Gastos y más gastos, desórdenes y desórdenes

Gastos y más gastos, desórdenes y desórdenes

Es que, de buenas a primeras los millones han perdido, entre nosotros los dominicanos, la importancia y el severo respeto recibidos en otro tiempo no lejano. Ya ni se menciona su denominación. Al millón y medio de pesos –o de dólares-  se le llama “uno punto cinco” y la cifra se pronuncia con una indiferencia de baratija.

Para hacer cualquier cosa, desde la pavimentación de una vía, citadina o rural –mal hecha, por aquello de “ya tú sabes…lo mío”- hasta las grandes estructuras o la excavación de letrinas en un pueblo abandonado, todo significa gastos millonarios.

   ¿Son inversiones honestas?

   Por supuesto que no. De existir aquí más negocios limpios y productores de ganancias lógicas, retributivas de los esfuerzos y las visibles tareas realizadas, en lugar de las tramposerías que nos abruman montadas sobre nuestra apatía y descreimiento, no tendríamos circulando por nuestras desordenadas y mal cuidadas calles y avenidas una cantidad de vehículos de lujo, mayor que la que podemos ver en majestuosas ciudades del llamado Primer Mundo. El mundo del gran poder.

   No habría aquí tantas mansiones apabullantes, rebosantes de un lujo de mal gusto, típico del nuevo rico que no ha logrado fortuna a base de trabajo y talento, sino a resultado de negocios inmorales y quien lentamente se ha incorporado a más altos niveles de vida, en parte porque éstos requieren de cierta parafernalia, de cierta atmósfera a la altura de sus contactos extranjeros, pero mayormente debido a un envenenamiento producido por los deleznables manejos que producen dinero fácil.

   Cada vez tenemos más tiendas de alto lujo y altos precios como en París, Roma, Londres, New York (si es en la Quinta Avenida) y otras localidades exclusivas para sociedades de antiguo trayecto opulento.

   Nuestra “parejería” o pretensión de poder adquisitivo es tal, y tales son sus resultados que hace un tiempo un colega músico de una sinfónica estadounidense, conociendo que yo gustaba de un buen whisky antes de las comidas, se movió por todo Cincinnati para encontrar una tienda donde tenían un excelente whisky de malta escocés. Me lo entregó, orgulloso del éxito de su búsqueda. Llegado al país, lo llevé a uno de nuestros supermercados y…oh horror… allí estaba el costosísimo destilado escocés.

   No puedo olvidar su expresión de perplejidad.

Y es que los supermercados del país tienen productos que, por ejemplo, en París,  hay que ir a cierta tienda en la Place de la Madeleine para adquirirlos.

Cuando un cliente llega, le ofrecen una silla de estilo y una reverencia.

   Aquí el derroche es como una avalancha, y como una persistente realidad es la miseria en que viven multitudes de dominicanos, a los cuales ahora se añaden multitudes de vecinos haitianos, más pobres y hambrientos que nuestra gente.

   Sí. Debemos acogerlos como hacemos, pero no más: con reglas de inmigración que, curiosamente, los haitianos han demostrado saber aplicar.

   ¿Aprenderemos a respetar las leyes en lugar de sólo redactarlas en la Constitución?

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