Gastos del Estado y la familia

Gastos del Estado y la familia

PEDRO GIL ITURBIDES
Andrés, que es cabeza de familia, es botarate. Con cuatro hijos que siguen su ejemplo y una mujer fatua, Andrés intenta sobrevivir al asedio de sus acreedores. Sufre de alta presión arterial y dolor de cabeza, debido a la ansiedad que lo corroe. Para él, una y otra de estas molestias son propias de su naturaleza. Los muebles de la casa lucen desvencijados, los electrodomésticos con forros metálicos corroídos, y a la televisión hay que darle un ligero golpecito para que encienda.

El Estado Dominicano es el marco de referencia jurídica y política de la Nación Dominicana. Es como el padre de familia de los nacionales dominicanos y de cuantos viven en el territorio de la República Dominicana. Como Andrés, cuenta a las once mil vírgenes de Enrique Jardiel Poncela entre sus más asiduas visitantes. También tiene, si hacemos un simil, los muebles de la casa desvencijados, los electrodomésticos con forros metálicos corroídos, y a la televisión hay que darle un golpezote para que encienda.

También el Estado Dominicano es botarate. A lo largo de los años, desde los días de la colonia, los gobiernos tienden al dispendio. Cuanto les ha ingresado a lo largo de estos siglos los gobiernos lo han dedicado, principalmente, al sostenimiento de la administración. De manera que con mucha precariedad, y pidiéndole prestado a una parte de aquellas once mil vírgenes, han podido hacer inversiones. Estas inversiones se han dedicado a construir carreteras, caminos, viviendas, canales de regadío, acueductos, clínicas y hospitales y otras diversas obras.

Pero, como en todos los asuntos de la vida, hay excepciones. Todos conocemos a Roberto, que es primo hermano por parte de madre, de Andrés.

Roberto aprendió temprano la virtud del ahorro. De muchacho compraba los sellos de Radhamés, Angelita y Ranfis, y los aplicaba a su libreta de ahorros. En 1961 se asustó tras los sucesos del 30 de mayo. Entonces acudió a las oficinas de la Mercedes esquina a Isabel la Católica donde funcionaba el programa de préstamos de los empleados públicos y cambió su libreta por efectivo. ¡Por vez primera contemplaba que los cheles que por años había invertido en sellos de ahorros, se convertían en pesos, y, encima le sumaban un 4%!

Escondió debajo de una piedra en el patio de su casa, el producto de su sacrificio. Y siguió acreciendo en él esta inclinación al ahorro. En países como el nuestro, sin embargo, esta proclividad no es largamente sostenible.

Contra ella han conspirado a lo largo de los años toda clase de vivencias políticas, y los desequilibrios económicos del país. Uno de éstos asomó al sistema económico dominicano cuando una cierta estabilidad entre ingresos promedios y costo de vida fue rota a partir de 1981. Entonces asomaron una devaluación acentuada en 1983, e inflación galopante, y el ahorro pasó a convertirse en quimera para la mayor parte de los dominicanos.

Pero esta ruptura, sea dicho sin ambages, la ocasiona el gobierno manirroto. Cuando los gastos administrativos del gobierno alcanzaron niveles extraordinarios después de 1980, sobrevinieron el desequilibrio de la balanza comercial, y la inflación. Al desequilibrio comercial continuado siguió el de la balanza de pagos y, tras éste, llegó el déficit en cuenta corriente de esta última. Las presiones sobre la moneda se tornaron en presiones sobre el poder adquisitivo de los consumidores, pero también sobre los productores que utilizaban insumos importados.

Si los gobiernos no generan ahorro para invertir, no solamente en infraestructura social sino en apoyo a la producción primaria, de transformación y terciaria con gran vigor, la Nación se estanca. Es lo que le ocurre a Andrés que, debido al nivel excesivo de gastos fútiles, derivados del sostenimiento de una vida llena de vanidad, no puede ahorrar para invertir en bienes mobiliarios o inmobiliarios. Para satisfacer las ansias inducidas por el dispendio, tiene que recurrir al endeudamiento. Y el Estado también.

Lo cual no debe ocurrirle a Roberto, supuesto a disponer del capital que es fruto del sacrificio y del ahorro. Si éste no cae en manos de un banquero desaprensivo, puede crecer en lo económico y lograr su promoción personal, es decir, su desarrollo.

Porque las economías de las familias dependen del manejo de sus gastos, y de la de los gobiernos depende la salud económica de un pueblo. Y por supuesto, al hablar de pueblo se habla de las gentes, agrupadas en familias.

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