Gatilleros oficiales

Gatilleros oficiales

Durante el paro general del 11 de este mes, el joven Anderson Parra Cruceta fue muerto en Los Mameyes, Santo Domingo Este, por un proyectil disparado por una  pistola cuando filmaba con un celular un enfrentamiento entre manifestantes y policías. Por ese homicidio la jefatura de la Policía suspendió en funciones y sometió a la Justicia civil al cabo Santo Tejada Encarnación. Medió en este caso la predilección que tiene este organismo por las armas letales para sofocar manifestaciones.

 El jueves último,  en su edición impresa, el matutino El Caribe publicó en portada y en su página 17 varias  fotografías en las que policías, entre los que figura una mujer, disparan armas cortas y largas contra manifestantes en Baracoa, Santiago, durante las protestas del miércoles por la golpiza que miembros de la DNCD propinaron a una mujer. Quince manifestantes resultaron heridos por proyectiles. La edición digital de Diario Libre publicó el miércoles la foto de un policía disparando su pistola  en el mismo escenario.

  El entrenamiento de los policías dedica bastante tiempo a los métodos de controlar tumultos con gases lacrimógenos, chorros de agua y otros medios no letales. Sin embargo, hay una preferencia enfermiza por el uso de las armas de fuego, con las consecuencias lamentables  conocidas. Hay que erradicar estos procedimientos.

Brumas donde debe haber luz

Siguiendo un patrón que ha caracterizado la conducta de las autoridades en otros casos, el expediente sobre un desfalco millonario detectado en la oficina de  Aduanas de Santiago está envuelto en una bruma de dudas sobre quiénes son responsables y quiénes inocentes en ese acto en perjuicio de  las finanzas del  Estado.

 En la actualidad, es difícil establecer qué mantiene empantanado este caso, hasta el grado de que no parece haber avance en las investigaciones.

Cada vez que ocurre esto con casos de esta importancia, que implican grandes perjuicios para las finanzas públicas, la confianza en las autoridades se debilita.

  Ni se fijan  responsabilidades ni se libera de sospecha a quienes puedan resultar  inocentes. La bruma parece imponerse a la siempre insatisfecha necesidad de hacer justicia.

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