Durante el siglo XIX, la Línea Noroeste fue una de las tierras más pródigas en la producción de caudillos civiles y militares. Este fenómeno está íntimamente asociado al papel protagónico que desempeñó dicha región durante la Guerra Restauradora como baluarte revolucionario, debido a su proximidad con la frontera domínico haitiana. Muchos de los militares que participaron en esta gesta, como Benito Monción, Juan Gómez, Diego y Gavino Crespo y otros, permanecieron en la región con parte de sus ejércitos y recursos bélicos, contribuyendo a divulgar de esta manera una cultura heroica y violenta, que se combinó con elevados niveles de pobreza.
En este entorno, de primacía de los caudillos en la esfera política, es que emerge la figura del general Demetrio Rodríguez, quien perteneció a una estirpe cuasi caballeresca cuyo supremo interés consistía, al igual que los genuinos caballeros de la Edad Media, en disfrutar de las aventuras guerrilleras.
En el general Rodríguez se cristalizan muchas de las virtudes inherentes a los caballeros medievalescos, tales como fidelidad a la palabra empeñada, la cortesía, el poco aprecio que siente por su vida, afición por la guerra, valoración de la fama por encima del dinero (vámonos a ese escenario a hacernos grandes, dijo en una ocasión), el convencimiento de que empleaba su arma por una causa justa, la admiración por los caballos, la práctica de la cacería en el caso de Demetrio era la lidia de gallos , la defensa a ultranza del honor ante cualquier ofensa, y sobre todo, la valentía.
Demetrio nació en el seno de una familia acaudalada el 18 de septiembre de 1866, en la pequeña aldea de Juan Gómez, Guayubín. Su padre, Bernardo Rodríguez, rico hacendado que podía contar las onzas de oro por sacos y vender centenares de reses de un sólo color. Su madre fue doña Petronila Peña de Rodríguez. Ambos realizaron esfuerzos descomunales por dispensarle una educación de calidad a su vástago.
En este empeño por sustraerlo del ambiente político, Demetrio, luego de realizar estudios iniciales en Guayubín, fue enviado a Mao donde estudió bajo la dirección del maestro cubano Rosendo Pardo; desde allí pasó a Montecristi, y más tarde, al colegio San Luis Gonzaga de Santo Domingo, bajo la dirección del Presbítero Francisco Xavier Billini. Posteriormente, sus padres lo enviaron a estudiar a un célebre colegio de la ciudad de New York. En 1889, Demetrio, junto a su familia, realizó un recorrido por Europa con motivo de la Exposición Internacional de París, que fue aprovechado por sus padres para inscribirlo en la universidad de Wesfalia, Alemania, para estudiar economía, y, aunque no llegó a concluir la carrera, es evidente que Demetrio alcanzó un nivel de instrucción muy superior al de todos sus compañeros.
Sin embargo, las querencias de Demetrio, así como su espíritu díscolo, lo condujeron de nuevo al país en 1894, para sumirse en la sórdida atmósfera de las revueltas rurales, y, al poco tiempo se incorporó a una acción conspirativa contra el orden autoritario instituido por Ulises Heureaux, lo que motivó su apresamiento. Pero Heureaux, conociendo la valentía e intrepidez del joven liniero, y como parte de su política de ofrecer prebendas a los provincianos sobresalientes, lo designó en 1895, administrador de Hacienda de Montecristi, y luego, secretario de la Gobernación de Moca. Al año siguiente, pasó a desempeñarse como secretario particular de Heureaux, con rango de capitán, y parte del Estado Mayor del tirano, cuyo máximo interés consistía en utilizarlo como fuerza de choque o gallo de pelea. En este último rol, Demetrio fue el edecán del general Heureaux en su postrero viaje a Moca, el 26 de julio de 1899.
La díscola etapa de juventud del joven Demetrio, aunada a la holgada posición económica de sus padres, le permitieron a este espíritu abierto y alegre disfrutar de todo tipo de placeres y satisfacciones, en función, claro está, de los patrones de diversión predominantes en una sociedad rural. Entre sus pasiones sobresalía su atracción por las mujeres, dejando una prole compuesta por siete varones, lo que le hubiera valido el título en España de Hidalgo de Bragueta, como ha observado Rufino Martínez.
En poco tiempo, y en un contexto en que la autoridad social descansaba en manos de los caudillos regionales, el general Demetrio Rodríguez se convirtió en la primera espada del jimenismo, siendo designado jefe comunal de Guayubín en 1901, luego de agotar un breve período de identificación con el horacismo que había propinado un golpe de estado al Presidente Jimenes, el 26 de abril de 1902.
A partir de este momento, y animado siempre por una mentalidad caballeresca, no hubo gesta en la que el general Demetrio Rodríguez no participara. En octubre de 1902, se le presentó al romántico General la oportunidad de manifestar nuevamente su reconocida valentía al integrarse al movimiento de oposición contra el régimen de Vásquez, que emprendió el veterano General y hacendado liniero Andrés Navarro. Uno de los más cruentos combates tuvo lugar en el Puente de Guayubín en el que Demetrio, con un reducido número de guerrilleros, logro abatir a los generales horacistas Rafael Abreu y Amadeo Tavárez, a pesar de que las tropas horacistas lograron finalmente imponerse, debiendo Demetrio acogerse a las garantías que le ofrecieron y fijar residencia en la ciudad de Puerto Plata. En abril de 1903, salió hacia Cuba, en calidad de exiliado.
A fines de este último año, al producirse la fusión de jimenistas y horacistas para derrocar los remanentes del lilisismo en el poder, bajo la égida de Alejandro Wons y Gil, movimiento conocido como La Unión, el general Demetrio, blandiendo la insignia del honor y la hidalguía, encabezó las huestes del primer agrupamiento que se desplazaron desde la Línea Noroeste hacia Santo Domingo, dando inicio de esta manera a la que ha sido ponderada como la etapa más activa y fulgurante de su accionar guerrillero.
Una vez Morales Languasco en el poder, el Rodríguez fue designado al frente de la Gobernación de la provincia de San Pedro de Macorís. Empero, la unidad de entre los jimenistas y Morales se resquebrajó rápidamente, tras el intento de este último de distanciarse de los primeros en aras de consolidar su poder personal, lo que dio inicio a la llamada Guerra de la Desunión. De inmediato, el general Rodríguez le encomendó al general Zenón Ovando la misión de sitiar la ciudad de Santo Domingo, para lo cual le entregó todos los recursos bélicos de que disponía la plaza, pero éste, de filiación horacista y en un acto de felonía, desplazó a Rodríguez del lugar, quien se vio compelido a replegarse a su cubil en Montecristi, debiendo franquear fuerzas hostiles en todo el trayecto, con apenas ochenta y tres hombres.
Tras hacer acopio de fuerzas en el noroeste, el general Rodríguez retornó de allí con su tropa ya rearticulada como Jefe Superior de Operaciones militares de la Guerra de la Desunión, librando uno de los más bravíos combates que registran los anales épicos nacionales contra su amigo de infancia, el Ministro de Guerra, general Raúl Cabrera, con quien, desde su estadía en la ciudad de Moca, mantenía profundos vínculos de amistad e incluso sostuvo relaciones afectivas con una de sus hermanas.
En la ruta hacia la provincia oriental, el general Demetrio se había batido con tropas adversas en Guerra, Bayaguana y Los Llanos. El enfrentamiento entre Rodríguez y Cabrera en Los Montones, San Pedro de Macorís, el 21 de enero de 1904, alcanzó ribetes caballerescos. De él da cuenta Juan Bosch en su romance El combate de los Montones. Antes de entrar en liza, entre ambos generales se produjo un interesante cruce de cartas, en una de las cuales el general Rodríguez, con su habitual hidalguía, intentó evitar el enfrentamiento bélico con su amigo Cabrera, pues estaba convencido de la superioridad y valía de los guerrilleros linieros, quienes peleaban espontáneamente, frente a soldados que lo hacían por obligación. Te aseguro que si damos la pelea será cosa que dará lástima, acota Demetrio. La respuesta de Cabrera no fue menos contundente: ¡Qué ironía! Si abandono yo el camino en el momento en que un enemigo tan formidable bajo tu mando viene sobre la población de San pedro de Macorís, he dejado yo de cumplir con mi deber y habría traicionado mi opinión (_) Tal vez a mi falte valor, a ti te sobra; pero a mi sobra la vergüenza.
En la acción bélica, los guerrilleros del general Rodríguez aplastaron de manera contundente al ejército que comandaba el General Cabrera, quien recibió una herida letal, no obstante las previsiones que se adoptaron para impedirlo, además de perder una gran cantidad de armas, bagajes y pertrechos bélicos. Por esto, su muerte le causó una honda pena al general Rodríguez, quien tomó sin obstáculos la Sultana del Este.
Luego de numerosas escaramuzas en los alrededores de San Pedro de Macorís, los esfuerzos del general Rodríguez resultaron chasqueados, por lo cual se replegó nuevamente a Montecristi, tras lo cual entró en una etapa de holganza. Es evidente, que la reducida comprensión de los fenómenos políticos, le impidieron aprehender al general Rodríguez el imperativo que animaba a la facción horacista, encabezada por el general Cáceres, de apoderarse del poder y exterminar a los principales caudillos jimenistas, cuya máxima figura militar era precisamente el intrépido guerrillero liniero.
La obsesión por las aventuras condujeron a Demetrio a ofertar apoyo al Presidente Morales, quien se hallaba virtualmente prisionero en el Palacio, y al concretizarse éstas, con la llegada del buque Independencia, el general Demetrio despachó sus mejores fuerzas a la ciudad de Santiago, comandadas por los generales Miguel A. Pichardo y Andrés Navarro, y marchó a tomar la ciudad de Puerto Plata con fuerzas menores, donde fue enfrentado por el general horacista Jesús María Céspedes, con quien había establecido acuerdos previos y contaba con su eventual colaboración. A pesar de la virtual desventaja bélica y numérica, en dos ocasiones el general Rodríguez logró repeler exitosamente las fuerzas horacistas; pero el 2 de enero de 1906, al cruzar el llamado puente de La Guinea, en las afueras de la ciudad, el cuerpo de Demetrio recibió dos fulminantes impactos de bala.