Conocí al general Miguel Ángel Hernando Ramírez en el año 1955, cuando acababa de llegar a la base Aérea de San Isidro, procedente de realizar estudios militares del exterior, probablemente de una escuela  militar de Venezuela, con rango de primer teniente de la entonces Aviación Militar Dominicana, donde yo tenía algunos días de haber ingresado.

 Escaló hasta el rango de general ayudado únicamente por su apego a los principios militares, teniendo siempre un consejo sano y oportuno para los hombres bajo su mando cuando la situación lo demandaba, por eso nunca olvidaré que recién yo haber ingresado en la institución, sin que mediara ningún vínculo entre él y yo, a no ser el uniforme, me llamó y me dio unos consejos que fueron muy útiles en la vida militar y que he conservado en mi memoria, dándole aplicación cuando el caso lo requiere en el ejercicio de mi profesión de abogado.

Cuantas veces tuve la oportunidad de mostrarle mi respeto  y mi gratitud, lo hice con mucho gusto, porque he tenido como norma invariable en mi vida que la gratitud es una virtud que debemos cultivar hacia aquellas personas que han contribuido con sus orientaciones a señalarnos el camino correcto.

El general Hernando Ramírez ha dejado físicamente este mundo, pero su recuerdo perdurará en la conciencia de todos aquellos que recibimos sus consejos y que le harán recordar para siempre como hombre honrado, militar correcto, dotado de una gran educación doméstica que lo distinguió entre todos los hombres de cuartel.