes coordinamos sus respectivos viajes”. No era fácil, les digo. Pero entonces sobraban recursos para invertir.

Sin duda no fue buena época. La de ahora es mejor, conforme se nos pregona. Porque en la de ahora los ingresos se diluyen en el servicio de la deuda pública, anchurosos gastos corrientes entre los que la cuenta de personal es una gota caliente, y subsidios a granel. ¿Y para invertir? ¡Bienvenidos sean los préstamos y las donaciones extranjeras!

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