Generales montoneros y políticos corruptos

Generales montoneros y políticos corruptos

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Los primeros dieciséis años del siglo XX pueden considerarse como el cúmulo de explosiones de las pasiones salvajes de los dominicanos cuando la proliferación de los caciques pueblerinos y comarcales convirtieron cada rincón nacional en una selva y surgían los generales como mariposas en el día de San Juan, dando lugar a la inestabilidad de los gobiernos que culminó en 1916 con la ocupación norteamericana completa de la isla ya que dos años antes se habían establecido en Haití.

No hay dudas que el ajusticiamiento de Ulises Heureaux en 1899, por un grupo de aguerridos mocanos, marcó el fin de una época de paz obligada y de organización del país que vio surgir las primeras vías férreas, luz eléctrica, el telégrafo, calles asfaltadas y otras modernidades con el avance de los centrales azucareros en manos norteamericanas y la paz reinaba en todo el territorio que venía de una severa confrontación con las tropas españolas, que en 1865 habían abandonado el país.

Desde 1916 hasta 1961 el país se convirtió en una unidad nacional donde los caciques fueron acallados a la fuerza o eliminados despiadadamente tanto por las tropas interventoras como por la dictadura de Trujillo, que desde 1930 convirtió al país en algo parecido a una Nación sin las apetencias desbordadas de los caciques criollos que todos se creían ser jefes, y podían imponer, en base a un supuesto liderazgo, sus fueras en las poblaciones que controlaban con sus seguidores de abigarrada formación.

La desaparición de Trujillo en 1961 abrió de nuevo las puertas para que los apetitos de los dominicanos, con ínfulas de caciques, pero ahora orientados por otras vertientes en el campo de la política, comenzaron a copar y controlar las instituciones del Estado, a las cuales le dieron su particular conformación, siendo transformadas en unidades que solo producían beneficios a quienes las regenteaban, apoyados por los políticos, que desde la presidencia de la República querían mantener su poder y sostenerlo, le daban la ración del boa a decenas de sus seguidores, que convirtieron la maquinaria estatal en un ente corrompido y nauseabundo, donde surgían las fortunas más variadas y veloces, con orígenes espúreos, fruto del disfrute del poder en una nación con riquezas y en ebullición social después de la larga dictadura.

En todas las generaciones dominicanas que han transitado por el territorio desde 1961 están frescas todas las acciones de corrupción más descaradas y sin temor al castigo, donde la impunidad ha imperado por sus fueros y casi todos los políticos abrevaron de las fuentes del Estado que les permitía enriquecerse de manera escandalosa. La pobreza aumentaba a su alrededor y las desigualdades ensanchaban el abismo social entre los que tenían fortuna y los que luchaban por siquiera poseer una vivienda o tener ahorros pequeños en los bancos. La evasión fiscal fue y es la moda dando lugar a notorias fortunas que se traducen en lujosas residencias en La Romana u otras regiones del Este. No son pocos los funcionarios que han disfrutado de las mieles del poder, que no ocultan sus riquezas al vapor, ya sea en lujosas residencias; éstas no han sido suficientes para saciar los apetitos de riqueza y buscan la notoriedad en carros de último modelo, que ni siquiera circulan en Estados Unidos o Canadá, o en yates y ahora con la moda de helicópteros, o santuarios en el extranjero.

Todos los gobiernos le dan muchas vueltas a la guerra contra la corrupción oficial. Los esfuerzos son simples cortinas de humo para aquietar a la población que reclama justicia, se siente derrotada y acepta la corrupción como una parte de la conducta de los dominicanos, como se reflejó en la última encuesta de este diario. Los políticos se protegen unos a otros y el corrupto de hoy será mañana el protector del político en ciernes que puede llegar al poder y se nutre de los recursos que generosamente le son otorgados por los que ya disfrutaron del poder, que desde 1961 han despojado al país de billonarios recursos que pudieron marcar la diferencia entre un estado fallido y uno desarrollándose como ocurrió con Taiwan y Corea del Sur, que en esa fecha de 1961, tenían un nivel de ingresos por debajo del nacional.

Los caciques de principio del siglo XX y los políticos modernos del siglo XXI tienen en común que son los ejemplares devoradores de los recursos nacionales. Aquellos que arrasaban con vidas y propiedades para alimentar su ego rural de jefaturas mal concebidas, que en algunos casos estimulaban que ciertos héroes no saliera de sus jurisdicciones que controlaban para no perder el acceso a los ingresos fiscales o de otra naturaleza.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas